domingo, 27 de septiembre de 2015

La apoteosis de A. G. Roncalli (Juan XXIII) y de K. Wojtyla (Juan Pablo II)

     

     La canonización es un acto de la infalibilidad de la Iglesia; siendo la infalibilidad aquel don por el cual la Iglesia goza de un privilegio tal que, por medio de la asistencia del Espíritu Santo, no puede errar en lo que concierne a la fe y a la moral, tanto en el enseñar como en el creer; así la Iglesia es infalible no ex natura sua, sino por participación en la infalibilidad de Nuestro Señor Jesucristo, que es Cabeza de la Iglesia; así, es imposible que la Iglesia proponga algo errado a los fieles, pues se trata de alcanzar el último fin del hombre, a saber, la vida eterna en el cielo por medio de la glorificación de Dios en la tierra.

     A su vez, la canonización es la  infalible sentencia de la Iglesia con la cual se declara que un difunto ha alcanzado la santidad y, de este modo, ha conseguido la gloria celeste. La canonización concluye el proceso de las virtudes heroicas junto a las pruebas de los milagros, según el uso de la iglesia desde el S. X. Tiene como efecto la permisión para ser invocado y venerado por los fieles como patrono y modelo seguro de santidad.

     Los decretos solemnes de Canonización de los Santos gozan de la infalibilidad, puesto que forman parte de las cosas necesarias para dirigir a los fieles sin error hacia la salvación. Por el contrario, si en esto la Iglesia pudiese errar, significaría que la Iglesia podría proponer, para venerar e imitar, hombres malvados o condenados; lo cual no conduciría a los fieles hacia la salvación, sino hacia la condenación.

     Ahora bien, el Canon 2038 del Código de Derecho Canónico de 1917 establece que “Con el fin de obtener de la Sede Apostólica la introducción de la causa de beatificación (etapa previa a la canonización de un difunto, n.d.a) de un Siervo de Dios, en derecho, debe antes constar la pureza doctrinal en sus escritos, la fama de su santidad, de sus virtudes , de sus milagros o de su martirio, así como la ausencia de cualquier obstáculo que pareciese perentorio”.

     Tomemos ahora las palabras con las cuales J.M. Bergoglio ha “canonizado” a los “beatos” Angelo Roncalli y Karol Wojtyla: “Ad honorem Sanctae et Individuae Trinitatis, ad exaltationem Fidei Catholicae et vitæ christianæ incrementum, auctoritate Domini nostri Iesu Christi, Beatorum Apostolorum Petri et Pauli, ac Nostra, matura deliberatione praehabita, et divina ope saepius implorata, ac de plurimorum Fratrum Nostrorum consilio, Beatos Ioannem XXIII et Ioannem Paulum II Sanctos esse decernimus et definimus, ac Sanctorum Catalogo adscribimus, statuentes eos in universa Ecclesia inter Sanctos pia devotione recoli debere. In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen”. (“En honor de la Santísima e Individua Trinidad, para gloria de la fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y Nuestra, después de haber realizado una completa deliberación, invocado varias veces la asistencia divina y habiendo escuchado el parecer de muchos de nuestros hermanos obispos, declaramos y definimos Santos a los Beatos Juan XXIII y Juan Pablo II y los inscribimos en el libro de los santos y establecemos que en toda la Iglesia ambos sean devotamente honrados como santos. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”).

     Es la fórmula con que la Iglesia (católica) eleva a los altares a los Siervos de Dios, previamente declarados Beatos. Veamos, desde la misma fórmula de canonización, las dificultades que se pone a la Fe católica para reconocer a estos dos hombres como santos, así como las dificultades con relación a la validez, licitud y legalidadde este acto de la “autoridad”.

     Ya nos hemos referido en otras partes al problema actual de la autoridad en la Iglesia (https://josaedo.wordpress.com/wp-admin/post.php?post=10&action=edit). En principio digamos que ningún acto que involucre la autoridad, de parte de quien carece de la autoridad, es un acto legal. Hemos dicho también que, a causa de la actual  vacancia formal de la Sede Apostólica, la Iglesia se encuentra en estado de privación con relación a la autoridad; por lo tanto también se encuentra en estado de privación la jurisdicción; aunque, si existiese la total ortodoxia en la formalidad de algún rito, se puede salvar la “validez”, aún cuando se trataría de una apropiación abusiva. Lo cual se puede ilustrar con un ejemplo: suponga usted que sufre el robo de su vehículo; el ladrón, mientras conduce por la vía pública con su auto robado, cumple rigurosamente con las leyes del tránsito y conduce el móvil respetando rigurosamente el modo de conducirlo, es decir, se trata de un conductor que conduce válidamente, y también lícitamente pues el conductor reúne los requisitos para hacerlo (mayor de edad, licencia de conducir), pero lo conduce ilegalmente, puesto que la ley no permite este acto. Luego, (independientemente de la falta de satisfacción de los requisitos por parte de los propuestos Roncalli y Wojtyla, lo cual afecta a la licitud del acto, como veremos) Bergoglio pudo haber respetado la canonicidad del acto declaratorio de la santidad de ambas personas; sin embargo lo ha hecho abusivamente, apropiándose ilegalmente de algo que no le pertenece (por dirigir una religión extraña), y que pertenece en propiedad a la autoridad católica.

     En estas “canonizaciones” constatamos que las misma razones que afectan e hipotecan la legalidad del acto declaratorio de Bergoglio, son las que afectan e hipotecan la validez y la licitud de éstas ex parte subiecti. Ambos postulantes, así como también Bergoglio, no son Papas de la Santa Iglesia Católica, debido a que, aún habiendo sido canónicamente electos (no nos consta la validez de los Cónclaves a partir de la elección de Juan XXIII), no han recibido la autoridad divina, toda vez que al momento de la aceptación de la elección han puesto un óbice a la recepción de la autoridad de Jesucristo por no tener la intención habitual de propiciar el bien de la Iglesia, queriendo promulgar, y promulgando de hecho, falsa doctrina, falso culto y falsa disciplina. Además, por la misma razón estos “beatos” no reúnen los requisitos católicos, en cuanto a la pureza doctrinal en sus escritos, la fama de su santidad y de sus virtudes.

     “Ad honorem Sanctae et Individuae Trinitatis…”(“En honor de la Santísima e Individua Trinidad…”). El más alto honor, es decir, la gloria que el hombre puede tributar a Dios Uno y Trino proviene de los actos propios de la virtud de la religión, a saber, el verdadero culto divino, en especial del más excelso entre ellos: la Santa Misa; porque por la mística inmolación de Jesucristo bajo las especies de pan y vino se ofrece a Dios un sacrificio de valor infinito en reconocimiento de su supremo señorío sobre nosotros y de nuestra obediencia hacia Él (es el fin latréutico o de adoración); también porque el mismo Cristo, inmolándose por nosotros, ofrece a Dios un sacrificio de acción de gracias de valor igualmente infinito (es el fin eucarístico). Sobre esto cabe recordar que la Misa fue definitivamente, infaliblemente e irreformablemente codificada y promulgada por San Pío V, en 1570, quien decretó con toda la fuerza de su investidura Pontificia, al final de la Bula Quo Primo Tempore “Que absolutamente nadie, por consiguiente, pueda anular esta pagina que expresa nuestro permiso, nuestra decisión, nuestra orden, nuestro mandamiento, nuestro precepto, nuestra concesión, nuestro indulto, nuestra declaración, nuestro decreto, nuestra prohibición, ni ose temerariamente ir en contra de estas disposiciones. si, a pesar de ello, alguien se permitiese una tal alteración, sepa que incurre en la indignación de Dios todopoderoso y sus bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo”.

     Roncalli, “suspectus haeresis” ya por Pío X, a causa de su relación con el modernismo, especialmente con su mentor, el sacerdote apóstata E. Buonaiutti (excomulgado) y con las obras de L. Duchesne, Roncalli decíamos, ya Juan XIII, promulgó su misal de 1962, que surgió del llamado “movimiento litúrgico”, condenado por los Papas, bajo la dirección del también modernista Ferdinando Antonelli, elevado a "cardenal" por Montini y luego miembro del Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, del cual, a su vez, emanó la actual sacrílega "nueva misa" del Novus Ordo, publicada Pablo VI. Este misal de Roncalli sólo estuvo en uso 4 años, con el único fin de preparar el terreno a la nueva liturgia ecuménica. El mismo Bugnini, autor de la “nueva misa”, había expresado que “el misal roncalliano es un puente que abre la puerta a un promisorio futuro”. Entre muchas alteraciones (prohibidas por San Pío V) introducidas por Roncalli en la Misa se pueden citar: Abolición del “Confiteor, Misereatur et Indulgentiam”, que siempre debían ser dichas antes de la Santa Comunión del Pueblo; la “semana santa” roncalliana prácticamente ya no es la Semana Santa del rito Tridentino, recibiendo escasos retoques para ser incorporada al “misal de Montini”; de hecho Roncalli adulteró la oración por la conversión de los judíos, propia de la Liturgia del Viernes Santo, como presagio de la ominosa Declaración Nostra Aetate del Vaticano II. El joven Roncalli sospechoso de la herejía modernista durante el reinado de Pío X finalmente se manifestó sin disimulo en Juan XXIII, responsable de haber convocado un conciliábulo, con el sólo propósito de hacer realidad el largamente esperado, y condenado, programa de la marea modernista.

     Por su parte, Wojtyla, ya en el apogeo de la religión ecuménica post-conciliar, aparte de las escandalosas reuniones interreligiosas (con falsas religiones, heréticos y cismáticos) y de las escandalosas concelebraciones litúrgicas con éstos mismos, lleva a su plenitud la celebración de la misa del “Novus Ordo” montiniano. Ahora ya no nos encontramos ante una simple “transición” roncalliana, sino ante una nueva y distinta realidad, ante una misa que ya no refleja ni expresa la Fe católica, sino una doctrina ajena (lex orandi, lex credendi). El rito de la misa montiniana expresa una nueva fe, siendo expresión de una doctrina religiosa modernista protestantizada. Conviene recordar las palabras de los Cardenales Bacci y Ottaviani contenidas en el texto del Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae: El Nuevo Ordo Missae se aleja, de manera impresionante, así en el conjunto como en los detalles, de la teología católica de la Santa Misa tal como fuera formulada en la XXII Sesión del Concilio de Trento (y codificada irreformablemente por San Pío V, n.d.r.)”. La “misa” que celebra Wojtyla no es la Santa Misa católica, la cual es un Sacrificio, en ella Nuestro Señor Jesucristo está presente real y substancialmente en el altar, y la acción sacrificial (Consagración) es un acto propio del mismo Jesucristo que obra por ministerio del sacerdote que actúa in persona Christi”, siendo Él el único Sacerdote y la Víctima del Sacrificio del Altar. Esto es, justamente, lo que niega la herejía modernista, así como los protestantes. Wojtyla celebraba y difundía un culto transformado en “cena” y “asamblea eucarística”, que ataca y destruye las tres notas de la Misa católica que acabamos de señalar. Por ej., en la misma definición del nuevo culto de la Institutio Generalis leemos: “La cena del Señor o Misa es la sagrada sinaxis o asamblea del pueblo de Dios reunido en común, bajo la presidencia del sacerdote, para celebrar el memorial del Señor. Por lo tanto, para la asamblea local de la santa Iglesia vale en grado eminente la promesa de Cristo: “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt. 18, 20)”; nada, pues, de Sacrificio, ni de Presencia Real, ni de Transubstanciación, ni del carácter Propiciatorio de la Misa, ni del rol del sacerdote, no como simple presidente de una asamblea (culto protestante), sino como ministro del Sumo Sacerdote y Víctima, verdaderamente distinto del pueblo. Este Novus Ordo Missae es, pues, la “misa” montiniana.

     “…ad exaltationem Fidei Catholicae…” (“…para Gloria de la Fe Católica…”). Aquí sí que estamos ante un gran problema; de hecho, las aberraciones de la revolución litúrgica serían incomprensibles sin un gran error en el origen, es decir, en la fe, en la doctrina. Es en razón de una revolución en la fe que se explican todas las demás aberraciones. La fe, al contrario de lo que enseñan Roncalli y Wojtyla, es una virtud sobrenatural (y no un subjetivo sentimiento inmanente del corazón) por la cual, con la inspiración y ayuda de la gracia de Dios (no por la indigencia de la conciencia) con nuestro intelecto (no con el sentimiento) asentimos a todo lo que Él ha revelado (no a lo que propone la conciencia), transmitido fielmente por la Tradición y que la Iglesia infaliblemente propone como divinamente revelado. Es una elevación del intelecto humano, por la gracia, para que éste dé su asentimiento a lo que Dios ha revelado. Es algo que viene de Dios (no de la indigencia de la conciencia). Esta virtud tiene un objeto, el dogma (doctrina, enseñanza). Es una virtud infundida en nuestra alma en el Bautismo, imprimiendo una carácter, el carácter sacramental por el cual somos súbditos del Rey, Cristo; por lo tanto nadie, que no haya cancelado el pecado original por la regeneración bautismal, posee la Fe. ¿Qué es lo que proponen Roncalli y Wojtyla? Una fe que, aunque por momentos contiene ciertas verdades – la  mayor parte derivadas de la ley natural que la razón fácilmente descubre, o bien tomadas “en préstamo” de la fe católica – está envenenada por la herejía y, por lo tanto, mortífera, y por lo tanto conducente a la condenación de quien miserablemente siga a estos dos individuos. Ambos reducen la Fe a un mero sentimiento religioso; por eso es que ambos sostienen que cada una de las falsas religiones son portadoras de un cierto valor. Ambos son “muy amados” por la gente (uno, “el papa bueno”, el otro, “un santo viviente”) ¿por qué? Porque ambos proponen una religión humanitaria despojada de lo que divide entre la verdad y el error, es decir, del dogma. La Iglesia no fabrica dogmas, los toma del depósito de la Fe y los propone al género humano infaliblemente bajo la forma de dogma, como enseñanza (“…quien a vosotros escucha, a Mí escucha…”) (...”quien no crea se condenará…”) sin error. Por otra parte, no puede existir contradicción ni oposición entre una enseñanza ya definida y una proposición posterior. Por ejemplo, la constitución “Lumen Gentium” (cfr. n. 8) promulgada por Pablo VI, emanada del pseudo-concilio convocado por Roncalli, enseña que la Iglesia de Cristo y la Iglesia Católica no son lo mismo, que la Iglesia Católica sólo es una parte, está contenida, subsiste en la Iglesia de Cristo, que sería una realidad más amplia, lo cual constituye una manifiesta herejía. Roncalli, quien convocó el conciliábulo  y Wojtyla, que lo aplicó, claramente distinguen entre ambas. Lumen Gentium dice que la Iglesia de Cristo es la unión espiritual de todos quienes profesan el nombre de Cristo (cismáticos ortodoxos, anglicanos, protestantes, etc.) y, por otro lado, dice que la Iglesia Católica es tan sólo la institución jurídica establecida sobre el Papa y los obispos. Dice también que la Iglesia católica “subsiste” en la Iglesia de Cristo, en oposición a la bimilenaria doctrina de la Iglesia, a saber, que la Iglesia de Cristo “es” la Iglesia de Católica, tal como Papa Pío XII lo declara infaliblemente en 1943 en su Encíclica Mystici Corporis Christi. Wojtyla, implementando el vaticano II, enseña el “subsiste” para profesar y difundir el dogma oficial de la nueva religión, el ecumenismo; y así, la Iglesia de Cristo también “subsiste” en la iglesia luterana, en la anglicana, en la autodenominada “ortodoxa”, y en cualquiera otra falsa religión. Enseña que la Iglesia de Cristo está compuesta por todos quienes miran con “fe” a Nuestro Señor Jesucristo: ninguna necesidad de pertenecer  a la Iglesia Católica ni de estar en unión con Pedro (el Papa). Esta enseñanza contradice el dogma de que la Iglesia católica es la verdadera Iglesia de Cristo y el único Cuerpo Místico de Cristo. También el Vaticano II, querido por Roncalli, promulgado por Montini e implementado por Wojtyla, enseña que todas las religiones no católicas son medios de salvación; ¡y sí!, ¡insólito! ¡Esto es pública herejía! ya que niega el dogma de Fe que establece que fuera de la Iglesia católica no hay salvación; la Iglesia siempre ha enseñado que, siendo ésta la única Iglesia de Cristo, ella es el único medio de salvación. El conciliábulo también enseña que la Iglesia tiene un gobierno colegiado (el colegio de los obispos); esta es también una proposición herética, que va en contra de la constitución de la Iglesia; la Iglesia no es gobernada por un colegio, al modo de una democracia política, sino por Pedro solo, quien recibió las llaves del Reino de Dios; la Iglesia fue dotada por Dios con una constitución monárquica; la razón para disminuir el Papado es, una vez más, el delirio ecuménico: el Papa es la piedra de tropiezo para implementar la ecuménica y futura iglesia de Cristo, es un obstáculo para la unión con los protestantes y los cismáticos griegos. Los cambios substanciales a la Fe católica son innumerables e infestan por doquier; así también, p. ej., con la herética enseñanza de la libertad religiosa, como si no fuese obligatorio para todos abrazar la verdadera Fe.  El Vaticano, la enseñanza de los "papas" conciliares y su práctica, encarnan la gran apostasía, el abandono total de la Fe católica.

     “…et vitæ christianæ incrementum…” (“…y el incremento de la vida cristiana…”) Por vida cristiana se entiende la vida de la gracia, en unión con Cristo y orientada a la posesión de Dios, nuestro principio y último fin, por la perfección de la caridad. El Padre Antonio Royo Marín, en su obra Teología de la Perfección Cristiana dice: “La perfección cristiana es la vida sobrenatural de la gracia cuando ha alcanzado un desarrollo eminente…con relación al grado inicial recibido en el bautismo…” Pero, para el desarrollo de la vida cristiana, es necesaria la Fe, puesto que no se puede amar lo que no se conoce; y es, precisamente la Fe sobrenatural la virtud que nos hace conocer a Dios, por medio de las enseñanzas de la Iglesia que nos propone las auténticas verdades con relación a Dios. Si dos personas, como Roncalli y Wojtyla, nos proponen el error acerca de Dios – como lo hemos visto en apenas una muestra de sus múltiples errores – entonces es  imposible el desarrollo de la vida cristiana y menos aún la salvación; sin la Fe es imposible agradar a Dios. Sin la Fe es imposible la caridad, la vida cristiana, la unión de nuestra alma con Dios. Toda la sana doctrina, toda la liturgia católica y toda la disciplina católica descansan, justamente, en los sólidos fundamentos de la Fe; por lo tanto, también toda la vida cristiana. Nadie que se deje “guiar” por estos dos “santos” puede incrementar su vida cristiana, toda vez que enseñan que el hombre se puede salvar y santificar en cualquier religión, incluyendo el judaísmo al enseñar que la Antigua Alianza no fue derogada por Cristo sino que se encuentra plenamente vigente y conduce a la salvación. Enseñan que no es necesario pertenecer a la Iglesia Católica para desarrollar la vida cristiana o para salvarse, negando los dogmas infaliblemente definidos de Extra Ecclesiam Nulla Salus y aquel que define la necesidad de estar unido a Pedro (el Papa) para salvarse. Estos “papas”, de momento que ellos mismos, por la herejía y el cisma capital, se han separado de la Fe católica, no pueden ser los sucesores de San Pedro; por lo tanto no tienen capacidad alguna para excitar, estimular, promover, incrementar la vida cristiana de nadie, menos aún pueden ser elevados a la santidad en los altares católicos, porque no profesan la Fe católica, son falsos “papas”. Todo católico que admita que estos dos individuos son Papas de la Iglesia Católica y los admire y los siga, en realidad, hace posible que la puertas del infierno prevalezcan, reconociéndoles el derecho de ocupar la Sede de Pedro y los lugares santos como invasores y usurpadores. Es precisamente la vida cristiana la que exige el rechazo de quienes, por un lado han convocado y, por otro, han consumado la apostasía del Vaticano II, rechazando ellos mismos aceptar la Fe Católica. La vida cristiana hace imposible reconocer como una y misma cosa la Iglesia de antes del Vaticano II y esta Iglesia de la post apostasía, y quien la siga sigue una religión extraña, sigue una falsa doctrina que sostiene: p. ej., “Todo ser humano está unido a Cristo” (GS. 22), “La persona humana está por encima de todo” (GS. 26), “Las religiones no cristianas poseen verdad y santidad” (NA. 2), “La verdadera iglesia de Dios no es aún única y visible” (UR. 1), “Los cristianos se unen a otros hombres para buscar la verdad” (GS. 16), “El Espíritu de Cristo no ha rehusado valerse de ellas (de las sectas no católicas, n.d.r.) como medios de salvación (UR. 3), “La Iglesia se encuentra unida con quienes no aceptan el Papado” (LG. 15), “El que sigue a Cristo, hombre perfecto, se hace a sí mismo más hombre” (GS. 41), “Cristo, en la Revelación misma, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre (creíamos que Cristo, en la Revelación, manifestaba a Dios, n.d.r) (GS. 22), “La Iglesia católica ha pecado contra la unidad” (UR. 7), “La doctrina de la libertad religiosa tiene sus raíces en la divina revelación” (DH. 9). Esto es tan sólo una muestra de la “santidad” de los papas del Vaticano II.

     “…auctoritate Domini nostri Iesu Christi… Beatos Ioannem XXIII et Ioannem Paulum II Sanctos esse decernimus et definimus…” (“…con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo… declaramos y definimos Santos a los Beatos Juan XXIII y Juan Pablo II…”) Para gobernar con la autoridad de Cristo es necesario haberla recibido de Él. Sin embargo, ninguno de los electos al Papado con posterioridad a Pío XII ha tenido la intención habitual y objetiva de propiciar el bien y el fin de la Santa Iglesia, poniendo un óbice  para recibir la autoridad de Cristo, manteniéndose tan sólo como electos pero no investidos, es decir que no han podido recibir la forma del Papado, no son formalmente Papas. En la práctica esto ha quedado en evidencia ante la innumerable serie de afirmaciones, tanto en los documentos del Vaticano II como en la enseñanza de estos electos, que se encuentran en oposición de contradicción con lo que ya ha sido irreformablemente definido por la Iglesia. Como hemos visto, someramente, estos puntos son múltiples. Podemos mencionar otro de los tantísimos ejemplos: el Vaticano II sostiene que todo hombre (por una falsa idea de la dignidad humana) tiene derecho a la libertad religiosa; en total contradicción con la Encíclica Quanta Cura de Papa Pío IX, que condenó tanto el liberalismo católico como la libertad religiosa. También se puede citar la enseñanza del falso ecumenismo por el documento Unitatis Redintegratio del Vaticano II, en total contradicción con la Encíclica Mortalium Animos de Papa Pío XI, que condena, justamente, el ecumenismo. Entonces, de la constatación de estos errores se deduce que Roncalli y Wojtyla no poseían la autoridad de Cristo, pues, sus enseñanzas, siendo errores, no gozan de la infalibilidad: es imposible que la Iglesia dé veneno a sus hijos, si alguno lo hace en nombre de la Iglesia, entonces no es la ni Iglesia ni el Papa. Todo lo que proviene de la Iglesia no puede no ser santo; estos “canonizados”, que no son la autoridad, no son santos y todo lo que de ellos emana en cuanto a la potestas iurisdictionis y que, en una situación de orden debiera tener la garantía de la infalibilidad, no tiene validez jurídica, ya sea que se trate de actos magisteriales, normas litúrgicas, leyes, canonizaciones, etc., no tienen efecto jurídico alguno, no son vinculantes. Al no tener la autoridad de Cristo, estas canonizaciones son, en sí mismas, una pantomima, una parodia. Todo lo cual afecta también directamente al mismo declarante de estas “santidades”, es decir a Bergoglio, con el agravante de que éste puede, inclusive, no ser ni sacerdote (por haber sido ordenado sacerdote bajo el rito  reformado e inválido en 1969, y en la "fe" modernista liberal) ni obispo (por la misma causa, en 1992). Ya se ve que ni los postulantes (Roncalli y Wojtyla) reunían los requisitos para ser propuestos, ni Bergoglio la autoridad para hacer lo que hizo (la canonización): tanto éste como aquellos de ningún modo poseen la potestad divina, las llaves de Pedro, para declarar ni definir nada con valor jurídico para la Iglesia.

     Inmediatamente después de la muerte de Wojtyla la gente gritaba "¡Santo subito"! ("¡Santo de inmediato!") ¿Por qué? Pues porque fue la cabeza de una religión humanitaria y sin dogma  (sin doctrina ni enseñanza). Una religión así, en el mundo actual regido por el humanismo liberal, necesariamente tiene que caer bien a todos, toda vez que no propone ni defiende la sana doctrina, que es lo que divide entre la verdad objetiva y el error, entre el bien objetivo y el mal, entre el pecado y la gracia, entre la salvación y la condenación, entre la Iglesia de Cristo Una-Santa-Apostólica- Católica y las demás falsas religiones, entre el Papado y el democratismo eclesiológico, entre la antropología cristiana y el pluralismo ateo no-exclusivista, en fin, entre la ciudad de Dios y la ciudad terrena. El mismísimo Redentor, por razón de la Verdad, con su autoridad divina por esencia dice: "Putatis quia pacem veni dare in terram; non, dico vobis, sed separationem" (Lc 12,51) (Pensáis que he venido a la tierra a dar paz; os digo que no, sino separación). Sí, y esto no puede ser diferente para Pedro (y sus sucesores) quien, a causa de lo mismo debió enfrentar el martirio; por causa de la Verdad, que divide entre quienes la reconocen y la siguen y entre quienes se resisten o se rebelan o la ignoran culpablemente; ¡Esto es muy simple, es así! Pero, cuando un hombre, en nombre de la Iglesia es aceptado y alabado hasta por los enemigos clásicos de Cristo y su Iglesia (judíos, masones, comunistas, musulmanes, protestantes, cismáticos griegos, budistas, progresistas de todo tipo, etc.) es porque ha defeccionado públicamente de la Verdad.

      Seguramente Roncalli fue, primero beatificado y, luego, canonizado al parecer por haber convocado el Vaticano II. Sin embargo, con don Gianni Baget Bozzo, nos preguntamos ¿Cuáles son los frutos del Vaticano II? Su sucesor, Pablo VI, lo dice: "La autodestrucción de la Iglesia". Entre los requisitos de un futuro beato se cuenta la pureza doctrinal en sus escritos. Roncalli publicó la Pacem in Terris la cual, entre sus errores promovió la famosa distinción entre error y errante, entre comunismo y comunistas; distinciones que buscaba levantar la excomunión y condena no sólo de obras comunistas, sino de tantos errores de los teólogos modernistas. Es la consagración del "errante sin error" (una suerte de delincuente sin delito). Además, abdicando de la autoridad del Papado procedió a la anulación de los trabajos de la comisión preparatoria, que no estaban en línea con su progresismo; determinó que el conciliábulo se auto dirigiera, dejándolo por entero en manos de "teólogos" modernistas como Ratzinger, Küng, Schillebeeckx, Wojtyla, Congar, Chenu, Rahner, etc., con la complicidad de la Curia modernista. Roncalli, convocando el Vaticano II, hizo posible la auto-demolición de la Iglesia, entregando vilmente la totalidad del rebaño fiel, que poco advertía de este desastre, en la boca del lobo: así es como nos encontramos al presente, mientras esperamos que Dios abrevie los días de nuestras aflicciones, nos conceda un verdadero Papa y, por la poderosa intercesión de María, vencedora de todas las herejías, ponga Su Iglesia en orden.

     Lo que sucedió, el 27 de Abril de 2014, en la usurpada Sede de Pedro, no fue una  canonización, sino una apoteosis, que la Real Academia Española define como: "Ensalzamiento de una persona con grandes honores o alabanzas". Ceremonia no muy distinta de otras apoteosis, como la de George Washington quien, al igual que Roncalli y Wojtyla, defendía y propiciaba el "librepensamiento" y la libertad religiosa. Simples ceremonias humanas para ensalzar, tendenciosamente, a simples hombres; con el agravante, en nuestro caso, de hombres que han dedicado su vida a destruir la Iglesia, y que no han sido ni católicos, ni Papas ni, menos aún, Santos.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Finis Vitae?

 


  En esta entrada me referiré a la muerte o, mejor, a la muerte real versus la muerte decretada, en el contexto del procuramiento de órganos para transplantes; tema muy desinformado y muy controvertido. No son pocas las ocasiones en que este problema toca las conciencias de las personas y de las familias. En el espacio que ofrece este blog incluiré tanto aspectos civiles, digamos así, como filosófico-religiosos.

     No fue sino hasta el advenimiento de los programas de extracción/trasplante de órganos, que siguió al Informe Harvard de 1968 y publicado en Agosto en la revista JAMA de aquel mismo año, que comenzaron a coexistir dos definiciones de muerte, ya que podemos ser declarados muertos tanto según la ley del Estado como, tradicionalmente, según la naturaleza. El Comité Harvard entró en escena a causa del apremio mundial que causó el primer trasplante realizado por el cardiocirujano Christian Barnard en Sudáfrica en 1967; frente a este acontecimiento no cabían sino dos opciones: 1) Condenar el trasplante a corazón latiendo como inaceptable en lo moral y en lo legal, toda vez que hasta el momento la muerte era verificada en base al criterio tradicional de paro cardio-respiratorio irreversible; extraer un corazón latiendo era incurrir en la culpa de homicidio voluntario al provocar la muerte del donante; 2) Cambiar la definición de la muerte para superar los problemas morales y legales. Todos sabemos que se impuso esta segunda opción, con amplia aceptación en la comunidad médica de un nuevo concepto de muerte: La muerte cerebral, como equivalente a la muerte real.
     Sin embargo, para muchos la situación aún no ha sido adecuadamente superada tanto en lo legal como en el plano médico-científico y religioso, entre otros. Es así que, al menos desde mediados de los 80s., grupos organizados en diversos lugares del mundo (p.ej., La Liga Nacional contra la Depredación de Órganos y la Muerte a Corazón Latiendo, en Italia; Citizens United Resisting Euthanasia, CURE, en USA) han sido muy activos en la difusión de campañas, organización de conferencias, debates y publicaciones para oponerse a la extracción de órganos en pacientes que no consideran muertos sino en coma, que aún tienen actividad cardíaca, circulatoria, respiratoria, renal, hepática y quienes, si se les asiste, pueden hasta llevar un embarazo a término; consideran que se trata de una verdadera “vivisección del hombre”.

     En el plano médico-científico y jurídico se dispone, a la fecha, de abundante información la cual, sin embargo, no ha llegado suficientemente a las personas al momento de promover las campañas de donación de órganos, sobre la base de  estimular un cierto desinteresado y noble espíritu de “generosidad y solidaridad”. A pesar de aquello la población, en general apegada al sentido común y al criterio clásico con relación a la muerte, no ha sido fácilmente entusiasta en adherirse a estos programas, debiendo el Estado promulgar leyes para invertir el sentido de la decisión de la gente, regulando, no ya la voluntariedad para “ser” donante", sino para “no serlo”; muchas personas que nunca se preocuparon del tema se convirtieron, de este modo, en “legalmente” disponibles. Es así que esto es considerado por muchos una verdadera “eutanasia de Estado”, y hasta de “Distanasia” (una suerte de muerte violenta impuesta por el Estado), poniendo, por imperio de la ley, la prerrogativa del paciente a ser transplantado sobre el paciente en estado de coma considerado “irreversible”, exponiendo al hombre a morir según el dictamen del Estado y sus leyes en vez de morir según la naturaleza; se trataría de leyes injustas ya que se haría pasar el delito como derecho en base al positivismo jurídico y contra la verdad objetiva. El hombre es titular de ciertos derechos; en este sentido ¿Es lícito que el Estado, por medio de un acto médico jurídico, certifique la “no vida” de un paciente mediante la declaración de la irreversibilidad funcional de su cerebro aún perfundido?

     En el plano de la Ética, resultaría éticamente inaceptable la procuración de órganos de modo que esto provocase mutilaciones o la muerte del donante. El acto éticamente aceptable comprende hacer el bien y evitar el mal, el bien no debe ser refrenado, el mal  no debe ser realizado y, en fin, no se puede realizar el mal para conseguir un bien.  Hoy por hoy, los Programas de la Calidad de la Atención vigentes exigen el correspondiente Consentimiento Informado, el cual debe ser firmado por el paciente autovalente o por los familiares si éste se encuentra inhabilitado, con posterioridad a la correcta información acerca del procedimiento a practicar para la extracción en el donante, con el propósito de estar en condiciones de consentir o rechazar libre y concientemente. Esto significa que las personas deben ser informadas sobre la naturaleza del procedimiento: entre otros, que antes de la extracción su corazón está sano y capaz de mantener la circulación y respiración tisular, que la remoción  de cualquier órgano vital de su cuerpo produce la muerte real, que durante el procedimiento se le administrarán ciertos fármacos y procedimientos anestesiológicos para reunir las mejores condiciones quirúrgicas relativas a la viabilidad del órgano, y se le debería advertir, además, si antes de la extracción se le administrará o no la anestesia (como ha sido recomendado por los anestesiólogos).

     Hay que decir que, con anterioridad a la introducción del concepto de “muerte cerebral”, el médico concurría en calidad de experto para certificar oficialmente lo que la gente, por la experiencia y el sentido común, consideraba un cadáver; el médico verificaba un evento ya ocurrido: la ausencia prolongada de actividad cardio-respiratoria y las consiguientes señales de muerte real llegando, algunos, a enumerar hasta quince: la rigidez cadavérica, livideces hipostáticas, el enfriamiento, etc., hasta llegar al signo cierto e infalible, la putrefacción. Sin embargo, con la introducción de la figura de “muerte cerebral”, los médicos cambiaron de rol, puesto que pasaron a certificar algo sorprendente: certificar que se trata de un cadáver que posee circulación sanguínea y corazón perfectamente funcionante, posee buena función respiratoria (aunque asistida), normal función renal y hepática y, como dijimos antes, si es mujer, incluso con la capacidad de llevar a término un embarazo pre-existente (como ya ha sucedido); todo lo cual repugna al sentido común y a la realidad objetiva. Al respecto hay que considerar que al definir una función como “irreversible” se hace aplicando un juicio categórico y absoluto, lo cual es un problema ante el progreso de la ciencia médica que constantemente mueve y desplaza los límites de la irreversibilidad, de modo que se trata de un concepto precario, siendo además mudable entre las naciones, y aún en una misma nación, lo cual se refleja en sucesivas leyes al respecto. Por otro lado la muerte de un ser humano debe ser una verdad objetiva, cierta, absoluta, constatable con criterios inequívocos; no mediante recursos disponibles de acuerdo “al estado actual del conocimiento”. El coma irreversible ¿Es realmente la muerte del ser humano? La misma Harvard School en 1992 en su “Rethinking Brain Death” revisó el tema y afirmó que no existen medios instrumentales aptos para demostrar el cese irreversible de todas las funciones del encéfalo (aparte de que estudios científicos han establecido que del cerebro sólo se ha alcanzado a conocer el 10% de sus funciones; ¿Cómo se podrá certificar, entonces, la irreversibilidad de las funciones de aquel amplio porcentaje desconocido?); lo cual quita el piso a las legislaciones al respecto.

     En el año 2000 la organización CURE emitió una declaración firmada por más de 120 personalidades de varios países, que comprendía médicos, científicos, juristas, profesores, abogados y religiosos, titulada “Muerte Cerebral – Enemiga de la Vida y de la Verdad, luego de constatar que ninguno de los cambiantes protocolos del denominado “criterio neurológico” para determinar la muerte satisface la garantía de ser medios científicamente seguros para la identificación de signos biológicos que indiquen que una persona está efectivamente muerta, y declara: “En síntesis, la muerte cerebral no es la muerte; la muerte jamás debiera ser declarada sino en presencia de la disolución de todo el cerebro y, contemporáneamente, del sistema circulatorio y respiratorio”. De hecho los diversos parámetros que han sido propuestos para declarar la “muerte cerebral” de una persona, dice el texto de la declaración, no están ni claramente determinados ni comúnmente aceptados por la comunidad científica. Al contrario, las múltiples definiciones del criterio de “muerte cerebral” introducidas por la publicación titulada “Una definición de coma irreversible” en 1968 – más de 30 protocolos tan sólo en la primera década – han llegado a ser cada vez más permisivas…Saber, con certeza moral, continúa la declaración, que “el cese completo e irreversible de todas las funciones del encéfalo (cerebro, cerebelo y tronco cerebral)” ha ocurrido, exigiría la total ausencia de la circulación y de la respiración. Junto a lo anterior, muchas personas se plantean otras interrogantes: en los servicios médicos ¿se hace todo lo necesario para la recuperación de un paciente comatoso? ¿se hace oportunamente? ¿son oportunas las medidas específicas para la protección del cerebro lesionado, p.ej? - mientras más tiempo pasa antes de la atención especializada hay mayor deterioro - ¿Se trata de salvar al paciente a cualquier costo, o más bien de salvar los órganos a cualquier costo, en correspondencia con la política de Estado?

     En cuanto al protocolo de certificación de la “muerte cerebral” las personas deben saber que el paciente, junto con el encefalograma, será sometido a una valoración de respuestas reflejas a estímulos: p.ej., entre otras pruebas, está el test de la apnea consistente en la suspensión de la ventilación, en espera de la recuperación espontánea de la ventilación, lo cual se repite varias veces consecutivamente para valorar la profundidad del coma y validar las condiciones que piden los protocolos, procedimiento que puede agravar la condición neurológica que ya es crítica en un traumatizado de cráneo.

     En fin, llegado a este punto, consideraré lo que en última instancia importa con relación a la Fe católica. En otras entradas he descrito, tanto con escritos propios como sirviéndome de voces autorizadas, el doloroso estado actual de la Iglesia Católica con relación a la doctrina, el culto y la disciplina, lo cual es correlativo a las tres potestades de Nuestro Señor Jesucristo: Maestro, Sumo Sacerdote y Rey. También he dicho que, actualmente, las Sedes católicas están ocupadas por personas que representan una religión extraña, anti-católica, con  doctrina propia, propio culto y propia disciplina, a saber la religión del Novus Ordo, o la religión conciliar o, si se quiere, la religión ecuménica. Sin embargo, y a pesar de aquello y tal como corresponde al estilo del Magisterio de los pseudo-reformadores modernistas, desde 1967 (primer trasplante cardíaco) a la fecha la posición ha sido vacilante y ambigua frente a este tema, dejando a los fieles librados a su propia conciencia; y, a pesar de que no son la autoridad divinamente asistida, no puedo sino hacer alusión al rol que esta organización ha jugado en esta materia.

     En realidad, el desarrollo de los programas de extracción/trasplante se ha venido implementando desde la década de los 50s, siendo Papa (último verdadero Papa católico pre concilio Vaticano II) Pío XII. En el Discurso de Su Santidad en el 1er Congreso Internacional de Histopatología del Sistema Nervioso (14 de Septiembre de 1952), Papa Pío XII expresa que «en virtud del principio de totalidad, de su derecho a usar los servicios del organismo como un "todo", el paciente puede permitir que algunas partes sean extirpadas o mutiladas cuando y en la medida en que eso sea necesario para el bien del organismo en su conjunto». En el Discurso de Su Santidad a los miembros de la Asociación de Donantes de Cornea y a la Unión Italiana de Ciegos (14 de Mayo de 1956) el Papa afirma que la comunidad no puede ser entendida como "organismo total", por lo cual ésta no puede pretender la extracción forzada (como lo es ahora por ley del Estado) de un órgano de un sujeto, aunque sea con el fin de solidaridad, siendo necesario el consenso; el Pontífice reconoce, además, que «El trasplante de un tejido o de un órgano de un muerto a un vivo no es un trasplante de un hombre a otro hombre; el muerto era un hombre, pero ahora ya no lo es…El cadáver no es, en el significado propio de la palabra, un sujeto de derecho, porque se encuentra privado de personalidad, la única que puede ser sujeto de derecho». Aunque las intervenciones de Papa Pacelli son más bien escasas con relación a esta materia, sin embargo establece algunos principios importantes que tomaremos más adelante.

     En la época del pseudo-magisterio conciliar, la Pontificia Academia de las Ciencias ha tomado parte al menos en tres oportunidades. En 1986, bajo el título de La prolongación artificial de la vida y la exacta determinación del momento de la muerte declara: “un individuo es considerado muerto cuando se haya verificado la pérdida irreversible de cualquier capacidad de integración y coordinación de las funciones físicas y mentales del cuerpo (lo cual, en la doctrina católica, sólo acontece al separarse del cuerpo su principio vital, o alma; no cuando deja de funcionar un órgano). La muerte sucede: a) cuando han cesado irremediablemente las funciones cardíacas y respiratorias espontáneas, o b) cuando se ha constatado la detención irreversible de todas las funciones cerebrales”. En el año 2005 volvió sobre el tema en la Convención “Los signos de la muerte” en la cual, por el contrario, se mostró de acuerdo en considerar que la sola muerte cerebral no es la muerte del individuo y que el criterio de muerte cerebral, siendo carente de credibilidad científica, debiera ser abandonado (lo cual es perfectamente ortodoxo). Luego, sorprendentemente, y a instancias de Mons. Marcelo Sánchez quien ordenó que no fuesen publicadas las actas del 2005, la misma Academia, contradiciéndose del todo, en el año 2008 emitió la siguiente declaración: “La muerte cerebral no es sinónimo de muerte, no implica la muerte ni es equivalente a la muerte, pero ‘es’ muerte”. Estamos aquí ante una absoluta imposibilidad de entender esta contradicción, dado que el intelecto humano es incapaz de adherir, al mismo tiempo y bajo el mismo punto de vista a dos proposiciones contradictorias; simplemente es una imposibilidad, el intelecto humano no es capaz metafísica ni psicológicamente de ese acto, aunque Hegel diga que de dos proposiciones opuestas se obtiene una "nueva idea", la antitesis, y así sucesivamente. ¿Es esto acaso la forma de hacer claridad doctrinal? ¿Es esta ambigüedad un criterio firme y seguro para la conciencia de los católicos al momento de considerar, p. ej., ser donantes?

     ¿Cuál ha sido la posición del pseudo-magisterio ecuménico sobre este tema, secta invasora que hipócritamente se opone a la eutanasia y al aborto provocado, pero niega la defensa del moribundo y consiente esta “masiva eutanasia de Estado”? Para comprender esta posición es necesario tener en cuenta el carácter de la nueva religión fundada por los seguidores del conciliábulo Vaticano II; a saber, se trata de una “religión” sine dogma, naturalista y específicamente humanista, a dogma-less humanitarian religion, como dice Mons. Donald Sanborn; niega que la Revelación tiene su origen en Dios que la confió a su Iglesia (la única y sola Iglesia fundada sobre los Apóstoles y Pedro a la cabeza) y que llega hasta nosotros por la proposición infalible de esta misma Iglesia en forma de dogmas (enseñanza, doctrina); esta nueva religión (aunque con errores muy antiguos) enseña el error de que Dios, en forma sobrenatural se revela a todo hombre en su interior, en su conciencia, de tal modo que la fe se traduce en una “experiencia” personal, y que la misión de toda religión se limita sólo a “extraer esta experiencia”. Bueno, es en este inmanentismo personalista (Kant, Mounier, etc.,) donde hay que ubicar cualquier enseñanza de la religión ecuménica anti-católica, incluyendo la enseñanza acerca de la muerte. La misión de la Iglesia Católica no consiste en organizar una sociedad humana basada en la simple práctica de las virtudes naturales (como la fraternidad, la solidaridad, etc.) al modo de ciertas organizaciones sociales altruistas. No, la misión de la Iglesia está ordenada al fin sobrenatural del hombre; para lo cual le enseña la Verdad, lo santifica administrando los medios de la Gracia (sacramentos) y, por medio de la disciplina, lo conduce intimándole la militancia y los actos saludables (para que luche en orden al mérito sobrenatural)
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     Bueno, Karol Wojtyla, en 1989, hacía dos recomendaciones: 1) “Mejor renunciar a los trasplantes humanos, dado que existe incerteza en la determinación del verdadero momento de la muerte”, 2) Recomienda a “…los médicos, científicos e investigadores a proseguir sus estudios, con el fin de determinar lo más precisamente posible el momento exacto y el signo irrefutable de la muerte”. Es decir, descarga sobre la ciencia y los seglares la responsabilidad de decretar el momento de la muerte. Soslaya cómodamente y culposamente la exposición de la enseñanza católica acerca del momento de la muerte que dice: La causa formal de la muerte del hombre es la separación del alma de su propio cuerpo, dejando de ser su forma substancial o principio vital. Es decir, en el momento exacto de la muerte se deshace el compuesto humano: el hombre muere y su cuerpo deja de ser humano y se convierte en cadáver; el principio vital que le comunicaba el ser es substituido por una forma enteramente nueva, llamada forma cadavérica, cuya única misión es sostener la materia del cuerpo durante la descomposición que sigue a la muerte. Ahora ¿Quién puede siquiera imaginarse que, por medio de alguna técnica o instrumento de la ciencia, podrá el hombre determinar con certeza aquel momento preciso en que el alma se separa de su cuerpo, que es el momento preciso de la muerte real, como pretende Wojtyla?

     En Abril de 1990 se realizó una Convención, organizada por AIDO (Asociación Italiana para la Donación de Órganos) y por FEDERFARMA en la Universidad Católica de Milán, en la cual el “cardenal” Carlo Maria Martini intervino magistralmente en apoyo a los programas médicos, invitando a confiar ciegamente en los procedimientos médicos, farmacéuticos, y en apoyo de la propaganda en las escuelas. Todo esto apenas un año antes de una declaración del “cardenal” Ratzinger (1991) a La Stampa: "Aquellos que, a causa de una enfermedad o incidente, caigan en un coma 'irreversible', con frecuencia, serán declarados muertos en respuesta a las necesidades de trasplante de órganos, o servirán a la experimentación médica (cadáveres calientes)".

     En Marzo 1994, el Arzobispo de Turín y Vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana, Cardenal Giovanni Saldarini, expresaba que una de las razones por las cuales los creyentes no son donantes es “la desconfianza en los métodos de verificación de la muerte…hoy, el diagnóstico de muerte cerebral es posible con absoluta certeza”; volvemos a lo mismo, aparte de que el paciente en coma “irreversible” no está muerto sino, a lo más, se trata de un moribundo, ¿Cómo podrá jamás la ciencia decretar precozmente el momento en que el alma abandona el cuerpo y causa la forma cadavérica? ¿Existe sólida certeza moral de que no estamos faltando al 5º Mandamiento de la Ley de Dios? Santo Tomás enseña que, la facultad más noble del alma humana es la inteligencia y la razón (las cuales, en tanto función están sólo suspendidas en el coma), pero que el cuerpo vive en virtud de las potencias vegetativas (no por la integridad de las funciones superiores de un órgano) que son la nutrición, crecimiento y reproducción, y que además el hombre siente, lo cual opera por las potencias sensitivas, a saber los cinco sentidos exteriores (al menos, en el comatoso está presente el tacto – p.ej., reacciona a la incisión quirúrgica con alteraciones del ritmo cardíaco, de la presión arterial, de la sudoración, etc. -  y muy probablemente el oído, último de los sentidos externos en perderse antes de la muerte real, y el olfato, aunque no la visión). En otra parte dice el cardenal “Donemos los órganos, igualmente resucitaremos”, llamando a los creyentes a que abandonen la vieja concepción de la “sacralidad del cuerpo”. Es verdad que, para la resurrección de los cuerpos, que ha de volver a reunirse con el alma, no se necesita la integridad sin solución de continuidad del cuerpo al momento de la muerte (de hecho, muchos mueren con el cuerpo destruido, desmembrado o desintegrado por accidentes, guerras, etc.,) puesto que resucitaremos con un cuerpo sobrenaturalizado; sin embargo el cuerpo humano posee una dignidad especial, toda vez que es la morada y portador de una realidad superior, que es el alma, y vivificado por ésta, a cuyas facultades y decisiones se somete y con las cuales coopera; además, San Pablo le reconoce una altísima dignidad diciendo que es “templo del Espíritu Santo” (en el hombre en estado de gracia, y no en cualquier hombre, como enseña Wojtyla y cia.) (cf. 1 Co VI, 19). Esta es la altísima concepción de la "sacralidad del cuerpo” tan arraigada desde tiempo en la cristiandad y en el pueblo cristiano y que desdeñosamente, y hasta despreciativamente, menciona el cardenal Saldarini.

     En Agosto de 2000, interviene nuevamente Karol Wojtyla, con un discurso en el 18º Congreso Internacional de la Transplantation Society. Declaró que «La muerte de la persona…como consecuencia de la separación del principio vital, o alma, de la persona de su corporeidad…es un evento que no puede ser directamente establecido por ninguna técnica científica o método empírico», lo cual, por cierto, es perfectamente ortodoxo. Sin embargo, y haciendo honor al lenguaje ambiguo y contradictorio, como es la impronta intencional de la manera de expresarse de los modernistas, agrega a continuación «Pero…los denominados “criterios de certificación de la muerte”, que la medicina utiliza hoy…deben ser considerados como una modalidad segura, ofrecida por la ciencia, para acreditar los signos biológicos de la muerte ya acontecida de la persona». De nuevo, ¡Es imposible para el entendimiento humano adherir a dos proposiciones que al mismo tiempo y bajo la misma razón son contradictorias! Wojtyla reconoce a los profesionales de la salud la capacidad (que antes él mismo había considerado imposible) de acreditar sobre el cuerpo vivo de pacientes en coma “los signos biológicos” de la llamada muerte cerebral. ¿Cómo es que el que debiera ser el Pastor Supremo, sabiendo que, aparte de las corneas y algunos tejidos, ningún órgano extraído ex cadavere es apto para ser trasplantado (puesto que un verdadero cadáver no sirve) no hable con claridad desde el supremo magisterio (que no posee, por no haber recibido la autoridad de Cristo) acerca de un problema tan serio que se pone a la conciencia de los católicos? Por lo demás, en un paciente en coma ¿No habría que acreditar más bien los signos biológicos de la vida en vez de aquellos biológicos de la muerte?

     Joseph Ratzinger, más recientemente, intervino ante el Congreso Internacional, celebrado en Vaticano, con el título “A gift for life”, en Noviembre de 2008. Sin embargo sus palabras repiten las de Wojtyla de Agosto de 2000, haciendo hincapié en conceptos propios de la esta nueva religión meramente humana (no revelada) o, definitivamente, del humanismo (1879) que es la religión del hombre que se hace Dios (Giovanni Montini dixit, 1965): declara justa la donación en cuanto “acto de solidaridad casi obligatorio”. En consonancia con él, es común entre los miembros de la iglesia conciliar escuchar hablar, a la moda, de “evangelio de la vida” ¿sobrenatural, me pregunto?, “la cultura del don y del amor fraterno (humano modo)”.

     Se ha escuchado enunciar otros argumentos en apoyo a la “licitud” de la extracción de órganos, y que se han usado también para otros abominables fines “humanitarios”, como el aborto, estos es, que de la misma manera que el embrión, el paciente en coma “irreversible” no es (en el primer caso) o ha dejado ser (en el segundo caso) una persona; sostienen que la “muerte” del cerebro provoca la desintegración del cuerpo e identifican la condición de persona con el funcionamiento de un órgano. Pero la tesis de que la persona humana deje de existir cuando el cerebro no funciona, mientras el organismo - aún mediante las técnicas de soporte vital - se mantiene con vida, significa una identificación de la persona con la sola actividad cerebral, lo cual se opone por contradicción con el concepto de persona según la doctrina católica. La doctrina católica enseña que la persona es naturae rationalis individua substantia (substancia individual de naturaleza racional) concepto que se remonta a Boecio y que ha hecho suya la filosofía católica con Santo Tomás a la cabeza, quien perfeccionándola y para incluir también la personalidad de los seres espirituales - Dios y el ángel - define como  subsistens  in natura rationali vel intellectuali; de este modo, el Doctor común de la Iglesia señala los dos aspectos esenciales e indispensables de la persona: el aspecto ontológico, el subsistens (abandonado por los innovadores), y el aspecto psicológico, rationalis vel intelectualis (tan querido por los teólogos modernistas que siguen a los filósofos contemporáneos cuando hablan de la persona: la autoconsciencia, la libertad, la comunicación, la vocación, la participación, la solidaridad, etc.). Sin embargo ¿Qué sería de una racionalidad o de una inteligencia, aunque perfectísima, sin la subsistencia? Por cierto que no sería persona; tanto así que la naturaleza humana de Jesucristo no hace una persona, puesto que no tiene la subsistencia (si la tuviera, Cristo no la hubiese podido asumir). Por otra parte, como enseña la sana filosofía con Sto. Tomás, y esto lo recalcamos por su atingencia al tema que nos preocupa, no es necesario que la racionalidad o la inteligencia estén presentes en acto, sólo es necesario que se encuentren presentes como facultad [id est, in  potentia, n.r.]: de este modo es persona tanto quien duerme, tanto quien está en estado comatoso, como también lo es el feto (lo cual refuta, de paso, la tesis de los abortistas).

     Bueno, hay que decir que Papa Pacelli, Pío XII, no alcanzó a abordar esta materia en toda su magnitud y actualidad para iluminar la conciencia católica.

jueves, 24 de septiembre de 2015

La Fe y la Gracia en la situación actual de la Iglesia

     

      Una de las situaciones más aflictivas y uno de los dolores más apremiantes – después de perder la caridad por el pecado mortal – para un católico es carecer de los canales regulares de la gracia, necesarios tanto para recuperar el estado de justicia cuando lo perdemos como para conservarlo cuando lo tenemos y perseverar en éste hasta el fin.

     El justo posee un organismo natural, común a todos los hombres – cuerpo, alma y facultades naturales (la razón y la voluntad) con sus operaciones – ordenado a su perfección natural; y un organismo sobrenatural – alma, gracia santificante y virtudes y dones del Espíritu Santo con sus operaciones – ordenado a su fin y perfección sobrenaturales.

     Sabemos también, contra el error de De Lubac, que nada hay en la naturaleza del hombre que exija o reclame el orden sobrenatural. Por lo tanto la elevación a este orden sólo puede ser recibido como gracia de parte de Dios, toda vez que supera infinitamente las exigencias de nuestra naturaleza.

     Así mismo sabemos que el hombre, cuando ha perdido en su alma la gracia, es como un “cadáver” espiritual, puesto que queda privado de la causa formal de la vida sobrenatural (así como lo es el alma con relación al cuerpo en la vida natural, el cual muere si aquélla se separa de él); y por lo tanto nada puede merecer en cuanto a su santificación ni a su salvación mientras permanece en aquel lamentable estado, ya que el hombre, con sus solas fuerzas naturales, no puede producir obras meritorias para la vida eterna: el mérito supone la gracia.

     El pecado, en tanto "aversio a Deo et conversio ad creaturas" (aversión a Dios y conversión a las criaturas), siendo el único mal verdadero que puede sufrir el hombre, a modo de “suicidio espiritual” del alma, es también lo único que nos priva de la gracia, raíz de la vida divina; junto a esta pérdida y grandísima ruina perdemos también todo mérito sobrenatural. El hombre, en el origen, fue privilegiado con el estado de justificación por Dios pero, con su prevaricación perdió el estado de gracia y el derecho a la gloria los cuales, en virtud de la obra redentora de Jesucristo, podemos recuperar tan sólo por dos medios, que son los llamados sacramentos “de muertos (espirituales)”: el Bautismo en el inicio de la justificación y el sacramento de la Confesión si acaso volvemos a caer ya bautizados.

     Ahora bien, volviendo al principio de esta entrada, no puede ser más aflictiva la actual situación que aqueja al católico, a causa de la orfandad en que nos encontramos por la defección post-conciliar de la Autoridad en la Iglesia, en cuanto a la distribución de los medios de salvación y canales de la gracia divina, cuales son los Sacramentos. En efecto, siendo imposible perseverar en la justificación sin el constante auxilio de la moción divina en el alma, el acceso a sacramentos válidos es, literalmente, “vital”; tanto con relación a los sacramentos “de muertos” (el Bautismo y la Confesión) necesarios para obtener la gracia y para recuperarla, como con relación a los sacramentos “de vivos” (El Orden, La Eucaristía, la Confirmación, la Unción de los enfermos y el Matrimonio) para conservar, alimentar y desarrollar la perfección cristiana. Todos estos medios de santificación pudo Cristo dispensarlos directamente, sin embargo quiso administrarlos por medio de una institución fundada directamente por Él, la Iglesia Católica, en la cual los depositó para todo el que crea se salve. Siendo Cristo el autor de los sacramentos y el ministro invisible de su Iglesia (Él es quien bautiza, quien confirma, quien perdona, etc., aunque por medio de hombres que Él estableció en el sacramento del Orden como ministros externos) puso sobre su Iglesia, que Él gobierna invisiblemente por medio del Espíritu Santo, a un hombre como su Vicario y Ministro visible, es decir a Pedro y sus sucesores. Luego, hay sólo una realidad donde se encuentra el depósito de la revelación y de la gracia, ésta es la Iglesia fundada sobre Pedro y en unión con él.

     El problema está en que actualmente, con excepción del Bautismo y, probablemente, del Matrimonio, quien quiera profesar la Fe y recibir los auxilios divinos sin los cuales nada meritorio podemos en el orden sobrenatural, se encuentra ante una trágica dificultad. Por un lado están los católicos "costumbristas" que, ya sea por pasiva confiabilidad o por ignorancia culposa, siguen incondicionadamente tanto las enseñanzas como la liturgia de la "iglesia conciliar", por otro lado están (potencialmente) quienes quisieran convertirse o profesar la religión católica y también, en fin, los católicos que quieren mantenerse fielmente e integralmente católicos y que, para ello, encuentran un impedimento insalvable para unirse a la iglesia oficial. El primer grupo cree seguir la sana doctrina y recibir sacramentos válidos, hipotecando descuidadamente y negligentemente su santificación y su salvación. El segundo grupo, si instruido, no sabrá adonde recurrir para encontrar el depósito de la Fe, la regla de la Fe, y los sacramentos. El tercer grupo, sabiendo que la Iglesia Católica es indefectible, llorará no tener fácil acceso al Pusillus Grex Militans, es decir al "Pequeño Rebaño Militante" que mantiene la Missio, aunque no la Sessio, en orden a recibir válidos sacramentos.

     Y ¿cuál es la causa de toda esta situación tan aflictiva y sin precedentes en la historia de la Iglesia Militante? Esto se debe a que la Iglesia fundada por Jesucristo, la Iglesia Católica, al menos desde la promulgación de los documentos del Concilio Vaticano II, quedó casi escondida y velada, reducida a un puñado de obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, pero que continúa celebrando la Oblatio Munda que es el Santo Sacrificio, el cual no debe cesar hasta el fin de la historia. En cambio, no es posible seguir a la iglesia oficial, toda vez que ésta profesa otra religión (ecuménica, conciliar, o como se la quiera llamar) y no es Pedro quien la gobierna.

     Hemos dicho que el hombre, llamado gratuitamente por Dios a la vida divina, en el actual estado de naturaleza caída, aunque no irremediablemente perdida, necesita del auxilio de la gracia, toda vez que el fin a alcanzar (en el orden sobrenatural: la propia santificación y la vida eterna) supera a la naturaleza – en el estado de inocencia original no eran necesarios los sacramentos, ni como remedio del pecado ni como auxilios para la perfección del alma. También indiqué que este auxilio divino quiso Dios que brotara de los méritos de la Redención y dispensado al género humano mediante signos sensibles instituidos por Nuestro Señor Jesucristo para producir la gracia de Dios en el alma humana, éstos son los Sacramentos que han de ser válidos y administrados en la fe católica y en la única institución divinamente constituida, la Iglesia Católica.

     Hasta aquí todo funcionaría fluidamente y regularmente, y todo acontecería como en tiempos normales, si la Santa Iglesia Católica, a causa de la defección de la autoridad entregada a las insidias del enemigo de Dios y del hombre, no hubiese sido empujada por el odio de la revolución modernista a la más trágica y lamentable de las tormentas jamás sufrida en su historia.

     En realidad, en su raíz y esencia,  el problema concierne totalmente a la Fe; en su raíz porque es el origen de las consecuencias, y en su esencia porque es la naturaleza del problema. En efecto, si la fe que profesa y comunica la iglesia conciliar ya no es la Fe católica, entonces la gracia es incomunicable, puesto que sus sacramentos serían inválidos; es decir éstos serían tan sólo ceremonias y signos que no significan ni producen la gracia en el alma; y quien se acerque a recibirlos, aunque con confiada disposición, podrían sentirse sacramentalmente receptores de la gracia en fuero interno, pero en realidad nada habrían recibido en el plano objetivo. Es así que, esta nueva religión (modernista, ecuménica, conciliar, etc.) necesita una nueva iglesia con una nueva doctrina, nueva disciplina (nuevo código de derecho), nuevo culto (la cena del Señor, no el Sacrificio) y nuevos "sacramentos".

     Exponer la no catolicidad de los contenidos a creer de esta nueva fe escapa, por ahora, al espacio de la presente entrada; sin embargo podemos ahora referirnos a la nueva liturgia y a los nuevos sacramentos, y así advertir que no pertenecen a la fe católica (Lex orandi, lex credendi).

     La iglesia conciliar, fiel a su único dogma que es el falso ecumenismo, necesitó de nuevos sacramentos, para lo cual alteró y adulteró los sacramentos católicos, principalmente en su forma, en las ceremonias y oraciones, y en la intención. Brevemente podemos examinar este aspecto.

     Importancia y dramatismo especial reviste la situación respecto a la invalidez del nuevo sacramento del Orden, cuyo rito fue aprobado y promulgado por Pablo VI el 18 de Junio de 1968. Esto es crucial, ya que si desde aquella fecha los “ordenados” con el nuevo rito no han sido válidamente ordenados, entonces estos “ministros” no pueden hacer ("haced esto...") el Sacrificio de la Misa Católica y tampoco administran sacramentos válidos, con excepción del Bautismo y, probablemente, el Matrimonio. Se comprende entonces que, demolido el Sacrificio, viciada la validez del Orden sacerdotal, destruida la sana Doctrina y viciada la validez de los Sacramentos que dependen del verdadero sacerdocio estamos, por una misteriosa permisividad divina, ante la conspiración diabólica casi perfecta, sobre todo porque, destruida la Misa y el Sacerdocio según el Orden de Melquisedec, en realidad se ha destruido casi todo.

     Existe abundancia de tratados serios y confiables de doctos autores católicos que se han ocupado de estos temas, lo cual excede largamente el espacio y la intención de este blog, comenzando por el célebre “Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae” (de fácil acceso en internet en su traducción española) que, con la impronta teológica del destacado teólogo dominico Mons. Michel Guérard des Lauriers, los Cardenales Alfredo Ottaviani y Antonio Bacci presentaron a Paulo VI en 1969, para representar el abandono de la teología católica en la nueva "misa" operada por la reforma litúrgica  como producto del “concilio Vat. II”. Pretendo despertar el interés por instruirse sobre el estado actual de la religión católica, y ayudar a advertir el grave peligro de hipotecar la justificación y la salvación por comodidad, ignorancia o tibia confianza, siguiendo una falsa religión con apariencia de verdadera, por aquello de San Pablo: “Sin la fe es imposible agradar a Dios” (Hb 11,6) y aquello de “Si un ciego guía a otro ciego ambos caerán en la fosa” (Mt 15,14).

     No hemos nacido sino para alcanzar la vida y la gloria eternas en la clara visión de Dios; éste es el fin supremo de la vida del hombre como homo viator. Toda la vida terrena del hombre consiste en el mérito para alcanzar este fin sobrenatural que es, a la vez, su supremo bien; subordinada a este fin supremo el hombre puede también conseguir una felicidad relativa en la tierra, compatible con éste mediante el progreso en la perfección cristiana. Todo lo cual es imposible, y hasta mortífero (es decir causante de la muerte) si el hombre se adhiere al error, aunque sea por comodidad y negligencia, si sigue el error diabólicamente presentado y practicado por la secta de la nueva iglesia conciliar (la más grande secta de todas en la historia, pues cuenta con millones de adherentes en el mundo) y que abusivamente se autodenomina católica. La Iglesia integralmente Católica fue fundada personalmente por Jesucristo, Redentor de la humanidad, para conducir al hombre a la gloria eterna mediante los auxilios sobrenaturales que le dispensan los sacramentos válidos y la adhesión a las verdades de la Fe, en obediencia a su Magisterio infalible.

     ¿Qué hacer en medio del desastre, puesto que la mayoría del puñado de católicos se encuentra en la total orfandad pastoral y magisterial a causa de la privación de la Autoridad en la Iglesia?

     Para quienes no pueden acceder a los escasos Obispos, sacerdotes y templos que se mantienen fielmente católicos para recibir los medios necesarios para la vida de la gracia, quedan aún algunos recursos a los que podemos recurrir para no claudicar y, si caemos, volver a levantarnos; aunque conscientes de que, en tal estado, sólo se salvarán los más fuertes ya que la militancia es mucho más difícil.

     El Concilio Vaticano I dice “Mas porque sin la fe es imposible agradar a Dios (Hb 11,6) y llegar al consorcio de los hijos de Dios, nadie obtuvo jamás la justificación sin ella, y nadie alcanzará la salvación eterna si no perseverare en ella hasta el fin” (DZ 1793); es decir, quien carece de la fe viva (los no bautizados, los herejes, los apóstatas, los cismáticos, los que están en pecado mortal) carece también de la gracia y de ninguna manera se puede salvar. Además, el Concilio de Trento enseña que la fe es el comienzo, fundamento y raíz de la justificación (DZ 801): el comienzo porque establece el primer contacto entre Dios y el hombre; el fundamento porque todas las demás virtudes, incluida la caridad, presuponen la fe, de modo que sin la fe es imposible esperar ni amar a Dios (nadie ama lo que no conoce); es la raíz porque de la fe, imperada por la caridad, brotan y viven las demás virtudes. Luego, por su importancia indispensable para la vida cristiana, debemos conservar la Fe, entendida no como un vago sentimiento religioso o como una cierta subjetiva experiencia de la conciencia – como quieren los modernistas – sino como aquella “virtud sobrenatural por la que, con la inspiración y la ayuda de la gracia de Dios, creemos ser verdadero todo lo que por Él ha sido revelado…por la autoridad del mismo Dios que revela, el cual no puede engañarse ni engañarnos". Luego la Fe consiste, objetivamente, en el libre asentimiento del entendimiento, movido divinamente por Dios (no por la operación de hombre), a las verdades contenidas tanto en la palabra de Dios como transmitidas por la Tradición y que la Iglesia por su Magisterio infalible propone como divinamente reveladas. Entonces, lo primero en esta difícil situación será mantenerse firmes en la Fe católica, a la vez que huir y resistir los errores contra ella enseñados por la iglesia conciliar, errores conducentes a los más graves pecados contra la Fe, a saber, la apostasía y la herejía, miserables delitos propagados como frutos envenenados del Vaticano II.

     Una importancia especial reviste el sacramento que, por su dignidad y perfección, es el más excelente de todos, éste es la Eucaristía, porque contiene al mismo Cristo y es el fin de todos los demás sacramentos. Y aquí es donde asistimos con estremecimiento a una de las más terribles aflicciones y a uno de los más graves problemas que pone a la conciencia del católico la falsa reforma litúrgica promulgada por Paulo VI. En efecto, el católico no puede participar ni comulgar de la “misa” actual, como tampoco de la llamada Misa tradicional, pero en la cual se mencione al “papa” Jorge Bergoglio en el Canon de la Misa. La razón, en el caso de la actual “misa-cena" reformada, es que tanto la definición de esta "misa", como sus fines y su naturaleza, se alejan de tal modo tanto en su conjunto como en el detalle de la teología católica de la Misa que ésta ha pasado a ser otro rito, perteneciente a otra religión. Y en el segundo caso, la Misa tradicional con mención del “papa” actual en el Canon, aunque ésta "parezca" ser la Misa católica, sin embargo, por no ser Jorge Bergoglio (ni los papas post conciliares) ni la Autoridad ni formalmente el Vicario de Cristo en la tierra, quien asista a esta misa - como lo demuestra Mons. Guérard de Lauriers - se mancha con los delitos de Cisma (por estar la iglesia oficial en estado de cisma capital) y de Sacrilegio, toda vez que participa de una acción que debiendo ser sagrada no lo es. Podemos, a lo más y por graves razones de compromisos familiares y sociales, asistir a estas “misas”, manifestando explícitamente que sólo asistimos pero no participamos.

     Tampoco debemos recurrir, con excepción del Bautismo, a los demás “sacramentos” administrados por los “sacerdotes” del denominado Novus Ordo, dado que han sido inválidamente ordenados, por lo tanto no son sacerdotes ni administran sacramentos válidos portadores de la gracia.

     En fin, tenemos al alcance de todos un valiosísimo recurso, que cobra un especial valor en el estado de privación en que nos encontramos: la oración, la cual, como enseña Santo Tomás, está dotada de cuatro efectos saludables: satisfactorio, meritorio, impetratorio y el de producir una cierta refección espiritual. Además la oración, en virtud de las promesas de Dios, posee un eficacia infalible cuando está revestida de las debidas condiciones (cfr. Mt 7,7-8; 21,22. Jn 14,13.14; 15,7; 15,16; 16,23-24. 1Jn 4,14-15); nuevamente citamos a Santo Tomás: “En consecuencia, siempre se consigue lo que se pide, con tal que se den estas cuatro condiciones: pedir para sí mismo, cosas necesarias para la salvación, piadosamente y con perseverancia” (ST, II-II,83,15 ad a.). Y entre las cosas que debemos pedir urgentemente en caso de caer en pecado mortal y en ausencia del sacramento de la Penitencia (ya sea éste actualmente inválido o administrado ilegítimamente por algún sacerdote inválidamente ordenado) es la gracia de una perfecta contrición sobrenatural para recuperar cuanto antes la amistad con Dios, que comprende el dolor y la detestación de los pecados cometidos, en cuanto son ofensa a Dios, el propósito de confesarse (aunque sea físicamente o geográficamente imposible de manera válida, ya que la contrición incluye este propósito) la reparación de la ofensa y el firme propósito de no volver a pecar.

     Y he dejado para el cierre, la excelsa y santa devoción a María, cuyos títulos y grandezas derivan del magnífico hecho de su maternidad divina. La inmaculada y llena de gracia (donde está la plenitud de la gracia no existe el pecado, ni actual ni original), divinamente asociada a la obra de redención de la humanidad, Reina de cielo y de la tierra, y Mediadora universal de todas las gracias. Como enseña San Luis María Grignion de Montfort la verdadera devoción a María conduce a la unión con Nuestro Señor; y afirma que éste es el camino más fácil, más breve, más perfecto y más seguro para llegar a Él. Entre las devociones a María, ocupa un lugar privilegiado la devoción del Santísimo Rosario; éste es la devoción mariana por excelencia, clara señal de justificación para quien lo rece devotamente y diariamente, prenda de múltiples gracias, incluida la asistencia en la hora de la muerte como ella misma lo prometió a Lucía en Fátima.


Christus Vincit, Christus Regnat
Christus, Christus Imperat!”

martes, 22 de septiembre de 2015

"Mysterium Fidei"

Elevación II

…HOC EST CORPUS MEUM…HIC EST ENIM SANGUIS MEUS NOVI TESTAMENTI MYSTERIUM FIDEI QUI PRO VOBIS ET PRO MULTIS EFFUNDITUR IN REMISSIONEM PECCATORUM”

     La Eucaristía fue instituida por Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena como verdadero y propio sacramento, distinto y más excelente que los demás. (De fe divina y definida). Sabemos que los sacramentos son signos (algo que posee un significado para representar otra cosa) sensibles (perceptibles por los sentidos, como el agua, el pan y el vino, etc., y las palabras) instituidos por Nuestro Señor Jesucristo para significar (Ej., el bautismo que lava el cuerpo significa la purificación del alma, que queda limpia del pecado original) y producir en nuestra alma la gracia santificante donde no la hay (la gracia primera: el Bautismo y la Penitencia) o su aumento donde ya existe (la gracia segunda – La Eucaristía, la Confirmación, el Orden, la Extremaunción, el Matrimonio).

     La Eucaristía, católica y única, puede ser considerada como sacrificio y como sacramento.
1. Como sacrificio es la Santa Misa, que consiste en “el sacrificio incruento de la Nueva Ley que conmemora y renueva el del Calvario, en el cual se ofrece a Dios, en mística inmolación, el cuerpo y la sangre de Cristo bajo las especies sacramentales de pan y vino, realizado por el mismo Cristo, a través de su legítimo ministro, para reconocer el supremo dominio de Dios y aplicarnos los méritos del sacrificio de la cruz.”
Ahora, el sacrificio de la cruz y el sacrificio del altar son uno solo e idéntico sacrificio, sólo se diferencian en el modo de ofrecerse: cruento el de la cruz, incruento el del altar.
2. Como sacramento es la Comunión, que consiste en “el acto de recibir el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor Jesucristo bajo las especies de pan y vino”. Es necesaria con necesidad de precepto divino y eclesiástico (por las palabras de Cristo en Jn 6,54: “En verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”).

     El Concilio de Trento ha definido: “la Misa es de tanta pureza y está tan libre de error, que nada hay en ella que no exhale santidad y piedad exterior, y que no eleve a Dios los espíritus de los que ofrecen” (Sesión XXII, cap. 4)

      La misa romana fue codificada por un Papa Santo, justamente por San Pío V, de una vez y para siempre, esencialmente irreformable (prohibición de alterar su sustancia) como arma eterna contra las herejías, es decir contra la verdad revelada. Sin embargo, actualmente, los católicos siguen una “nueva liturgia”, de carácter subversivo (contra la Ley Canónica), totalmente asimilada a la “Cena” protestante.

    Cuando vemos un altar pensamos en un sacrificio y en el sacerdocio, términos inseparables. Sin embargo, cuando vemos una mesa pensamos en una comida, pues las comidas se sirven en mesas. En la nueva misa del Novus Ordo montiniano, la idea de sacrificio desaparece, y es "luteranamente" sustituido por “cena”, es decir, comida.

     El objetivo de destruir la Misa católica por parte de los “nuevos reformadores" de la nueva iglesia conciliar, es el de poner la Iglesia Católica al servicio del falso ecumenismo, basado en el indiferentismo (es decir, una religión es tan buena como cualquier otra), que niega la existencia de una verdadera y única Iglesia, imaginando una cierta “verdadera” "iglesia de Cristo" que será futura, que aún no existe, pues aún no se ha alcanzado la unión cristiana “ecuménica” y declarando, en Lumen Gentium n. 8, una explícita herejía: que la Iglesia Católica no es el Cuerpo Místico de Cristo ni es la única y perfecta Iglesia de Cristo, tan sólo "subsiste" en ella; ya se comprende que lo que "subsiste" en algo es distinto e imperfecto con relación a ese algo más amplio, a saber, una futura "iglesia de Cristo". La nueva “misa” fue compuesta para trasladar a los creyentes desde la “religión católica” hacia la nueva “religión ecuménica”, es decir hacia esta nueva religión subjetivista (sin verdades objetivas, sin dogma), iluminista (la razón al puesto de la autoridad de Dios que revela), naturalista (carente de la continua y permanente asistencia de Espíritu Santo prometido por Jesucristo a su Iglesia, de la autoridad de Cristo sobre el legítimo Papa y carente de los canales de la gracia, que son los sacramentos) librepensante (a la medida de la mera opinión humana, independiente de la Regla de la Fe y basada en el "libre examen" luterano) y humanística (la religión del culto del Hombre inaugurada solemnemente y oficialmente por Pablo VI en su famoso discurso de clausura del Vaticano II). 

     La Misa católica y la “misa” del Novus Ordo ecuménico – en adelante N.O. – representan, significan y expresan dos religiones distintas, aunque esta última no es propiamente una religión, pues es hija de lo bajo (el hombre) y no de lo alto (Dios).

     El Novus Ordo Missae (la nueva misa) con la Ordenación General (OG), que es su introducción, fue publicado por Pablo VI por medio de la Constitución Apostólica Missale Romanum (3 de Abril de 1969).  En el número 7 de la OG Pablo VI defino la nueva misa como: «La sagrada sinaxis o asamblea del pueblo de Dios reunido en común, bajo la presidencia del sacerdote, para celebrar el memorial del Señor. Por lo tanto, para la asamblea local de la santa Iglesia vale en grado eminente la promesa de Cristo: ‘Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’ (Mt. 18, 20)». Vemos que la definición se remite a una “Cena”. Los Cardenales Ottaviani y Bacci, en su célebre documento Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae, explican que «tal “cena” está constituida por la reunión de los fieles bajo la presidencia del sacerdote, y consiste en la renovación del memorial del Señor…, pero todo esto no implica ni la Presencia Real, ni la realidad del Sacrificio, ni la sacramentalidad del sacerdote consagrante, ni el valor intrínseco del Sacrificio Eucarístico, el cual no depende en absoluto de la presencia de la asamblea». De hecho un verdadero sacerdote católico puede celebrar válidamente la Misa católica sin la presencia de la asamblea. Y continúa, «esta Cena no implica ninguno de aquellos valores dogmáticos esenciales de la Misa que constituyen su verdadera definición». Por lo demás, al afirmarse “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20), se coloca en preeminencia a la presencia espiritual de Cristo, por sobre el orden físico o sustancial de la presencia real eucarística. Es decir «se pone el acento en la Cena o memorial, pero no en la renovación incruenta del Sacrificio del Señor realizado en el Monte Calvario».

     Los innovadores, llevando al pueblo fiel a la práctica de un culto anticatólico y a la profesión del error (lastimosamente para la perdición de los católicos) han borrado y aniquilado el carácter sobrenatural de la liturgia católica, orientada a Dios y de Él recibida, e instalando en su lugar un mero afán por simple industria humana, en concordancia con la “Religión del hombre” por ellos oficialmente proclamada (cfr., Pablo VI, Discurso de clausura del Concilio Vaticano II; Gaudium et Spes, ns. 11 y 22). Es el omnipresente humanismo. Por ejemplo, en el nuevo culto, sacrílego y cismático, de la “nueva misa”, las oraciones de preparación recitadas al Pie del Altar por el sacerdote, que se prepara para “Entrar al Altar de Dios” (Introibo al altare Dei) fueron sustituidas por algunas palabras de bienvenida dirigidas a los fieles – no a Dios – (“La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros”); es claro que la importancia recae sobre la asamblea reunida, no sobre Dios; el carácter sobrenatural de lo que ocurrirá es oscurecido por la centralidad en la gente, en la comunidad humana, que se constituye en centralidad. En 1991, el Padre Anthony Cekada publicó un estudio titulado “The problems with the prayers of the Modern Mass” (Los problemas con las oraciones de la Misa Moderna), en el cual, tan sólo en el aspecto doctrinal de las oraciones, se evidencia el impresionante abandono de la fe católica por parte de la misa de Paulo VI. Sin embargo, es esta entrada podemos citar un segundo ejemplo (de tantos): siempre al pie del Altar (antes de acercarse a éste) el sacerdote, en la Misa Católica, recita el “Confiteor” (Yo confieso): “Yo, pecador me confieso a Dios todopoderoso, a la bienaventurada siempre Virgen María, al bienaventurado san Miguel Arcángel, al bienaventurado san Juan Bautista, a los santos Apóstoles Pedro y Pablo, a todos los Santos…” En la “nueva misa” la bienaventurada siempre Virgen María, el bienaventurado san Miguel Arcángel, el bienaventurado san Juan Bautista, los santos Apóstoles Pedro y Pablo y todos los Santos han sido eliminados y reemplazados por “y a vosotros, hermanos”, negando la Comunión de los Santos (artículo de Fe del Credo de los Apóstoles que recitamos los católicos) y trasladando la centralidad a la asamblea allí reunida (“a vosotros, hermanos”). En ambos casos (insisto, ¡entre tantísimos!), que son tan sólo una muestra del desastre, no hay conflicto de “fe” para ningún protestante, pues éstos niegan la “intercesión de los santos” y sostienen la principalidad de la asamblea.

     El católico tiene una grave razón de principio, que concierne directamente a la pureza de la Fe, para rechazar la “nueva misa” en comunión (“una cum”) con el “papa” del Novus Ordo (Bergoglio, actualmente), absteniéndose de asistir a ella (como no sea sólo, y tan sólo, en razón de algún inexcusable compromiso social – no como católico – y declarando explícitamente que asiste sin participar). Con Monseñor Michel Louis Guérard des Lauriers, coautor del “Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae” (1969) – en adelante (BEC) – (cfr. Entrevista Mons. Guérard des Lauriers, Sodalitium Nº 13, Mayo 1987) decimos que, en caso de asistir y participar, se incurre en el delito sacrilegio y en el delito de cisma. El problema es que, como están las cosas en la actualidad, al menos el 90% de los fieles no comprende o no considera ni la importancia, ni la gravedad de la “misa una cum (Bergoglio)”.

     Gravedad que consiste en:
1. El delito de sacrilegio. La razón es que, la expresión “una cum” afirma que  Bergoglio,a. Francisco, es “uno con” (una cosa con) la Iglesia de Jesucristo, una, santa y católica. Lo cual es un error, ya que Bergoglio persiste en enseñar y promulgar la herejía, luego no puede ser el Vicario de Cristo ni ser “una cosa sola” con la Iglesia de Jesucristo. Vemos que la “misa una cum” expresa un error que concierne a la Fe. Siendo la Misa, una acción sagrada por excelencia (el sacerdote oficia “in Persona Christi”) entonces, si el acto vulnera lo sagrado está hipotecado por el delito de sacrilegio.
2. El delito de Cisma Capital (por tratarse de un delito que afecta a la Cabeza, a saber, al ocupante de la Sede de Pedro). Porque, “una cum”, significa que, celebrando el Sacrificio de la Misa, se celebra en unión con y bajo la dependencia del ocupante de la Sede de Pedro quien, actualmente, se encuentra en estado de Cisma Capital, ya que ha decidido no ser la Cabeza de la Santa Iglesia de Cristo, sino de otra institución, que se ha dado en llamar ecuménica, post-conciliar, del Novus Ordo, etc., pero ya no Católica.

     Así pues, he aquí algunas razones que nos obligan a rechazar la “Nueva Misa”:
• La Nueva Misa no manifiesta, como la Misa Católica, nuestra Fe en la Presencia Real de Nuestro Señor Jesucristo. El BEC, n. II, dice: «la definición de la Misa se reduce a una “cena”…Esta cena se describe, además, como asamblea presidida por el sacerdote, para realizar “el memorial del Señor”, que recuerda lo que se hizo el Jueves Santo. Todo esto no implica ni Presencia Real, ni realidad del Sacrificio». Por el contrario, el Sacrificio de la Misa es un verdadero sacrificio propiciatorio y no una simple y protestante conmemoración del sacrificio de la Cruz (Cfr. D. S. 1753)
• Porque, tal como emana de la segunda parte de la definición del N.O., confunde la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía con la presencia en la Palabra de la Biblia y su presencia espiritual en medio de los fieles, de fuerte sabor protestante.
• En la misa ecuménica se inserta la “oración de los fieles”, la cual subraya: “el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal” (Instrucción General del Misal Romano [IGMR] Nº 45); con lo que se presenta el sacerdocio común de los fieles de modo autónomo, omitiendo su subordinación al del sacerdote, siendo que el sacerdote consagrado es el mediador de todas las intenciones del pueblo en el Te igitur y en los dos Memento. Luteranos y calvinistas afirman que todos los cristianos son sacerdotes y que, por lo tanto, todos ofrecen la Cena.
• En el ordenamiento de la “Nueva Misa” participaron seis pastores protestantes: George, Shephard, Konneth, Smith y Thurian, quienes representaban al Consejo Mundial de las Iglesias, la Iglesia Luterana, la Iglesia Anglicana y la Comunidad Protestante de Taize. De hecho, Max Thurian, protestante de Taizé, afirma que, uno de los frutos de la Nueva Misa, «será talvez que las comunidades no católicas podrán celebrar la santa cena con las mismas oraciones de la Iglesia Católica. Teológicamente es posible” (La Croix, Mayo de 1969).
• Porque así como Lutero suprimió el Ofertorio, pues en éste se expresaba claramente el carácter sacrificial y propiciatorio de la Misa, así también la misa de Paulo VI (La Nueva Misa) lo reduce a una simple preparación de las ofrendas.
• Porque favorece la afirmación protestante de es la fe de los fieles, y no la palabra del Sacerdote, lo que causa la presencia de Cristo en la Eucaristía.
• Porque la Nueva Misa hace entender que el pueblo “concelebra” con el Sacerdote, lo cual es contrario a la teología católica. En la “Plegaria Eucarística III” hasta se llega a decir al Señor: «No dejas de congregar a tu pueblo, para que desde la salida del sol hasta el ocaso sea ofrecida una oblación pura a tu nombre». El BEC considera que, este “para que” (ut), indica que el pueblo, más que el sacerdote, es el elemento indispensable para la celebración; y como tampoco, en este lugar, se precisa quién es el que ofrece, [resulta que] se presenta al propio pueblo como investido de un poder sacerdotal autónomo. En la Misa Católica, por el contrario, el que celebra, el que ofrece y el que sacrifica ese le sacerdote, consagrado para esa función, y no la asamblea del pueblo de Dios (Cfr. D. S. 1752).
• Porque el tono “narrativo” de la ¿consagración?, de naturaleza protestante, en vez del tono de intimación, hace pensar de que no se trata de un Sacrificio, sino tan sólo de una memoria de la Cena, y que la Misa no es más que un banquete de congregados bajo un presidente, un sacerdote, justamente. Todo esto se demuestra por otras innovaciones y señales: el altar reemplazado por una mesa, el sacerdote enfrentando la asamblea (a la cual, según la doctrina neotérica, se debe como presidente, o delegado), la Comunión de pie o en la mano, etc.
• Porque la Nueva Misa posee errores condenados infaliblemente por el Concilio de Trento, como por ejemplo, la Misa oficiada en lengua vernácula (no en la lengua sagrada de la Iglesia Católica Romana) dando origen a tantísimos excesos y extravagancias, las palabras que son la forma de la Consagración dichas en voz alta (en modo narrativo).
• Porque, negando la Presencia Real y para no ofender el “espíritu ecuménico”, se han atrevido, escandalosamente, a desalojar el Tabernáculo del Altar, y lo han extrañado a un lugar apartado, casi escondido o, en definitiva, escondido del todo. Ya no es el Tabernáculo lo que centra de inmediato la atención, sino una mesa despojada y desnuda (BEC); es decir, hay que esconder la Presencia de Cristo, pues la Nueva Misa es un oficio meramente naturalista, sin Cristo, incapaz de elevarse al cielo, es la gloria del hombre, no la Gloria de Dios, es un servicio desde el hombre hacia el mismo hombre - tal como ya lo hemos descrito en una entrada anterior, y lo hemos recordado ahora - referida a la “Religión del hombre”, inaugurada oficialmente por Paulo VI en el discurso de clausura del Concili-ábulo, y que ha desplazado a la Religión Revelada. Por el contrario, «Separar el Sagrario del Altar es separar dos cosas que tienen que permanecer unidas por su origen y naturaleza» (Pío XII, Alocución al Congreso de Liturgia, 18-23 de Septiembre de 1956).
 
     Con el Breve Examen Crítico podemos decir que:
«En conformidad con las prescripciones del Concilio de Trento, el Misal Romano de San Pío V impidió que se pudiera introducir en el culto divino ninguno de los errores con que la Reforma protestante amenazaba la Fe.
«Los motivos de San Pío V eran tan graves que nunca antes y en ningún otro caso estuvo más justificada la fórmula y la ocurrencia casi profética con que concluye la Bula de promulgación del Misal Romano (Quo Primum, 14 de Julio de 1570), que infaliblemente decreta: “Pero, si alguien presumiera intentarlo [alterar las disposiciones fijadas en esta Bula, n.d.r; tal como lo han hecho los actuales “reformadores” que se dicen católicos, pero no lo son] sepa que incurrirá en la indignación de Dios Todopoderoso y de sus Santos Apóstoles Pedro y Pablo”.

     En la presentación oficial del Novus Ordo Missae en la sala de prensa del Vaticano, se ha llegado al atrevimiento de afirmar que las razones invocadas por el Concilio de Trento ya no valen ahora

     Y bueno, no nos engañemos; cuando la religión conciliar del Novus Ordo, que se hace llamar católica, celebra (con la asistencia de tantísimos y tantísimos creyentes que no se instruye sobre lu fe y que, pasivamente concurre a este culto) lo que, en su propia definición de misa, llaman la Cena del Señor, lamentablemente sólo se recibe nada más que pan y vino, pues la Nueva Misa de Pablo VI, apartando la Presencia Real y suprimiendo, por principio, el Sacrificio y reemplazando al Sacerdote por un simple “presidente” entre iguales compromete, en consecuencia, la Consagración y la Comunión; en definitiva la Nueva Misa no tiene ni altar, ni sacerdote sacrificante ni sacrificio.

     Este trágico y doloroso momento nos trae a la mente el gran Papa que codificó la Misa Católica, irreformable en su esencia, de una vez y para siempre, San Pío V; y a él dirigimos nuestra súplica implorando su poderosa intercesión ante Dios, Nuestro Señor, para que abrevie los días de nuestras aflicciones y restablezca prontamente entre nosotros la sagrada Liturgia:

«¡Oh, Dios, que te has dignado elegir al beato Pío
como Sumo Pontífice para vencer a los enemigos de Tu Iglesia
y para restaurar el culto divino,
haz que nosotros nos consagremos de tal manera
a Tu servicio que podamos vencer las insidias
de todos los enemigos y alcanzar la paz eterna!»
 


Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!