La canonización es un acto de la infalibilidad de la Iglesia; siendo la infalibilidad aquel don por el cual la Iglesia goza de un privilegio tal que, por medio de la asistencia del Espíritu Santo, no puede errar en lo que concierne a la fe y a la moral, tanto en el enseñar como en el creer; así la Iglesia es infalible no ex natura sua, sino por participación en la infalibilidad de Nuestro Señor Jesucristo, que es Cabeza de la Iglesia; así, es imposible que la Iglesia proponga algo errado a los fieles, pues se trata de alcanzar el último fin del hombre, a saber, la vida eterna en el cielo por medio de la glorificación de Dios en la tierra.
A su vez, la canonización es la infalible sentencia de la Iglesia con
la cual se declara que un difunto ha alcanzado la santidad y, de este
modo, ha conseguido la gloria celeste. La canonización concluye el
proceso de las virtudes heroicas junto a las pruebas de los milagros,
según el uso de la iglesia desde el S. X. Tiene como efecto la permisión
para ser invocado y venerado por los fieles como patrono y modelo
seguro de santidad.
Los decretos solemnes de Canonización de los Santos gozan de la
infalibilidad, puesto que forman parte de las cosas necesarias para
dirigir a los fieles sin error hacia la salvación. Por el contrario, si
en esto la Iglesia pudiese errar, significaría que la Iglesia podría
proponer, para venerar e imitar, hombres malvados o condenados; lo cual
no conduciría a los fieles hacia la salvación, sino hacia la
condenación.
Ahora bien, el Canon 2038 del Código de Derecho Canónico de 1917 establece que “Con
el fin de obtener de la Sede Apostólica la introducción de la causa de
beatificación (etapa previa a la canonización de un difunto, n.d.a) de
un Siervo de Dios, en derecho, debe antes constar la pureza doctrinal en
sus escritos, la fama de su santidad, de sus virtudes , de sus milagros
o de su martirio, así como la ausencia de cualquier obstáculo que
pareciese perentorio”.
Tomemos ahora las palabras con las cuales J.M. Bergoglio ha “canonizado” a los “beatos” Angelo Roncalli y Karol Wojtyla: “Ad
honorem Sanctae et Individuae Trinitatis, ad exaltationem Fidei
Catholicae et vitæ christianæ incrementum, auctoritate Domini nostri
Iesu Christi, Beatorum Apostolorum Petri et Pauli, ac Nostra, matura
deliberatione praehabita, et divina ope saepius implorata, ac de
plurimorum Fratrum Nostrorum consilio, Beatos Ioannem XXIII et Ioannem
Paulum II Sanctos esse decernimus et definimus, ac Sanctorum Catalogo
adscribimus, statuentes eos in universa Ecclesia inter Sanctos pia
devotione recoli debere. In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.
Amen”. (“En honor de la Santísima e Individua Trinidad, para gloria
de la fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la
autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y
Pablo y Nuestra, después de haber realizado una completa deliberación,
invocado varias veces la asistencia divina y habiendo escuchado el
parecer de muchos de nuestros hermanos obispos, declaramos y definimos
Santos a los Beatos Juan XXIII y Juan Pablo II y los inscribimos en el
libro de los santos y establecemos que en toda la Iglesia ambos sean
devotamente honrados como santos. En el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo”).
Es la fórmula con que la Iglesia (católica) eleva a los altares a los
Siervos de Dios, previamente declarados Beatos. Veamos, desde la misma
fórmula de canonización, las dificultades que se pone a la Fe católica
para reconocer a estos dos hombres como santos, así como las
dificultades con relación a la validez, licitud y legalidadde este acto
de la “autoridad”.
Ya nos hemos referido en otras partes al problema actual de la autoridad en la Iglesia (https://josaedo.wordpress.com/wp-admin/post.php?post=10&action=edit).
En principio digamos que ningún acto que involucre la autoridad, de
parte de quien carece de la autoridad, es un acto legal. Hemos dicho
también que, a causa de la actual vacancia formal de la Sede
Apostólica, la Iglesia se encuentra en estado de privación con relación a
la autoridad; por lo tanto también se encuentra en estado de privación
la jurisdicción; aunque, si existiese la total ortodoxia en la
formalidad de algún rito, se puede salvar la “validez”, aún cuando se
trataría de una apropiación abusiva. Lo cual se puede ilustrar con un
ejemplo: suponga usted que sufre el robo de su vehículo; el ladrón,
mientras conduce por la vía pública con su auto robado, cumple
rigurosamente con las leyes del tránsito y conduce el móvil respetando
rigurosamente el modo de conducirlo, es decir, se trata de un conductor
que conduce válidamente, y también lícitamente pues el conductor reúne
los requisitos para hacerlo (mayor de edad, licencia de conducir), pero
lo conduce ilegalmente, puesto que la ley no permite este acto. Luego,
(independientemente de la falta de satisfacción de los requisitos por
parte de los propuestos Roncalli y Wojtyla, lo cual afecta a la licitud
del acto, como veremos) Bergoglio pudo haber respetado la canonicidad
del acto declaratorio de la santidad de ambas personas; sin embargo lo
ha hecho abusivamente, apropiándose ilegalmente de algo que no le
pertenece (por dirigir una religión extraña), y que pertenece en
propiedad a la autoridad católica.
En estas “canonizaciones” constatamos que las misma razones que afectan
e hipotecan la legalidad del acto declaratorio de Bergoglio, son las
que afectan e hipotecan la validez y la licitud de éstas ex parte subiecti. Ambos
postulantes, así como también Bergoglio, no son Papas de la Santa
Iglesia Católica, debido a que, aún habiendo sido canónicamente electos
(no nos consta la validez de los Cónclaves a partir de la elección de
Juan XXIII), no han recibido la autoridad divina, toda vez que al
momento de la aceptación de la elección han puesto un óbice a la
recepción de la autoridad de Jesucristo por no tener la intención
habitual de propiciar el bien de la Iglesia, queriendo promulgar, y
promulgando de hecho, falsa doctrina, falso culto y falsa disciplina.
Además, por la misma razón estos “beatos” no reúnen los requisitos
católicos, en cuanto a la pureza doctrinal en sus escritos, la fama de su santidad y de sus virtudes.
“Ad honorem Sanctae et Individuae Trinitatis…”(“En
honor de la Santísima e Individua Trinidad…”). El más alto honor, es
decir, la gloria que el hombre puede tributar a Dios Uno y Trino
proviene de los actos propios de la virtud de la religión, a saber, el
verdadero culto divino, en especial del más excelso entre ellos: la
Santa Misa; porque por la mística inmolación de Jesucristo bajo las
especies de pan y vino se ofrece a Dios un sacrificio de valor infinito
en reconocimiento de su supremo señorío sobre nosotros y de nuestra
obediencia hacia Él (es el fin latréutico o de adoración); también
porque el mismo Cristo, inmolándose por nosotros, ofrece a Dios un
sacrificio de acción de gracias de valor igualmente infinito (es el fin
eucarístico). Sobre esto cabe recordar que la Misa fue definitivamente,
infaliblemente e irreformablemente codificada y promulgada por San Pío
V, en 1570, quien decretó con toda la fuerza de su investidura
Pontificia, al final de la Bula Quo Primo Tempore “Que absolutamente
nadie, por consiguiente, pueda anular esta pagina que expresa nuestro
permiso, nuestra decisión, nuestra orden, nuestro mandamiento, nuestro
precepto, nuestra concesión, nuestro indulto, nuestra declaración,
nuestro decreto, nuestra prohibición, ni ose temerariamente ir en contra
de estas disposiciones. si, a pesar de ello, alguien se permitiese una
tal alteración, sepa que incurre en la indignación de Dios todopoderoso y
sus bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo”.
Roncalli, “suspectus haeresis” ya por Pío X, a causa de su relación con
el modernismo, especialmente con su mentor, el sacerdote apóstata E.
Buonaiutti (excomulgado) y con las obras de L. Duchesne, Roncalli
decíamos, ya Juan XIII, promulgó su misal de 1962, que surgió del
llamado “movimiento litúrgico”, condenado por los Papas, bajo la
dirección del también modernista Ferdinando Antonelli, elevado a
"cardenal" por Montini y luego miembro del Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, del cual, a su vez, emanó la actual sacrílega "nueva misa" del Novus Ordo,
publicada Pablo VI. Este misal de Roncalli sólo estuvo en uso 4
años, con el único fin de preparar el terreno a la nueva liturgia
ecuménica. El mismo Bugnini, autor de la “nueva misa”, había expresado
que “el misal roncalliano es un puente que abre la puerta a un
promisorio futuro”. Entre muchas alteraciones (prohibidas por San Pío V)
introducidas por Roncalli en la Misa se pueden citar: Abolición del “Confiteor, Misereatur et Indulgentiam”,
que siempre debían ser dichas antes de la Santa Comunión del Pueblo; la
“semana santa” roncalliana prácticamente ya no es la Semana Santa del
rito Tridentino, recibiendo escasos retoques para ser incorporada al
“misal de Montini”; de hecho Roncalli adulteró la oración por la
conversión de los judíos, propia de la Liturgia del Viernes Santo, como
presagio de la ominosa Declaración Nostra Aetate del Vaticano
II. El joven Roncalli sospechoso de la herejía modernista durante el
reinado de Pío X finalmente se manifestó sin disimulo en Juan XXIII,
responsable de haber convocado un conciliábulo, con el sólo propósito de
hacer realidad el largamente esperado, y condenado, programa de la
marea modernista.
Por su parte, Wojtyla, ya en el apogeo de la religión ecuménica
post-conciliar, aparte de las escandalosas reuniones interreligiosas
(con falsas religiones, heréticos y cismáticos) y de las escandalosas
concelebraciones litúrgicas con éstos mismos, lleva a su plenitud la
celebración de la misa del “Novus Ordo” montiniano. Ahora ya no nos
encontramos ante una simple “transición” roncalliana, sino ante una
nueva y distinta realidad, ante una misa que ya no refleja ni expresa la
Fe católica, sino una doctrina ajena (lex orandi, lex credendi).
El rito de la misa montiniana expresa una nueva fe, siendo expresión de
una doctrina religiosa modernista protestantizada. Conviene recordar
las palabras de los Cardenales Bacci y Ottaviani contenidas en el texto
del Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae: “El Nuevo
Ordo Missae se aleja, de manera impresionante, así en el conjunto como
en los detalles, de la teología católica de la Santa Misa tal como fuera
formulada en la XXII Sesión del Concilio de Trento (y codificada
irreformablemente por San Pío V, n.d.r.)”. La “misa” que celebra Wojtyla
no es la Santa Misa católica, la cual es un Sacrificio, en ella Nuestro
Señor Jesucristo está presente real y substancialmente en el altar, y
la acción sacrificial (Consagración) es un acto propio del mismo
Jesucristo que obra por ministerio del sacerdote que actúa in persona Christi”,
siendo Él el único Sacerdote y la Víctima del Sacrificio del Altar.
Esto es, justamente, lo que niega la herejía modernista, así como los
protestantes. Wojtyla celebraba y difundía un culto transformado en
“cena” y “asamblea eucarística”, que ataca y destruye las tres notas de
la Misa católica que acabamos de señalar. Por ej., en la misma
definición del nuevo culto de la Institutio Generalis leemos: “La
cena del Señor o Misa es la sagrada sinaxis o asamblea del pueblo de
Dios reunido en común, bajo la presidencia del sacerdote, para celebrar
el memorial del Señor. Por lo tanto, para la asamblea local de la santa
Iglesia vale en grado eminente la promesa de Cristo: “Donde hay dos o
tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt. 18,
20)”; nada, pues, de Sacrificio, ni de Presencia Real, ni de
Transubstanciación, ni del carácter Propiciatorio de la Misa, ni del rol
del sacerdote, no como simple presidente de una asamblea (culto
protestante), sino como ministro del Sumo Sacerdote y Víctima,
verdaderamente distinto del pueblo. Este Novus Ordo Missae es, pues, la
“misa” montiniana.
“…ad exaltationem Fidei Catholicae…”
(“…para Gloria de la Fe Católica…”). Aquí sí que estamos ante un gran
problema; de hecho, las aberraciones de la revolución litúrgica serían
incomprensibles sin un gran error en el origen, es decir, en la fe, en
la doctrina. Es en razón de una revolución en la fe que se explican
todas las demás aberraciones. La fe, al contrario de lo que enseñan
Roncalli y Wojtyla, es una virtud sobrenatural (y no un subjetivo
sentimiento inmanente del corazón) por la cual, con la inspiración y
ayuda de la gracia de Dios (no por la indigencia de la conciencia) con
nuestro intelecto (no con el sentimiento) asentimos a todo lo que Él ha
revelado (no a lo que propone la conciencia), transmitido fielmente por
la Tradición y que la Iglesia infaliblemente propone como divinamente
revelado. Es una elevación del intelecto humano, por la gracia, para que
éste dé su asentimiento a lo que Dios ha revelado. Es algo que viene de
Dios (no de la indigencia de la conciencia). Esta virtud tiene un
objeto, el dogma (doctrina, enseñanza). Es una virtud infundida en
nuestra alma en el Bautismo, imprimiendo una carácter, el carácter
sacramental por el cual somos súbditos del Rey, Cristo; por lo tanto
nadie, que no haya cancelado el pecado original por la regeneración
bautismal, posee la Fe. ¿Qué es lo que proponen Roncalli y Wojtyla? Una
fe que, aunque por momentos contiene ciertas verdades – la mayor parte
derivadas de la ley natural que la razón fácilmente descubre, o bien
tomadas “en préstamo” de la fe católica – está envenenada por la herejía
y, por lo tanto, mortífera, y por lo tanto conducente a la condenación
de quien miserablemente siga a estos dos individuos. Ambos reducen la Fe
a un mero sentimiento religioso; por eso es que ambos sostienen que
cada una de las falsas religiones son portadoras de un cierto valor.
Ambos son “muy amados” por la gente (uno, “el papa bueno”, el otro, “un
santo viviente”) ¿por qué? Porque ambos proponen una religión
humanitaria despojada de lo que divide entre la verdad y el error, es
decir, del dogma. La Iglesia no fabrica dogmas, los toma del depósito de
la Fe y los propone al género humano infaliblemente bajo la forma de
dogma, como enseñanza (“…quien a vosotros escucha, a Mí escucha…”) (...”quien no crea se condenará…”)
sin error. Por otra parte, no puede existir contradicción ni oposición
entre una enseñanza ya definida y una proposición posterior. Por
ejemplo, la constitución “Lumen Gentium” (cfr. n. 8) promulgada
por Pablo VI, emanada del pseudo-concilio convocado por Roncalli,
enseña que la Iglesia de Cristo y la Iglesia Católica no son lo mismo,
que la Iglesia Católica sólo es una parte, está contenida, subsiste en
la Iglesia de Cristo, que sería una realidad más amplia, lo cual
constituye una manifiesta herejía. Roncalli, quien convocó el
conciliábulo y Wojtyla, que lo aplicó, claramente distinguen entre
ambas. Lumen Gentium dice que la Iglesia de Cristo es la unión
espiritual de todos quienes profesan el nombre de Cristo (cismáticos
ortodoxos, anglicanos, protestantes, etc.) y, por otro lado, dice que la
Iglesia Católica es tan sólo la institución jurídica establecida sobre
el Papa y los obispos. Dice también que la Iglesia católica “subsiste”
en la Iglesia de Cristo, en oposición a la bimilenaria doctrina de la
Iglesia, a saber, que la Iglesia de Cristo “es” la Iglesia de Católica,
tal como Papa Pío XII lo declara infaliblemente en 1943 en su Encíclica Mystici Corporis Christi.
Wojtyla, implementando el vaticano II, enseña el “subsiste” para
profesar y difundir el dogma oficial de la nueva religión, el
ecumenismo; y así, la Iglesia de Cristo también “subsiste” en la iglesia
luterana, en la anglicana, en la autodenominada “ortodoxa”, y en
cualquiera otra falsa religión. Enseña que la Iglesia de Cristo está
compuesta por todos quienes miran con “fe” a Nuestro Señor Jesucristo:
ninguna necesidad de pertenecer a la Iglesia Católica ni de estar en
unión con Pedro (el Papa). Esta enseñanza contradice el dogma de que la
Iglesia católica es la verdadera Iglesia de Cristo y el único Cuerpo
Místico de Cristo. También el Vaticano II, querido por Roncalli,
promulgado por Montini e implementado por Wojtyla, enseña que todas las
religiones no católicas son medios de salvación; ¡y sí!, ¡insólito!
¡Esto es pública herejía! ya que niega el dogma de Fe que establece que
fuera de la Iglesia católica no hay salvación; la Iglesia siempre ha
enseñado que, siendo ésta la única Iglesia de Cristo, ella es el único
medio de salvación. El conciliábulo también enseña que la Iglesia tiene
un gobierno colegiado (el colegio de los obispos); esta es también una
proposición herética, que va en contra de la constitución de la Iglesia;
la Iglesia no es gobernada por un colegio, al modo de una democracia
política, sino por Pedro solo, quien recibió las llaves del Reino de
Dios; la Iglesia fue dotada por Dios con una constitución monárquica; la
razón para disminuir el Papado es, una vez más, el delirio ecuménico:
el Papa es la piedra de tropiezo para implementar la ecuménica y futura
iglesia de Cristo, es un obstáculo para la unión con los protestantes y
los cismáticos griegos. Los cambios substanciales a la Fe católica son
innumerables e infestan por doquier; así también, p. ej., con la
herética enseñanza de la libertad religiosa, como si no fuese
obligatorio para todos abrazar la verdadera Fe. El Vaticano, la
enseñanza de los "papas" conciliares y su práctica, encarnan la gran
apostasía, el abandono total de la Fe católica.
“…et vitæ christianæ incrementum…”
(“…y el incremento de la vida cristiana…”) Por vida cristiana se
entiende la vida de la gracia, en unión con Cristo y orientada a la
posesión de Dios, nuestro principio y último fin, por la perfección de
la caridad. El Padre Antonio Royo Marín, en su obra Teología de la Perfección Cristiana
dice: “La perfección cristiana es la vida sobrenatural de la gracia
cuando ha alcanzado un desarrollo eminente…con relación al grado inicial
recibido en el bautismo…” Pero, para el desarrollo de la vida
cristiana, es necesaria la Fe, puesto que no se puede amar lo que no se
conoce; y es, precisamente la Fe sobrenatural la virtud que nos hace
conocer a Dios, por medio de las enseñanzas de la Iglesia que nos
propone las auténticas verdades con relación a Dios. Si dos personas,
como Roncalli y Wojtyla, nos proponen el error acerca de Dios – como lo
hemos visto en apenas una muestra de sus múltiples errores – entonces
es imposible el desarrollo de la vida cristiana y menos aún la
salvación; sin la Fe es imposible agradar a Dios. Sin la Fe es imposible
la caridad, la vida cristiana, la unión de nuestra alma con Dios. Toda
la sana doctrina, toda la liturgia católica y toda la disciplina
católica descansan, justamente, en los sólidos fundamentos de la Fe; por
lo tanto, también toda la vida cristiana. Nadie que se deje “guiar” por
estos dos “santos” puede incrementar su vida cristiana, toda vez que
enseñan que el hombre se puede salvar y santificar en cualquier
religión, incluyendo el judaísmo al enseñar que la Antigua Alianza no
fue derogada por Cristo sino que se encuentra plenamente vigente y
conduce a la salvación. Enseñan que no es necesario pertenecer a la
Iglesia Católica para desarrollar la vida cristiana o para salvarse,
negando los dogmas infaliblemente definidos de Extra Ecclesiam Nulla Salus
y aquel que define la necesidad de estar unido a Pedro (el Papa) para
salvarse. Estos “papas”, de momento que ellos mismos, por la herejía y
el cisma capital, se han separado de la Fe católica, no pueden ser los
sucesores de San Pedro; por lo tanto no tienen capacidad alguna para
excitar, estimular, promover, incrementar la vida cristiana de nadie,
menos aún pueden ser elevados a la santidad en los altares católicos,
porque no profesan la Fe católica, son falsos “papas”. Todo católico que
admita que estos dos individuos son Papas de la Iglesia Católica y los
admire y los siga, en realidad, hace posible que la puertas del infierno
prevalezcan, reconociéndoles el derecho de ocupar la Sede de Pedro y
los lugares santos como invasores y usurpadores. Es precisamente la vida
cristiana la que exige el rechazo de quienes, por un lado han convocado
y, por otro, han consumado la apostasía del Vaticano II, rechazando
ellos mismos aceptar la Fe Católica. La vida cristiana hace imposible
reconocer como una y misma cosa la Iglesia de antes del Vaticano II y
esta Iglesia de la post apostasía, y quien la siga sigue una religión
extraña, sigue una falsa doctrina que sostiene: p. ej., “Todo ser humano está unido a Cristo” (GS. 22), “La persona humana está por encima de todo” (GS. 26), “Las religiones no cristianas poseen verdad y santidad” (NA. 2), “La verdadera iglesia de Dios no es aún única y visible” (UR. 1), “Los cristianos se unen a otros hombres para buscar la verdad” (GS. 16), “El Espíritu de Cristo no ha rehusado valerse de ellas (de las sectas no católicas, n.d.r.) como medios de salvación (UR. 3), “La Iglesia se encuentra unida con quienes no aceptan el Papado” (LG. 15), “El que sigue a Cristo, hombre perfecto, se hace a sí mismo más hombre” (GS. 41), “Cristo, en la Revelación misma, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre (creíamos que Cristo, en la Revelación, manifestaba a Dios, n.d.r) (GS. 22), “La Iglesia católica ha pecado contra la unidad” (UR. 7), “La doctrina de la libertad religiosa tiene sus raíces en la divina revelación” (DH. 9). Esto es tan sólo una muestra de la “santidad” de los papas del Vaticano II.
“…auctoritate Domini nostri Iesu Christi… Beatos Ioannem XXIII et Ioannem Paulum II Sanctos esse decernimus et definimus…”
(“…con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo… declaramos y definimos
Santos a los Beatos Juan XXIII y Juan Pablo II…”) Para gobernar con la
autoridad de Cristo es necesario haberla recibido de Él. Sin embargo,
ninguno de los electos al Papado con posterioridad a Pío XII ha tenido
la intención habitual y objetiva de propiciar el bien y el fin de la
Santa Iglesia, poniendo un óbice para recibir la autoridad de Cristo,
manteniéndose tan sólo como electos pero no investidos, es decir que no
han podido recibir la forma del Papado, no son formalmente Papas. En la
práctica esto ha quedado en evidencia ante la innumerable serie de
afirmaciones, tanto en los documentos del Vaticano II como en la
enseñanza de estos electos, que se encuentran en oposición de
contradicción con lo que ya ha sido irreformablemente definido por la
Iglesia. Como hemos visto, someramente, estos puntos son múltiples.
Podemos mencionar otro de los tantísimos ejemplos: el Vaticano II
sostiene que todo hombre (por una falsa idea de la dignidad humana)
tiene derecho a la libertad religiosa; en total contradicción con la
Encíclica Quanta Cura de Papa Pío IX, que condenó tanto el
liberalismo católico como la libertad religiosa. También se puede citar
la enseñanza del falso ecumenismo por el documento Unitatis Redintegratio del Vaticano II, en total contradicción con la Encíclica Mortalium Animos
de Papa Pío XI, que condena, justamente, el ecumenismo. Entonces, de la
constatación de estos errores se deduce que Roncalli y Wojtyla no
poseían la autoridad de Cristo, pues, sus enseñanzas, siendo errores, no
gozan de la infalibilidad: es imposible que la Iglesia dé veneno a sus
hijos, si alguno lo hace en nombre de la Iglesia, entonces no es la ni
Iglesia ni el Papa. Todo lo que proviene de la Iglesia no puede no ser
santo; estos “canonizados”, que no son la autoridad, no son santos y
todo lo que de ellos emana en cuanto a la potestas iurisdictionis
y que, en una situación de orden debiera tener la garantía de la
infalibilidad, no tiene validez jurídica, ya sea que se trate de actos
magisteriales, normas litúrgicas, leyes, canonizaciones, etc., no tienen
efecto jurídico alguno, no son vinculantes. Al no tener la autoridad de
Cristo, estas canonizaciones son, en sí mismas, una pantomima, una
parodia. Todo lo cual afecta también directamente al mismo declarante de
estas “santidades”, es decir a Bergoglio, con el agravante de que éste
puede, inclusive, no ser ni sacerdote (por haber sido ordenado sacerdote
bajo el rito reformado e inválido en 1969, y en la "fe" modernista
liberal) ni obispo (por la misma causa, en 1992). Ya se ve que ni los
postulantes (Roncalli y Wojtyla) reunían los requisitos para ser
propuestos, ni Bergoglio la autoridad para hacer lo que hizo (la
canonización): tanto éste como aquellos de ningún modo poseen la
potestad divina, las llaves de Pedro, para declarar ni definir nada con
valor jurídico para la Iglesia.
Inmediatamente después de la muerte de Wojtyla la gente gritaba "¡Santo
subito"! ("¡Santo de inmediato!") ¿Por qué? Pues porque fue la cabeza
de una religión humanitaria y sin dogma (sin doctrina ni enseñanza).
Una religión así, en el mundo actual regido por el humanismo liberal,
necesariamente tiene que caer bien a todos, toda vez que no propone ni
defiende la sana doctrina, que es lo que divide entre la verdad objetiva
y el error, entre el bien objetivo y el mal, entre el pecado y la
gracia, entre la salvación y la condenación, entre la Iglesia de Cristo
Una-Santa-Apostólica- Católica y las demás falsas religiones, entre el
Papado y el democratismo eclesiológico, entre la antropología cristiana y
el pluralismo ateo no-exclusivista, en fin, entre la ciudad de Dios y
la ciudad terrena. El mismísimo Redentor, por razón de la Verdad, con su
autoridad divina por esencia dice: "Putatis quia pacem veni dare in terram; non, dico vobis, sed separationem"
(Lc 12,51) (Pensáis que he venido a la tierra a dar paz; os digo que
no, sino separación). Sí, y esto no puede ser diferente para Pedro (y
sus sucesores) quien, a causa de lo mismo debió enfrentar el martirio;
por causa de la Verdad, que divide entre quienes la reconocen y la
siguen y entre quienes se resisten o se rebelan o la ignoran
culpablemente; ¡Esto es muy simple, es así! Pero, cuando un hombre, en
nombre de la Iglesia es aceptado y alabado hasta por los enemigos
clásicos de Cristo y su Iglesia (judíos, masones, comunistas,
musulmanes, protestantes, cismáticos griegos, budistas, progresistas de
todo tipo, etc.) es porque ha defeccionado públicamente de la Verdad.
Seguramente Roncalli fue, primero beatificado y, luego, canonizado al
parecer por haber convocado el Vaticano II. Sin embargo, con don Gianni
Baget Bozzo, nos preguntamos ¿Cuáles son los frutos del Vaticano II? Su
sucesor, Pablo VI, lo dice: "La autodestrucción de la Iglesia". Entre los requisitos de un futuro beato se cuenta la pureza doctrinal en sus escritos. Roncalli publicó la Pacem in Terris
la cual, entre sus errores promovió la famosa distinción entre error y
errante, entre comunismo y comunistas; distinciones que buscaba levantar
la excomunión y condena no sólo de obras comunistas, sino de tantos
errores de los teólogos modernistas. Es la consagración del "errante sin
error" (una suerte de delincuente sin delito). Además, abdicando de la
autoridad del Papado procedió a la anulación de los trabajos de la
comisión preparatoria, que no estaban en línea con su progresismo;
determinó que el conciliábulo se auto dirigiera, dejándolo por entero en
manos de "teólogos" modernistas como Ratzinger, Küng, Schillebeeckx,
Wojtyla, Congar, Chenu, Rahner, etc., con la complicidad de la Curia
modernista. Roncalli, convocando el Vaticano II, hizo posible la
auto-demolición de la Iglesia, entregando vilmente la totalidad del
rebaño fiel, que poco advertía de este desastre, en la boca del lobo:
así es como nos encontramos al presente, mientras esperamos que Dios
abrevie los días de nuestras aflicciones, nos conceda un verdadero Papa
y, por la poderosa intercesión de María, vencedora de todas las
herejías, ponga Su Iglesia en orden.
Lo que sucedió, el 27 de Abril de 2014, en la usurpada Sede de Pedro, no fue una canonización, sino una apoteosis, que la Real Academia Española define como: "Ensalzamiento de una persona con grandes honores o alabanzas".
Ceremonia no muy distinta de otras apoteosis, como la de George
Washington quien, al igual que Roncalli y Wojtyla, defendía y propiciaba
el "librepensamiento" y la libertad religiosa. Simples ceremonias
humanas para ensalzar, tendenciosamente, a simples hombres; con el
agravante, en nuestro caso, de hombres que han dedicado su vida a
destruir la Iglesia, y que no han sido ni católicos, ni Papas ni, menos
aún, Santos.