domingo, 25 de octubre de 2015

¿Te Deum, aut potius Kyrie Eleison?

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     Hay que decir que el Te Deum, en plenitud, es un himno propiamente católico,  éste excelso himno data del siglo IV en la liturgia de la Iglesia, vinculado a San Ambrosio, a San Agustín y a Nicetas de Remesiana, mártir. En su quinta estrofa proclama "Te per orbem terrarum Sancta confitetur Ecclesia.." Es decir es la Ecclesia Una, Sancta, Catholica, Apostolica et Romana la que proclama a Dios por todo el orbe de la tierra, y no otra "iglesia" o denominación cualquiera.
     Son pocas las naciones que, como Chile, celebran un Te Deum con motivo de sus fiestas nacionales. En el caso de nuestra Patria, esta tradición se remonta hasta los mismos albores de nuestra vida independiente, celebrándose, también, con motivo de la asunción del mando por un nuevo presidente.
     Dejando los aspectos históricos ¿qué más podemos agregar? Pues, que en el estado actual de las cosas, mucho. De partida, es un abuso adjudicar, asimilar, homologar o analogar, en forma impropia y genérica, cualquier "acción de gracias" de cualquier "iglesia" al único y verdadero Te Deum católico. Hay que decir, por lo demás, que este himno no es, en estricto rigor, un himno de acción de gracias, sino de alabanza.
     Ahora bien ¿tenemos en Chile un Te Deum? La respuesta es NO, y ¿desde cuándo no lo tenemos? Pues a partir del primer Te Deum celebrado con la "misa una cum famulo tuo Papa Nostro Paulo VI" celebrado en Chile según el Novus Ordo Missae promulgado por Montini. Ya nos hemos referido, en este mismo Blog (cfr., el post ¿Por qué la Sede está vacante? 5-3-2014) a las razones que invalidan la "nueva misa" tanto en sí misma considerada como en su específico aspecto de ser celebrada en unión con ("una cum") los pontífices de la iglesia ecuménica-conciliar; tan sólo recordemos que esta "misa" está hipotecada por los delitos de "sacrilegio" y "cisma", ya que estos pontífices han impedido la recepción de la Autoridad de Cristo y no son los legítimos Papas de la Iglesia.
     Pero hay más. San Pablo dice "Sine fide autem inpossibile placere credere enim oportet accedentem ad Deum" (Hb 11,6) es decir, sin la fe es imposible agradar a Dios, de modo que aquel que se acerca a Dios debe creer. Luego, todo acto privado o público dirigido a Dios (excepto el infiel que es movido a la Fe por la gracia excitante del mismo Dios) exige la Fe. Y aquí ya estamos en serios problemas. Vemos, así, que un verdadero Te Deum, capaz de llegar hasta el cielo y ser agradable a Dios, necesita "sine qua non" ser celebrado en La Fe y por la sola Iglesia por Él fundada.
     En nuestro Chile, hoy por hoy, se celebran, con motivo de las Fiestas Patrias, dos "Te Deum": Desde 1975 el llamado Te Deum "Evangélico", por disposición de Augusto Pinochet, denominado propiamente "Servicio de Acción de Gracias" y, desde 1971, el Te Deum "Ecuménico", a solicitud de Salvador Allende con el beneplácito del "cardenal" "Novus Ordo" Raúl Silva Henríquez, cuya denominación oficial actualmente es "Oración ecuménica por Chile y su nuevo gobierno". Así están las cosas. Observamos que NO se habla ya, oficialmente de Te Deum. Esto acontece porque los adherentes a la iglesia evangélica están conscientes de no ser católicos y, por su parte, tanto la jerarquía como los fieles de la iglesia conciliar, también están conscientes de no pertenecer ya a la Iglesia Católica; así que ambos celebran otro rito, al que abusivamente y mediáticamente se le da impropiamente el nombre  de "Te Deum".
     Ninguna de estas dos "iglesias" ya nombradas tienen la capacidad de elevar a Dios cualquiera de sus ritos, ya que ninguna de ellas es el Cuerpo Místico de Cristo, ninguna de ellas es la sola Iglesia fundada por el mismo Cristo. Ambas son delirantes inventos humanos, creadas por la sola sugestión humana: una, inicialmente, por Lutero y los "reformadores", la otra por la "jerarquía" modernista. Una, data del siglo XVI, la otra desde 1965, a partir de la promulgación del último documento del concilio Vaticano II. Ambas, condenadas por la Iglesia (Lutero condenado por León X, y la iglesia conciliar fue condenada "en advance" por Pío XI con su Encíclica "Mortalium Animos"). Carecen de la Fe; en efecto, éstas sostienen que no es necesario creer en todo lo que Dios ha revelado, y sostienen, además, que la fe es tan sólo una confianza o un sentimiento personal del corazón: por ej., para la iglesia inaugurada por Lutero y sus denominaciones, la Misa no es un verdadero sacrificio y, entre otras herejías, niegan la transubstanciación de la hostia consagrada en el Cuerpo y Sangre de Cristo, niegan, así, la Presencia Real; a su vez, para la iglesia conciliar-ecuménica, entre otras herejías, niegan que la Iglesia Católica, fundada por Cristo sobre Pedro, sea la Iglesia de Cristo con sus notas visibles (Una, Santa, Católica, Apostólica) sino que ella está compuesta por múltiples iglesias, las cuales, algún día, formarán la "iglesia de Cristo". Sabemos que quien dice "yo decido creer en esto, pero no en aquello", ipso facto pierde TODA la Fe sobrenatural, reemplazando la autoridad de Dios que revela por una mera opinión humana; es como decir a Dios "mira, voy a creer sólo en esto y en esto, pero dejaré lo otro (p.ej., el Primado de Pedro) pues creo que te equivocas y me engañas".
     Luego, ya podemos advertir que nuestra hermosa Patria Chilena no puede, en el estado actual de las cosas, elevar públicamente a Dios  el incienso puro y aromático de la Liturgia agradable al cielo, porque las "liturgias" Evangélicas y Ecuménico-conciliares son simples celebraciones naturalísticas, que en el ámbito naturalista y humanista se quedan; no sólo no glorifican a Dios, sino, además, son aborrecidas por Dios. Sus iglesias son meras organizaciones sociales.
     Por lo demás, me pregunto, ¿qué debiera Chile agradecer a la Santísima Trinidad? ¿Acaso una presencia cada vez más arraigada de Cristo Rey en sus instituciones, leyes, escuelas y hogares? Absolutamente NO; por el contrario, escuchamos sin cesar el eco de aquella grotesca imprecación del  pueblo judío, azuzado por los jefes del Sanedrín y los Ancianos "¡No queremos que éste reine sobre nosotros!". ¿Qué acto de acción de gracias puede Chile elevar a Dios hoy en poder del más desordenado y galopante liberalismo que postula la absoluta soberanía del individuo y de la sociedad, con entera independencia de Dios y de su autoridad - por lo demás, también condenado por la Iglesia (Pío IX, en numerosos Breves, Alocuciones y, finalmente, en el Syllabus) ¿Qué podemos, digo, agradecer a Dios públicamente cuando profesamos una total apostasía y, como nación, apostatamos abiertamente la Fe?
     Atrás quedaron las recientes Fiestas Patrias, con sus solemnes e impotentes "te hominem". En verdad más que acciones de gracias deberíamos elevar un profundo Kyrie Eleison, e implorar por misericordia y perdón: "QUÆSUMUS DOMINE DEUS, PROPTER NOSTRAS OFFENSAS NOLI NOS RELINQUERE!"

“Christus Vincit, Christus Regnat, Christus Imperat!”

jueves, 22 de octubre de 2015

Resistite Fortes In Fide

Etsi homines falletis Deum tamen fallere non poteritis
Etsi homines falletis Deum tamen fallere non poteritis [Aunque engañaréis a los hombres, no podréis engañar a Dios] (Paráfrasis de San Agustín)
     A diario escuchamos por los medios acerca de la tragedia que viven miles de “desplazados” en tantas partes y a causa de tantas guerras regionales: en Palestina, en Siria, en Irak, en Ucrania, en África, etc. Sin duda es una dolorosa realidad que afecta a tantas personas en el mundo, forzadas a dejar sus hogares ante el avance de los ocupantes e invasores. Con todo, pocos, muy pocos, han reparado en una categoría de desplazados que no hace noticia, porque ellos no aparecen en los medios; aunque es, ciertamente, una dolorosísima realidad.
     En efecto, se trata del conjunto de los católicos que, manteniéndose firmes en la Fe y fieles a la Tradición Apostólica, resisten día a día a los ilegítimos ocupantes de los “loci catholici” que, a partir de la muerte de Pío XII, han expropiado nuestros lugares santos, haciéndose llamar, abusivamente, “católicos” [«Yo seré el último Papa que mantendrá todo como es ahora», fue la predicción de Pío XII, confirmada por Yves Congar].
    Se trata del Novus Ordo, la nueva religión (secta), cuyos promotores, por décadas, vinieron fraguando la demolición de la santa religión católica, así como de la Santa  Iglesia [«La Muralla China (entre la Iglesia y el mundo, n.d.r.) está siendo demolida hoy» H.U. von Balthasar, "Abatid los bastiones"] para implantar en ella, vejándola con odioso oprobio, su nuevo culto, su nueva doctrina, nueva moral y nueva disciplina [«Debemos sacudir el polvo imperial que se ha acumulado en el trono de Pedro desde el tiempo de Constantino», sentencia pronunciada por el ¿santo? Juan XXIII poco después de haber convocado su Concili-ábulo»; «Al concluir el concilio ¿Volverá todo a ser como antes? Las apariencias y los hábitos dirían “sí”. El espíritu del concilio responderá “no”», programa revolucionario de Pablo VI en su Discurso del 6 de Diciembre, 1965].
     Los legítimos hijos de la Esposa sin mancha y sin arruga, sufren ya por algo más de cinco décadas de desgarrador dolor, incomparable, con relación a las graves afrentas sufridas a lo largo de la historia de la salvación a manos de tantos enemigos declarados o encubiertos. No, nuestro dolor actual no tiene parangón. Hemos sido desplazados de nuestras capillas, de nuestras parroquias, de nuestras catedrales, de nuestras basílicas, de las Sede Episcopales, de la Santa Sede del bienaventurado Pedro, por el enemigo, por los precursores del Anticristo, del hijo de perdición, que ríe su asalto triunfal, aunque no final [«El concilio es el 1789 en la Iglesia», "cardenal" Leo J. Suenens. Con el concilio la Iglesia «haría su Revolución de Octubre pacíficamente», "cardenal" Yves Congar. La Iglesia, por medio de «una revolución dentro del orden cambió su curso de manera extraordinaria», Hans Küng (perito del Concili-ábulo)]. En el intertanto los católicos nos encontramos privados del sacerdocio, del culto, del Santo Sacrificio, de los sacramentos, de los canales habituales de la Gracia; aunque no de la Fe ni de la sana doctrina, y miramos con aflicción de desplazados hacia nuestros edificios, actualmente ocupados por la secta del Novus Ordo. «El concilio Vaticano II marcó el fin de una época o, más aún, de muchas épocas… produjo el término de la era Constantiniana, de la era de la Cristiandad…de la era de la Contra-Reforma y de la era del Concilio Vaticano I…marca un punto de inflexión en la Historia de la Iglesia», "cardenal" Suenens, moderador del concili-ábulo; «El Vaticano II representa, en sus características fundamentales…un giro en 180 grados…Es una nueva Iglesia la que ha surgido del Concilio Vaticano II (el subrayado es mío)», Hans Küng, perito del concili-ábulo. Con estas acotadas citas, entre tantísimas y tantísimas, vomitadas por el odio de los agentes directos e indirectos de todo rango (desde "papas" post-conciliares hasta clérigos ordinarios), es claro que la intención era, y es todavía (puesto que este proceso es continuo y lo peor, quizá, esté por venir) la destrucción de la Iglesia Católica, la aniquilación de su carácter militante y sagrado, de su divina constitución monárquica, así como la ocupación de sus instalaciones y edificios por el Novus Ordo, para dar lugar a una nueva "iglesia", la  iglesia de la religión de cuño humanístico-naturalística-evolutiva-gnóstica-subjetivista-protestantizada-librepensadora-ecuménica, en síntesis, la "iglesia conciliar", tal como la designó, oficialmente, "monseñor" Giovanni Benelli, sustituto de la Secretaría de Estado del Vaticano, el  25 de junio de 1976, en la carta que le dirigió, en nombre del mismísimo Pablo VI [por lo que, oficialmente, podemos utilizar esta denominación para referirnos a la "iglesia" del Vaticano II] a Mons. Lefebvre.
     ¡Y, sí; ni más ni menos! Hemos sido desalojados desde nuestra Casa por esta gente. 1) Ni más, porque por mucho que pretendan lo contrario, por divina institución, la Iglesia Católica es indefectible: «enseñándoles que guarden todas las cosas (la Fe y el Depósito) que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin de los siglos (subrayados y paréntesis míos)» (Mt 28,20); por lo tanto la Iglesia es indestructible y se mantendrá inmutable hasta el fin de la historia. 2) Ni menos, porque no es menos la espantosa medida del odio y de los embates conciliaristas en connivencia con los consabidos enemigos externos. Muchos luctuosos acontecimientos históricos han causado, ciertamente, la pérdida de miles y millones de seres humanos a lo largo de la historia; sin embargo la magnitud de la pérdida de millones y millones de almas humanas por la propaganda de la total apostasía, por causa del fraude del Novus Ordo, no tiene parangón en la historia de la humanidad; es, definitivamente, un crimen que clama al cielo: sin la Fe es imposible la consecución de nuestro último fin - la Visio Beatífica de Dios en el Paraíso por medio del Lumen Gloriae - pues «sin la fe es imposible agradar a Dios» (Hb 11,6). La Iglesia Católica, por las promesas divinas, no ha desaparecido, está y seguirá estando; reducida y arrinconada, sí; pero está inmutable e indefectible; relegada a la precariedad física en estos momentos sí, pero siempre gloriosa en su majestad y pureza y divinamente asistida; quien quiera encontrarla, por causa de la necesidad de los auxilios de la Gracia y de los sacramentos en esta vida militante, ha de buscarla, porque no está fácilmente visible, pero con seguridad la encontrará, aunque reducida a un “pusillus grex”, apacentada por verdaderos pastores, ofreciendo a Dios sin cesar desde donde sale el sol hasta el ocaso la Oblatio Munda que es la Misa del Sacrificio Eterno; no la repugnante y sacrílega "misa ecuménica", pantomima protestantizada que el Novus Ordo hace llamar "la Cena del Señor", definida así oficialmente en el N. 7 de la Instrucción General del Misal Romano promulgado por Pablo VI, de modo que, en la "iglesia conciliar oficialmente NO se celebra la Misa, sino la "Cena del Señor".
     Ya transcurridos casi 50 dolorosos años desde la clausura del concili-ábulo, aparte de todo tipo de chocantes abusos y excesos ¿Qué otros frutos podemos observar? Basta con escuchar las mismísimas palabras del ¿beato? Paulo VI que, junto al ¿santo? Juan XXIII fueron prominentes gestores de esta asamblea revolucionaria, palabras que reflejan el resultado inmediato de esta defección, de crudo realismo, aplicables a nuestros días: «A través de algunas grietas el humo de Satanás ha entrado en el templo de Dios. Hay la duda, incertidumbre, un conjunto de problemas, inquietud, insatisfacción, confrontación. La Iglesia ya no es confiable…La duda ha entrado en nuestras conciencias, y lo ha hecho a través de las ventanas que debieran estar abiertas a la luz. En vez de la ciencia, cuyo propósito es ofrecernos verdades que no nos distancien de Dios, sino que nos lleven a buscarlo más diligentemente y a glorificarlo más intensamente, ha llegado en su lugar el criticismo, la duda…Se creyó que, después del Concilio, llegaría un soleado día en la Historia de la Iglesia. Pero, por el contrario, llegó un día lleno de nubes, tempestad, oscuridad, cuestionamientos, incertidumbre. Hemos predicado el ecumenismo y nos hemos distanciado cada vez más entre nosotros mismos. Hemos logrado cavar abismos en vez de allanarlos», Paulo VI, Alocución Resistite fortes in fide,   29 de Junio, 1972. Don Jean-Luc Lafitte dice que la historia de la Revolución no es sino la historia de la de-catolicización del mundo, a lo cual ha cooperado con gran virulencia el espíritu revolucionario del Novus Ordo del Vaticano II, promoviendo la libertad religiosa (libertad revolucionaria), la colegialidad (igualdad revolucionaria) y el indiferentismo religioso mediante el ecumenismo (la fraternidad revolucionaria de 1879; cfr. supra, Cardenal Leo Suenens).
     Sí, los católicos hemos sido desplazados de nuestros santos lugares; y nos encontramos sobreviviendo casi a la intemperie, mientras los usurpadores tratan de profanar, denigrar, mancillar y deformar el esplendor del rostro de la Esposa fiel bajada del cielo después de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo; pero es en vano, pues «…la Gloria de Dios la ilumina y su antorcha es el Cordero» (Ap 21, 23b).
     En fin, para cerrar esta entrada usaré, finalmente, la proclamación de Pablo VI, paradojalmente, pero ahora con pleno sentido católico: «RESISTITE FORTES IN FIDE» pues, por misterioso pero conveniente designio divino, este es el tiempo de la tribulación y de la virtud.

Ora pro nobis Sancta Dei Genetrix, ut digni efficiamur promissionibus Christi!

sábado, 17 de octubre de 2015

El "Sensus fidei" ecuménico

     Si revisamos las publicaciones y documentos emanados de los ocupantes actuales de la Santa Sede, así como aquellos publicados por lo órganos oficiales de la Curia Vaticana, constatamos el mismo estilo redaccional que caracterizó a los documentos promulgados por el “concilio” Vaticano II; es decir, intencionadamente ambiguos y del todo contrastantes con la claridad y precisión del Magisterio pre-conciliar. Los innovadores, por medio de un lenguaje enrevesado y lleno de términos y giros lingüísticos extraños a las sólidas y nítidas formas magisteriales de la tradición católica, buscó primero escapar a las reprobaciones de San Pío X, eminentísimo defensor de la ortodoxia católica contra los desvaríos modernistas, y luego, al amparo y fomento de Roncalli, desplegaron libremente aquellas formas expresivas ambivalentes, difíciles de interpretar por su equivocidad, con el fin de servir a los errores desatados bajo la égida del conciliábulo vaticano. Por otro lado, no hay discurso, entrevista, artículo, predicación, encíclica, exhortación, audiencia, carta, alocución, etc., que, sin cejar en ofensas a Dios Trino, a Jesucristo, a la Bienaventurada Virgen María, a la Iglesia, a los legítimos sucesores de Pedro, a la Fe Católica, no conduzcan hacia aberraciones doctrinales al servicio del “dogma ecuménico” y de los públicos escándalos litúrgicos y religiosos inter-confesionales. San Pío X, Papa nuestro de feliz memoria, con su corazón deshecho por profundísimo y amargo dolor al prever que la Barca de Pedro sería asaltada, violentada y apropiada por servidores del Anticristo, anticipó en su Magisterio el pútrido zaguán en el que, hoy por hoy, navegan los invasores mancillando nuestra santa religión; anticipó Papa Sarto: “ninguno se maravillará si lo definimos [al Modernismo] afirmando que es un conjunto de todas las herejías. Pues, en verdad, si alguien se hubiera propuesto reunir en uno el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron contra la fe, nunca podría obtenerlo más perfectamente de lo que han hecho los modernistas. Pero han ido tan lejos que no sólo han destruido la religión católica, sino, como ya hemos indicado, absolutamente toda religión.” (S. S. San Pío X, Encíclica “Pascendi”, N° 38). Y autores fieles a la pureza de la Fe, como el R. P. Leonardo Castellani, han advertido para enseñanza e instrucción de los católicos: “Los modernistas no niegan la letra de ninguno de los dogmas…,pero lo vacían todo dándoles un significado humano; son como signos de la grandeza del hombre, de la divinidad del hombre, es decir, una tentación de humanizarlo todo, que fue la tentación más grande en toda la vida de la Iglesia y que será también la gran herejía del Anticristo, que va a implantar la adoración del hombre, de las obras del hombre y se va a hacer adorar él mismo como Dios, según está revelado por San Pablo.” (“Catecismo para adultos”, casi contemporáneo contra-discurso de Montini quien, oficialmente el Martes 7 de diciembre de 1965, inauguró la "religión del hombre" al clausurar el conciliábulo Vaticano II) ).
     En la Edición del 20 de Junio de 2014 de L’Osservatore Romano se lee una columna titulada “El sentido de la Fe. En un documento de la Comisión Teológica Internacional” (BAC, Madrid, 2014), firmado por Serge-Thomas Bonino, Dominicano, secretario general de la CTI. En realidad, este breve inserto tiene la finalidad de presentar un reciente documento publicado por la misma Comisión bajo el título “Le sensus fidei dans la vie de l’Église” (El sentido de la fe en la vida de la Iglesia), de ahora en adelante SF, texto sólo en francés y en inglés. Hay que recordar que, de cara a la pureza de la fe católica, toda obra u opúsculo emanado de fuentes post-conciliares debe ser recibido con gran precaución, toda vez que «jamás han faltado, suscitados por el enemigo del género humano, “hombres de lenguaje pervertido (Hch 20, 30) de vanos discursos y seductores que yerran y que inducen al error”(Tit 1, 10)». En su presentación del documento de la CTI, en L’Osservatore Romano, Bonino comienza (no podía ser de otro modo) citando al Sr. Bergoglio cuando, el 4 de Octubre de 2013 en Asís (cuyo excelsa tradición católica franciscana jamás será siquiera mínimamente empañada por las abominables y escandalosas reuniones “interreligiosas” ecuménicas iniciadas por Wojtyla) éste dijo que «[El pueblo] tiene “olfato” para encontrar nuevas vías para el camino, tiene el sensus fidei, que dicen los teólogos (innovadores, n.d.a]». Y Bonino continúa destacando que «el Pontífice (sic) ama referirse a este instinto sobrenatural [innovador él mismo, n.d.a.] que posee el pueblo de Dios [muy querida expresión vaticano-segundista].
     En el n.2 de la Introducción de SF, la CTI define el sentido de la fe como «Este instinto sobrenatural, intrínsecamente unido con el don de la fe recibido en la comunión de la Iglesia, se llama sensus fidei, y le permite a los cristianos cumplir a cabalidad su vocación profética».
     De modo que, según la doctrina de la religión neomodernista, el “sentido de la fe” sería un “olfato”, un “instinto sobrenatural”. En el n. 49, SF dice que «El sentido de la fe del creyente es una especie de instinto espiritual…se deriva de la fe constituyendo una propiedad de ésta. Se compara a un instinto, porque en primer lugar no es el resultado de una deliberación racional, sino que toma más bien la forma de un conocimiento espontáneo y natural, una especie de percepción». El n. 53 continúa: «el sentido de la fe es la forma que reviste este instinto». En el n. 54 leemos: «Como lo indica su nombre “sentido”, [el sensus fidei] se asemeja más bien a una reacción natural, inmediata y espontánea, comparable a “un instinto vital” o a una especie de “olfato” por la cual el creyente adhiere espontáneamente lo que es conforme a la verdad de la fe y evita lo que se le opone».
    Cada vez que tomamos conocimiento de algún documento innovador-postmodernista-ecuménico-naturalista de la nueva religión, debemos tener presente, en medio de la anfractuosidad y esoterismo de sus formas que, indefectiblemente, estará involucrada la nueva eclesiología, la nueva liturgia, la nueva disciplina y la nueva doctrina; pues el arte de la destrucción está en la celada. Bueno, así ocurre también con este “just born” de la CTI.
    Dice SF que el “sentido de la fe” se deriva de la fe y constituye de ésta una propiedad, siendo la fe una disposición interior suscitada por el amor (n. 56). Pero, para la religión ecuménica anticatólica ¿Qué es la fe? Pues, al igual que el carácter subjetivo-psicológico del “sensus fidei”, dicen de la fe que “…siendo Dios el objeto de la religión, síguese de lo expuesto que la fe, principio y fundamento de toda religión, reside en un sentimiento íntimo engendrado por la indigencia de lo divino” (Pascendi n.5), además “En el sentimiento religioso se descubre una cierta intuición del corazónmerced a la cual, y sin necesidad de medio alguno, alcanza el hombre la realidad de Dios, y tal persuasión de la existencia de Dios y de su acción, dentro y fuera del ser humano, que supera con mucho a toda persuasión científica. Lo cual es una verdadera experiencia, y superior a cualquiera otra racional” (Pascendi n. 13), y más aún “…en ese sentimiento los modernistas, no sólo encuentran la fe, sino que con la fe y en la misma fe, según ellos la entienden, afirman que se verifica la revelación” (Pascendi n. 6).
     Para la nueva anti-iglesia, que se dice católica, en el plano de la fe, algunos términos son muy queridos, tales como “vital”, “experiencia”, “sentido”, “sentimiento”, “amor”, “corazón”, “misterio”. Son todos términos que caen muy bien al perfil del hombre moderno, cincelado por la Escuela de Franckfurt y por el nihilismo estructuralista francés (no en vano Wojtyla fue proclamado “por el pueblo de Dios” “santo súbito”). Es en esta concepción naturalista de la fe – naturalista porque oblitera la realidad sobrenatural de la fe , toda vez que repudia la teología natural y cierra, en consecuencia, todo acceso a la revelación al desechar los motivos de credibilidad y, más aún, suprime por completo toda revelación externa (cfr. Pascendi n.5) – que la CTI intenta insertar el neotérico “sensus fidei”, este “instinto sobrenatural de la fe…suscitado por el amor…esta especie de olfato…de percepción…este instinto vital…este conocimiento del corazón. Uno de los argumentos de apoyo que esgrimen es “la connaturalidad que la virtud de la fe establece entre el creyente y el auténtico objeto de la fe” objeto que, como habíamos visto, no consiste en las verdades reveladas, sino en la misma naturaleza de Dios, en la misma “res divina” (de otro modo éste no podría ser “connatural”, a saber y sin más, la deificación del hombre). Es el mismo SF que se encarga de declarar que gracias a este divagado “sentido de la fe”, que tiene la forma de una segunda naturaleza (divinizada), el creyente (no sólo católico), reacciona espontáneamente (cfr. SF n.53) de manera infalible en lo que concierne a su objeto, es decir en lo que concierne a Dios mismo, percibido inmediatamente en su naturaleza divina misma en virtud del sentimiento vital de la fe.
     Es la misma CTI que, forzando a ciertos autores como Melchor Cano, J. H. Newman, y violentando las Escrituras, se apuran en declarar que la expresión “sensus fidei” no se encuentra ni en las Escrituras ni en la enseñanza formal de la Iglesia anterior al Vaticano II (cfr. SF n.7) ¡Lógico! No podía ser de otro modo, dado que la fe católica es objetiva y sobrenatural, en oposición al carácter subjetivo y naturalista de la nueva religión; a mayor abundamiento, la CTI intenta hacer pie en la historia diciendo que «El concepto de “sensus fidelium” comenzó a ser elaborado y utilizado de modo más sistemático al momento de la (pseudo) Reforma [protestante, ¡todo concurre! n.d.r.]». Sabemos la adoración ecuménica que la iglesia oficial profesa al protestantismo, del cual, entre otra cosas, ha adoptado novedades como “teología del laicado”, “pueblo de Dios”, “sacerdocio común”, “común oficio profético”, etc.; todo orientado hacia el concepto de “comunidad” y “fraternidad”, así como de debilitamiento del concepto de autoridad, primado y magisterio.
     Por mucho que se nos quiera retrotraer a las crisis arriana y nestoriana, la Iglesia nunca necesitó de un “instinto” u “olfato” sobrenaturales con relación a su indefectibilidad y ortodoxia. Por primera vez encontramos el “sensus fidei” en los documentos del vaticano II; especialmente en Lumen Gentium ns. 12 y 35, asociado al antedicho “común oficio profético” en el contexto de una iglesia “igualitaria y democrática” que tiende a eliminar los aspectos de “Ecclesia docens” (Iglesia que enseña) y “Ecclesia discens” (Iglesia que es enseñada); es decir, para el Vaticano II, fuente desde la cual se precipita toda la riada de extrañezas, nadie tiene nada que aprender, nadie debe enseñar, nadie debe corregir, nadie debe guiar; es suficiente con que cada uno, habiendo experimentado vitalmente el sentimiento religioso – que es a su vez la revelación y lo revelado, Dios mismo – se integre con su conciencia subjetiva individual a la conciencia colectiva comunitaria, que sería la Iglesia; si no estamos en la iglesia del libre examen de Lutero, ¿entonces qué?
     Llegados a este punto, bueno es recordar la doctrina católica para no extraviarse. 1) La fe es una virtud sobrenatural por la que, con la inspiración y la ayuda de la gracia de Dios, creemos ser verdadero lo que por Él ha sido revelado, no por la intrínseca verdad de las cosas percibidas por la luz natural de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que revela, el cual no puede engañarse ni engañarnos (D. 1789). Vemos que la fe no es un indefinido y vago “sentimiento” o “experiencia vital”; es definitivamente objetiva, ya que se trata de verdades (lo que Dios ha revelado), no de lo que el hombre siente en el corazón ni mucho menos. Es el llamado objeto material de la virtud teologal de la Fe, constituido por todo el conjunto de verdades divinamente reveladas. Además no es un fenómeno natural, que brota de una cierta indigencia psicológica; ¡absolutamente no! es una virtud sobrenatural, infusa por Dios en nuestra alma, por lo que es imposible adquirirla con las solas fuerzas naturales. No tiene como sujeto el sentimiento o el corazón, sino el entendimiento, ya que las verdades se aprehenden por el intelecto, por la razón. 2) El objeto material de la Fe definido infaliblemente por el Concilio Vaticano I (en realidad debiéramos decir sólo Concilio Vaticano, puesto que no hay otro con aquél nombre) dice: “Hay que creer con fe divina y católica todo lo que se contiene en la palabra de Dios escrita o transmitida por la Tradición y que la Iglesia por definición solemne o por su Magisterio ordinario y universal propone como divinamente revelado” (D. 1792). De modo que la divina revelación (verdades objetivas, no subjetivos sentimientos) posee dos fuentes, la Sagrada Escritura y la Tradición Católica.
     Y avanzando un poco más en este trabajo “pseudo-teológico” de la Comisión, llegamos a su punto más alto, a su broche de oro y a su verdadero puerto de llegada: Su valor ecuménico. El “santo ecuménico” Wojtyla dijo: “Con el Concilio Vaticano II la Iglesia católica se ha comprometido de modo irreversible a recorrer el camino de la acción ecuménica” (Encíclica Ut unum sint n. 3, 1995). Y así, en el trabajo SF de la Comisión leemos en el n. 56 «una cierta forma de sensus fidei puede existir entre los bautizados que llevan el bello nombre de cristianos sin profesar, sin embargo, integralmente la fe” (Lumen Gentium 15) Ahora, quien no profese integralmente la fe, negando tan sólo una o algunas de las verdades reveladas, NO POSEE LA FE. La razón está en que, con su opinión personal, éste se pone por encima de Dios que revela y niega el motivo formal por el cual creemos, a saber, la autoridad de Dios que no puede engañarse ni engañarnos; y así, ya no cree por la autoridad de Dios sino por su propia disquisición y opinión humana, eligiendo qué creer y qué no creer, por lo tanto NO llevan el bello nombre de cristianos. Y continúa el n. 56 “La Iglesia católica debe pues estar atenta a lo que el Espíritu puede decirle por medio de creyentes de iglesias y comunidades eclesiales que no están plenamente en comunión con ella”. Lástima que, si no están en comunión con Pedro, cabeza y regla próxima suprema de la fe, potestad exclusiva conferida directamente por Cristo (cfr., Mt 16, 18s), el Espíritu, alma de la Iglesia, nada tiene que decirle por intermedio de ellas. Por ahora es suficiente con relación al “ecumenismo”; por sí sólo es un tema que reclama un espacio propio. En todo caso, y anticipándonos, podemos constatar que el ecumenismo surge como consecuencia del nuevo concepto de revelación adoptado por la nueva iglesia.
     En otro aspecto de este reciente trabajo de la CTI, se establece que «El sensus fidei está estrechamente unido a la “infallibilitas in credendo” que posee la Iglesia en su conjunto…permite a sus miembros ejercer el discernimiento que deben realizar sin cesar… a fin de saber cuál sea la mejor manera de vivir, actuar y hablar en fidelidad al Señor” (n.128) Y también «El sensus fidei permite a cada creyente percibir una desarmonía, una incoherencia o una contradicción entre una enseñanza o una práctica y la fe cristiana auténtica” (n.62) Aún más «El sensus fidei del creyente es infalible en sí mismo en lo que concierne a su objeto, la verdadera fe». Para sostener estas proposiciones la CTI trae en su ayuda un argumento por analogía diciendo que «A causa de su relación inmediata a su objeto, un instinto no puede equivocarse. Éste es infalible de suyo». Ya habíamos visto que, según la nueva “teología”, el sensus fidei se compara a un instinto, es una suerte de “instinto espiritual” (sic), una reacción natural, inmediata y espontánea, análoga a un instinto vital o a una especie de olfato (cfr., n. 54). Ahora, en la teología de la perfección cristiana, lo más cercano a esta tesis modernista son las mociones del alma en gracia a impulso del Espíritu Santo por medio de las virtudes y dones sobrenaturales. El creyente, instruido en las verdades de la fe, reacciona sí ante el error doctrinal (por Ej., resistieron a Nestorio cuando éste, siendo obispo, cayó en la herejía y predicaba que María sólo era la madre de Cristo, pero no de Dios), reacciona sí, pero no por una especie de “instinto”, sino por encontrar contradicción entre la fe apostólica y el error; para lo cual se necesita, no una especie de “olfato” o “instinto vital”, sino una virtud específica, la virtud sobrenatural de la Fe, que es un juicio del entendimiento movido por Dios, facultad del alma cuyo objeto propio es la verdad. Por otro lado los “teólogos” de la CTI argumentan, en favor de la infalibilidad del sensus fidei, que éste no puede fallar porque «todos los miembros [de la Iglesia] han recibido la unción del Espíritu de verdad» (n. 76) y «todo bautizado, en virtud de la unción divina, tiene la capacidad de discernir la verdad en materia de fe», citando 1Jn 2, 20.27 (cfr., n. 85). Aquí asistimos a una grande ambigüedad, sería necesario especificar que, siendo el bautismo el sacramento de la verdad que da la vida eterna, que es la verdadera Fe, sólo reciben, por medio del bautismo válido, el Espíritu de verdad quienes profesan la única y verdadera Fe, no cualquier bautizado perteneciente a cualquier "iglesia"; pero este es el modo de hablar modernista. Por lo demás, sabemos que en la doctrina modernista la validez del Bautismo, por el que el creyente se hace miembro de la Iglesia, es extensible a todas las “comunidades eclesiales” e “iglesias” no católicas pues, para los modernistas, la “Iglesia de Cristo” no es la iglesia católica, sino una cierta  iglesia futura, más amplia que la Santa Iglesia católica, Cuerpo Místico de Cristo, la cual tan sólo "subsistit in", estaría tan sólo contenida en aquella imaginaria "iglesia" de carácter ecuménico (cfr. Lumen Pentium n. 8).
     Si el “sensus fidei ecuménico” es infalible in credendo, en virtud de una no bien explicitada “unción del Espíritu de verdad”, ¿Cómo se explica que actualmente un indefinido “pueblo de Dios” (millones de millones) siga masivamente  una fe que no es nuestra Fe católica? ¿Cómo explicar que tan grandísimo número de creyentes no sean capaces de utilizar el infalible “olfato bergogliano”, aquel infalible “instinto espiritual” para discernir entre la Fe católica y la “fe” de Juan XXIII, de Pablo VI, de Juan Pablo I, de Juan Pablo II (hasta ahora entre ellos el más destructor de la Iglesia), de Benedicto XVI y de Francisco? ¿Cómo explicar que la mayoría se deja mistificar por el fenómeno religioso más mortífero de la historia de la Iglesia, considerado por San Pío X la suma total de todas las herejías, siendo la devastación y perdición casi total del pueblo fiel, sumido en la total apostasía de la mano de los actuales meros ocupantes materiales de las sedes en la Iglesia? Es un misterio, permitido por Dios, una prueba en medio de la actual miseria y perfidia del mundo, para que brille el testimonio de los que resisten firmes en la Fe, como fiel soldado de Cristo, sostenidos por María, vencedora de todas las herejías, para gloria de Dios.

 ORA PRO NOBIS, SANCTA DEI GENETRIX, DUM VERUM PAPAM SPERAMUS!

domingo, 27 de septiembre de 2015

La apoteosis de A. G. Roncalli (Juan XXIII) y de K. Wojtyla (Juan Pablo II)

     

     La canonización es un acto de la infalibilidad de la Iglesia; siendo la infalibilidad aquel don por el cual la Iglesia goza de un privilegio tal que, por medio de la asistencia del Espíritu Santo, no puede errar en lo que concierne a la fe y a la moral, tanto en el enseñar como en el creer; así la Iglesia es infalible no ex natura sua, sino por participación en la infalibilidad de Nuestro Señor Jesucristo, que es Cabeza de la Iglesia; así, es imposible que la Iglesia proponga algo errado a los fieles, pues se trata de alcanzar el último fin del hombre, a saber, la vida eterna en el cielo por medio de la glorificación de Dios en la tierra.

     A su vez, la canonización es la  infalible sentencia de la Iglesia con la cual se declara que un difunto ha alcanzado la santidad y, de este modo, ha conseguido la gloria celeste. La canonización concluye el proceso de las virtudes heroicas junto a las pruebas de los milagros, según el uso de la iglesia desde el S. X. Tiene como efecto la permisión para ser invocado y venerado por los fieles como patrono y modelo seguro de santidad.

     Los decretos solemnes de Canonización de los Santos gozan de la infalibilidad, puesto que forman parte de las cosas necesarias para dirigir a los fieles sin error hacia la salvación. Por el contrario, si en esto la Iglesia pudiese errar, significaría que la Iglesia podría proponer, para venerar e imitar, hombres malvados o condenados; lo cual no conduciría a los fieles hacia la salvación, sino hacia la condenación.

     Ahora bien, el Canon 2038 del Código de Derecho Canónico de 1917 establece que “Con el fin de obtener de la Sede Apostólica la introducción de la causa de beatificación (etapa previa a la canonización de un difunto, n.d.a) de un Siervo de Dios, en derecho, debe antes constar la pureza doctrinal en sus escritos, la fama de su santidad, de sus virtudes , de sus milagros o de su martirio, así como la ausencia de cualquier obstáculo que pareciese perentorio”.

     Tomemos ahora las palabras con las cuales J.M. Bergoglio ha “canonizado” a los “beatos” Angelo Roncalli y Karol Wojtyla: “Ad honorem Sanctae et Individuae Trinitatis, ad exaltationem Fidei Catholicae et vitæ christianæ incrementum, auctoritate Domini nostri Iesu Christi, Beatorum Apostolorum Petri et Pauli, ac Nostra, matura deliberatione praehabita, et divina ope saepius implorata, ac de plurimorum Fratrum Nostrorum consilio, Beatos Ioannem XXIII et Ioannem Paulum II Sanctos esse decernimus et definimus, ac Sanctorum Catalogo adscribimus, statuentes eos in universa Ecclesia inter Sanctos pia devotione recoli debere. In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen”. (“En honor de la Santísima e Individua Trinidad, para gloria de la fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y Nuestra, después de haber realizado una completa deliberación, invocado varias veces la asistencia divina y habiendo escuchado el parecer de muchos de nuestros hermanos obispos, declaramos y definimos Santos a los Beatos Juan XXIII y Juan Pablo II y los inscribimos en el libro de los santos y establecemos que en toda la Iglesia ambos sean devotamente honrados como santos. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”).

     Es la fórmula con que la Iglesia (católica) eleva a los altares a los Siervos de Dios, previamente declarados Beatos. Veamos, desde la misma fórmula de canonización, las dificultades que se pone a la Fe católica para reconocer a estos dos hombres como santos, así como las dificultades con relación a la validez, licitud y legalidadde este acto de la “autoridad”.

     Ya nos hemos referido en otras partes al problema actual de la autoridad en la Iglesia (https://josaedo.wordpress.com/wp-admin/post.php?post=10&action=edit). En principio digamos que ningún acto que involucre la autoridad, de parte de quien carece de la autoridad, es un acto legal. Hemos dicho también que, a causa de la actual  vacancia formal de la Sede Apostólica, la Iglesia se encuentra en estado de privación con relación a la autoridad; por lo tanto también se encuentra en estado de privación la jurisdicción; aunque, si existiese la total ortodoxia en la formalidad de algún rito, se puede salvar la “validez”, aún cuando se trataría de una apropiación abusiva. Lo cual se puede ilustrar con un ejemplo: suponga usted que sufre el robo de su vehículo; el ladrón, mientras conduce por la vía pública con su auto robado, cumple rigurosamente con las leyes del tránsito y conduce el móvil respetando rigurosamente el modo de conducirlo, es decir, se trata de un conductor que conduce válidamente, y también lícitamente pues el conductor reúne los requisitos para hacerlo (mayor de edad, licencia de conducir), pero lo conduce ilegalmente, puesto que la ley no permite este acto. Luego, (independientemente de la falta de satisfacción de los requisitos por parte de los propuestos Roncalli y Wojtyla, lo cual afecta a la licitud del acto, como veremos) Bergoglio pudo haber respetado la canonicidad del acto declaratorio de la santidad de ambas personas; sin embargo lo ha hecho abusivamente, apropiándose ilegalmente de algo que no le pertenece (por dirigir una religión extraña), y que pertenece en propiedad a la autoridad católica.

     En estas “canonizaciones” constatamos que las misma razones que afectan e hipotecan la legalidad del acto declaratorio de Bergoglio, son las que afectan e hipotecan la validez y la licitud de éstas ex parte subiecti. Ambos postulantes, así como también Bergoglio, no son Papas de la Santa Iglesia Católica, debido a que, aún habiendo sido canónicamente electos (no nos consta la validez de los Cónclaves a partir de la elección de Juan XXIII), no han recibido la autoridad divina, toda vez que al momento de la aceptación de la elección han puesto un óbice a la recepción de la autoridad de Jesucristo por no tener la intención habitual de propiciar el bien de la Iglesia, queriendo promulgar, y promulgando de hecho, falsa doctrina, falso culto y falsa disciplina. Además, por la misma razón estos “beatos” no reúnen los requisitos católicos, en cuanto a la pureza doctrinal en sus escritos, la fama de su santidad y de sus virtudes.

     “Ad honorem Sanctae et Individuae Trinitatis…”(“En honor de la Santísima e Individua Trinidad…”). El más alto honor, es decir, la gloria que el hombre puede tributar a Dios Uno y Trino proviene de los actos propios de la virtud de la religión, a saber, el verdadero culto divino, en especial del más excelso entre ellos: la Santa Misa; porque por la mística inmolación de Jesucristo bajo las especies de pan y vino se ofrece a Dios un sacrificio de valor infinito en reconocimiento de su supremo señorío sobre nosotros y de nuestra obediencia hacia Él (es el fin latréutico o de adoración); también porque el mismo Cristo, inmolándose por nosotros, ofrece a Dios un sacrificio de acción de gracias de valor igualmente infinito (es el fin eucarístico). Sobre esto cabe recordar que la Misa fue definitivamente, infaliblemente e irreformablemente codificada y promulgada por San Pío V, en 1570, quien decretó con toda la fuerza de su investidura Pontificia, al final de la Bula Quo Primo Tempore “Que absolutamente nadie, por consiguiente, pueda anular esta pagina que expresa nuestro permiso, nuestra decisión, nuestra orden, nuestro mandamiento, nuestro precepto, nuestra concesión, nuestro indulto, nuestra declaración, nuestro decreto, nuestra prohibición, ni ose temerariamente ir en contra de estas disposiciones. si, a pesar de ello, alguien se permitiese una tal alteración, sepa que incurre en la indignación de Dios todopoderoso y sus bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo”.

     Roncalli, “suspectus haeresis” ya por Pío X, a causa de su relación con el modernismo, especialmente con su mentor, el sacerdote apóstata E. Buonaiutti (excomulgado) y con las obras de L. Duchesne, Roncalli decíamos, ya Juan XIII, promulgó su misal de 1962, que surgió del llamado “movimiento litúrgico”, condenado por los Papas, bajo la dirección del también modernista Ferdinando Antonelli, elevado a "cardenal" por Montini y luego miembro del Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, del cual, a su vez, emanó la actual sacrílega "nueva misa" del Novus Ordo, publicada Pablo VI. Este misal de Roncalli sólo estuvo en uso 4 años, con el único fin de preparar el terreno a la nueva liturgia ecuménica. El mismo Bugnini, autor de la “nueva misa”, había expresado que “el misal roncalliano es un puente que abre la puerta a un promisorio futuro”. Entre muchas alteraciones (prohibidas por San Pío V) introducidas por Roncalli en la Misa se pueden citar: Abolición del “Confiteor, Misereatur et Indulgentiam”, que siempre debían ser dichas antes de la Santa Comunión del Pueblo; la “semana santa” roncalliana prácticamente ya no es la Semana Santa del rito Tridentino, recibiendo escasos retoques para ser incorporada al “misal de Montini”; de hecho Roncalli adulteró la oración por la conversión de los judíos, propia de la Liturgia del Viernes Santo, como presagio de la ominosa Declaración Nostra Aetate del Vaticano II. El joven Roncalli sospechoso de la herejía modernista durante el reinado de Pío X finalmente se manifestó sin disimulo en Juan XXIII, responsable de haber convocado un conciliábulo, con el sólo propósito de hacer realidad el largamente esperado, y condenado, programa de la marea modernista.

     Por su parte, Wojtyla, ya en el apogeo de la religión ecuménica post-conciliar, aparte de las escandalosas reuniones interreligiosas (con falsas religiones, heréticos y cismáticos) y de las escandalosas concelebraciones litúrgicas con éstos mismos, lleva a su plenitud la celebración de la misa del “Novus Ordo” montiniano. Ahora ya no nos encontramos ante una simple “transición” roncalliana, sino ante una nueva y distinta realidad, ante una misa que ya no refleja ni expresa la Fe católica, sino una doctrina ajena (lex orandi, lex credendi). El rito de la misa montiniana expresa una nueva fe, siendo expresión de una doctrina religiosa modernista protestantizada. Conviene recordar las palabras de los Cardenales Bacci y Ottaviani contenidas en el texto del Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae: El Nuevo Ordo Missae se aleja, de manera impresionante, así en el conjunto como en los detalles, de la teología católica de la Santa Misa tal como fuera formulada en la XXII Sesión del Concilio de Trento (y codificada irreformablemente por San Pío V, n.d.r.)”. La “misa” que celebra Wojtyla no es la Santa Misa católica, la cual es un Sacrificio, en ella Nuestro Señor Jesucristo está presente real y substancialmente en el altar, y la acción sacrificial (Consagración) es un acto propio del mismo Jesucristo que obra por ministerio del sacerdote que actúa in persona Christi”, siendo Él el único Sacerdote y la Víctima del Sacrificio del Altar. Esto es, justamente, lo que niega la herejía modernista, así como los protestantes. Wojtyla celebraba y difundía un culto transformado en “cena” y “asamblea eucarística”, que ataca y destruye las tres notas de la Misa católica que acabamos de señalar. Por ej., en la misma definición del nuevo culto de la Institutio Generalis leemos: “La cena del Señor o Misa es la sagrada sinaxis o asamblea del pueblo de Dios reunido en común, bajo la presidencia del sacerdote, para celebrar el memorial del Señor. Por lo tanto, para la asamblea local de la santa Iglesia vale en grado eminente la promesa de Cristo: “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt. 18, 20)”; nada, pues, de Sacrificio, ni de Presencia Real, ni de Transubstanciación, ni del carácter Propiciatorio de la Misa, ni del rol del sacerdote, no como simple presidente de una asamblea (culto protestante), sino como ministro del Sumo Sacerdote y Víctima, verdaderamente distinto del pueblo. Este Novus Ordo Missae es, pues, la “misa” montiniana.

     “…ad exaltationem Fidei Catholicae…” (“…para Gloria de la Fe Católica…”). Aquí sí que estamos ante un gran problema; de hecho, las aberraciones de la revolución litúrgica serían incomprensibles sin un gran error en el origen, es decir, en la fe, en la doctrina. Es en razón de una revolución en la fe que se explican todas las demás aberraciones. La fe, al contrario de lo que enseñan Roncalli y Wojtyla, es una virtud sobrenatural (y no un subjetivo sentimiento inmanente del corazón) por la cual, con la inspiración y ayuda de la gracia de Dios (no por la indigencia de la conciencia) con nuestro intelecto (no con el sentimiento) asentimos a todo lo que Él ha revelado (no a lo que propone la conciencia), transmitido fielmente por la Tradición y que la Iglesia infaliblemente propone como divinamente revelado. Es una elevación del intelecto humano, por la gracia, para que éste dé su asentimiento a lo que Dios ha revelado. Es algo que viene de Dios (no de la indigencia de la conciencia). Esta virtud tiene un objeto, el dogma (doctrina, enseñanza). Es una virtud infundida en nuestra alma en el Bautismo, imprimiendo una carácter, el carácter sacramental por el cual somos súbditos del Rey, Cristo; por lo tanto nadie, que no haya cancelado el pecado original por la regeneración bautismal, posee la Fe. ¿Qué es lo que proponen Roncalli y Wojtyla? Una fe que, aunque por momentos contiene ciertas verdades – la  mayor parte derivadas de la ley natural que la razón fácilmente descubre, o bien tomadas “en préstamo” de la fe católica – está envenenada por la herejía y, por lo tanto, mortífera, y por lo tanto conducente a la condenación de quien miserablemente siga a estos dos individuos. Ambos reducen la Fe a un mero sentimiento religioso; por eso es que ambos sostienen que cada una de las falsas religiones son portadoras de un cierto valor. Ambos son “muy amados” por la gente (uno, “el papa bueno”, el otro, “un santo viviente”) ¿por qué? Porque ambos proponen una religión humanitaria despojada de lo que divide entre la verdad y el error, es decir, del dogma. La Iglesia no fabrica dogmas, los toma del depósito de la Fe y los propone al género humano infaliblemente bajo la forma de dogma, como enseñanza (“…quien a vosotros escucha, a Mí escucha…”) (...”quien no crea se condenará…”) sin error. Por otra parte, no puede existir contradicción ni oposición entre una enseñanza ya definida y una proposición posterior. Por ejemplo, la constitución “Lumen Gentium” (cfr. n. 8) promulgada por Pablo VI, emanada del pseudo-concilio convocado por Roncalli, enseña que la Iglesia de Cristo y la Iglesia Católica no son lo mismo, que la Iglesia Católica sólo es una parte, está contenida, subsiste en la Iglesia de Cristo, que sería una realidad más amplia, lo cual constituye una manifiesta herejía. Roncalli, quien convocó el conciliábulo  y Wojtyla, que lo aplicó, claramente distinguen entre ambas. Lumen Gentium dice que la Iglesia de Cristo es la unión espiritual de todos quienes profesan el nombre de Cristo (cismáticos ortodoxos, anglicanos, protestantes, etc.) y, por otro lado, dice que la Iglesia Católica es tan sólo la institución jurídica establecida sobre el Papa y los obispos. Dice también que la Iglesia católica “subsiste” en la Iglesia de Cristo, en oposición a la bimilenaria doctrina de la Iglesia, a saber, que la Iglesia de Cristo “es” la Iglesia de Católica, tal como Papa Pío XII lo declara infaliblemente en 1943 en su Encíclica Mystici Corporis Christi. Wojtyla, implementando el vaticano II, enseña el “subsiste” para profesar y difundir el dogma oficial de la nueva religión, el ecumenismo; y así, la Iglesia de Cristo también “subsiste” en la iglesia luterana, en la anglicana, en la autodenominada “ortodoxa”, y en cualquiera otra falsa religión. Enseña que la Iglesia de Cristo está compuesta por todos quienes miran con “fe” a Nuestro Señor Jesucristo: ninguna necesidad de pertenecer  a la Iglesia Católica ni de estar en unión con Pedro (el Papa). Esta enseñanza contradice el dogma de que la Iglesia católica es la verdadera Iglesia de Cristo y el único Cuerpo Místico de Cristo. También el Vaticano II, querido por Roncalli, promulgado por Montini e implementado por Wojtyla, enseña que todas las religiones no católicas son medios de salvación; ¡y sí!, ¡insólito! ¡Esto es pública herejía! ya que niega el dogma de Fe que establece que fuera de la Iglesia católica no hay salvación; la Iglesia siempre ha enseñado que, siendo ésta la única Iglesia de Cristo, ella es el único medio de salvación. El conciliábulo también enseña que la Iglesia tiene un gobierno colegiado (el colegio de los obispos); esta es también una proposición herética, que va en contra de la constitución de la Iglesia; la Iglesia no es gobernada por un colegio, al modo de una democracia política, sino por Pedro solo, quien recibió las llaves del Reino de Dios; la Iglesia fue dotada por Dios con una constitución monárquica; la razón para disminuir el Papado es, una vez más, el delirio ecuménico: el Papa es la piedra de tropiezo para implementar la ecuménica y futura iglesia de Cristo, es un obstáculo para la unión con los protestantes y los cismáticos griegos. Los cambios substanciales a la Fe católica son innumerables e infestan por doquier; así también, p. ej., con la herética enseñanza de la libertad religiosa, como si no fuese obligatorio para todos abrazar la verdadera Fe.  El Vaticano, la enseñanza de los "papas" conciliares y su práctica, encarnan la gran apostasía, el abandono total de la Fe católica.

     “…et vitæ christianæ incrementum…” (“…y el incremento de la vida cristiana…”) Por vida cristiana se entiende la vida de la gracia, en unión con Cristo y orientada a la posesión de Dios, nuestro principio y último fin, por la perfección de la caridad. El Padre Antonio Royo Marín, en su obra Teología de la Perfección Cristiana dice: “La perfección cristiana es la vida sobrenatural de la gracia cuando ha alcanzado un desarrollo eminente…con relación al grado inicial recibido en el bautismo…” Pero, para el desarrollo de la vida cristiana, es necesaria la Fe, puesto que no se puede amar lo que no se conoce; y es, precisamente la Fe sobrenatural la virtud que nos hace conocer a Dios, por medio de las enseñanzas de la Iglesia que nos propone las auténticas verdades con relación a Dios. Si dos personas, como Roncalli y Wojtyla, nos proponen el error acerca de Dios – como lo hemos visto en apenas una muestra de sus múltiples errores – entonces es  imposible el desarrollo de la vida cristiana y menos aún la salvación; sin la Fe es imposible agradar a Dios. Sin la Fe es imposible la caridad, la vida cristiana, la unión de nuestra alma con Dios. Toda la sana doctrina, toda la liturgia católica y toda la disciplina católica descansan, justamente, en los sólidos fundamentos de la Fe; por lo tanto, también toda la vida cristiana. Nadie que se deje “guiar” por estos dos “santos” puede incrementar su vida cristiana, toda vez que enseñan que el hombre se puede salvar y santificar en cualquier religión, incluyendo el judaísmo al enseñar que la Antigua Alianza no fue derogada por Cristo sino que se encuentra plenamente vigente y conduce a la salvación. Enseñan que no es necesario pertenecer a la Iglesia Católica para desarrollar la vida cristiana o para salvarse, negando los dogmas infaliblemente definidos de Extra Ecclesiam Nulla Salus y aquel que define la necesidad de estar unido a Pedro (el Papa) para salvarse. Estos “papas”, de momento que ellos mismos, por la herejía y el cisma capital, se han separado de la Fe católica, no pueden ser los sucesores de San Pedro; por lo tanto no tienen capacidad alguna para excitar, estimular, promover, incrementar la vida cristiana de nadie, menos aún pueden ser elevados a la santidad en los altares católicos, porque no profesan la Fe católica, son falsos “papas”. Todo católico que admita que estos dos individuos son Papas de la Iglesia Católica y los admire y los siga, en realidad, hace posible que la puertas del infierno prevalezcan, reconociéndoles el derecho de ocupar la Sede de Pedro y los lugares santos como invasores y usurpadores. Es precisamente la vida cristiana la que exige el rechazo de quienes, por un lado han convocado y, por otro, han consumado la apostasía del Vaticano II, rechazando ellos mismos aceptar la Fe Católica. La vida cristiana hace imposible reconocer como una y misma cosa la Iglesia de antes del Vaticano II y esta Iglesia de la post apostasía, y quien la siga sigue una religión extraña, sigue una falsa doctrina que sostiene: p. ej., “Todo ser humano está unido a Cristo” (GS. 22), “La persona humana está por encima de todo” (GS. 26), “Las religiones no cristianas poseen verdad y santidad” (NA. 2), “La verdadera iglesia de Dios no es aún única y visible” (UR. 1), “Los cristianos se unen a otros hombres para buscar la verdad” (GS. 16), “El Espíritu de Cristo no ha rehusado valerse de ellas (de las sectas no católicas, n.d.r.) como medios de salvación (UR. 3), “La Iglesia se encuentra unida con quienes no aceptan el Papado” (LG. 15), “El que sigue a Cristo, hombre perfecto, se hace a sí mismo más hombre” (GS. 41), “Cristo, en la Revelación misma, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre (creíamos que Cristo, en la Revelación, manifestaba a Dios, n.d.r) (GS. 22), “La Iglesia católica ha pecado contra la unidad” (UR. 7), “La doctrina de la libertad religiosa tiene sus raíces en la divina revelación” (DH. 9). Esto es tan sólo una muestra de la “santidad” de los papas del Vaticano II.

     “…auctoritate Domini nostri Iesu Christi… Beatos Ioannem XXIII et Ioannem Paulum II Sanctos esse decernimus et definimus…” (“…con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo… declaramos y definimos Santos a los Beatos Juan XXIII y Juan Pablo II…”) Para gobernar con la autoridad de Cristo es necesario haberla recibido de Él. Sin embargo, ninguno de los electos al Papado con posterioridad a Pío XII ha tenido la intención habitual y objetiva de propiciar el bien y el fin de la Santa Iglesia, poniendo un óbice  para recibir la autoridad de Cristo, manteniéndose tan sólo como electos pero no investidos, es decir que no han podido recibir la forma del Papado, no son formalmente Papas. En la práctica esto ha quedado en evidencia ante la innumerable serie de afirmaciones, tanto en los documentos del Vaticano II como en la enseñanza de estos electos, que se encuentran en oposición de contradicción con lo que ya ha sido irreformablemente definido por la Iglesia. Como hemos visto, someramente, estos puntos son múltiples. Podemos mencionar otro de los tantísimos ejemplos: el Vaticano II sostiene que todo hombre (por una falsa idea de la dignidad humana) tiene derecho a la libertad religiosa; en total contradicción con la Encíclica Quanta Cura de Papa Pío IX, que condenó tanto el liberalismo católico como la libertad religiosa. También se puede citar la enseñanza del falso ecumenismo por el documento Unitatis Redintegratio del Vaticano II, en total contradicción con la Encíclica Mortalium Animos de Papa Pío XI, que condena, justamente, el ecumenismo. Entonces, de la constatación de estos errores se deduce que Roncalli y Wojtyla no poseían la autoridad de Cristo, pues, sus enseñanzas, siendo errores, no gozan de la infalibilidad: es imposible que la Iglesia dé veneno a sus hijos, si alguno lo hace en nombre de la Iglesia, entonces no es la ni Iglesia ni el Papa. Todo lo que proviene de la Iglesia no puede no ser santo; estos “canonizados”, que no son la autoridad, no son santos y todo lo que de ellos emana en cuanto a la potestas iurisdictionis y que, en una situación de orden debiera tener la garantía de la infalibilidad, no tiene validez jurídica, ya sea que se trate de actos magisteriales, normas litúrgicas, leyes, canonizaciones, etc., no tienen efecto jurídico alguno, no son vinculantes. Al no tener la autoridad de Cristo, estas canonizaciones son, en sí mismas, una pantomima, una parodia. Todo lo cual afecta también directamente al mismo declarante de estas “santidades”, es decir a Bergoglio, con el agravante de que éste puede, inclusive, no ser ni sacerdote (por haber sido ordenado sacerdote bajo el rito  reformado e inválido en 1969, y en la "fe" modernista liberal) ni obispo (por la misma causa, en 1992). Ya se ve que ni los postulantes (Roncalli y Wojtyla) reunían los requisitos para ser propuestos, ni Bergoglio la autoridad para hacer lo que hizo (la canonización): tanto éste como aquellos de ningún modo poseen la potestad divina, las llaves de Pedro, para declarar ni definir nada con valor jurídico para la Iglesia.

     Inmediatamente después de la muerte de Wojtyla la gente gritaba "¡Santo subito"! ("¡Santo de inmediato!") ¿Por qué? Pues porque fue la cabeza de una religión humanitaria y sin dogma  (sin doctrina ni enseñanza). Una religión así, en el mundo actual regido por el humanismo liberal, necesariamente tiene que caer bien a todos, toda vez que no propone ni defiende la sana doctrina, que es lo que divide entre la verdad objetiva y el error, entre el bien objetivo y el mal, entre el pecado y la gracia, entre la salvación y la condenación, entre la Iglesia de Cristo Una-Santa-Apostólica- Católica y las demás falsas religiones, entre el Papado y el democratismo eclesiológico, entre la antropología cristiana y el pluralismo ateo no-exclusivista, en fin, entre la ciudad de Dios y la ciudad terrena. El mismísimo Redentor, por razón de la Verdad, con su autoridad divina por esencia dice: "Putatis quia pacem veni dare in terram; non, dico vobis, sed separationem" (Lc 12,51) (Pensáis que he venido a la tierra a dar paz; os digo que no, sino separación). Sí, y esto no puede ser diferente para Pedro (y sus sucesores) quien, a causa de lo mismo debió enfrentar el martirio; por causa de la Verdad, que divide entre quienes la reconocen y la siguen y entre quienes se resisten o se rebelan o la ignoran culpablemente; ¡Esto es muy simple, es así! Pero, cuando un hombre, en nombre de la Iglesia es aceptado y alabado hasta por los enemigos clásicos de Cristo y su Iglesia (judíos, masones, comunistas, musulmanes, protestantes, cismáticos griegos, budistas, progresistas de todo tipo, etc.) es porque ha defeccionado públicamente de la Verdad.

      Seguramente Roncalli fue, primero beatificado y, luego, canonizado al parecer por haber convocado el Vaticano II. Sin embargo, con don Gianni Baget Bozzo, nos preguntamos ¿Cuáles son los frutos del Vaticano II? Su sucesor, Pablo VI, lo dice: "La autodestrucción de la Iglesia". Entre los requisitos de un futuro beato se cuenta la pureza doctrinal en sus escritos. Roncalli publicó la Pacem in Terris la cual, entre sus errores promovió la famosa distinción entre error y errante, entre comunismo y comunistas; distinciones que buscaba levantar la excomunión y condena no sólo de obras comunistas, sino de tantos errores de los teólogos modernistas. Es la consagración del "errante sin error" (una suerte de delincuente sin delito). Además, abdicando de la autoridad del Papado procedió a la anulación de los trabajos de la comisión preparatoria, que no estaban en línea con su progresismo; determinó que el conciliábulo se auto dirigiera, dejándolo por entero en manos de "teólogos" modernistas como Ratzinger, Küng, Schillebeeckx, Wojtyla, Congar, Chenu, Rahner, etc., con la complicidad de la Curia modernista. Roncalli, convocando el Vaticano II, hizo posible la auto-demolición de la Iglesia, entregando vilmente la totalidad del rebaño fiel, que poco advertía de este desastre, en la boca del lobo: así es como nos encontramos al presente, mientras esperamos que Dios abrevie los días de nuestras aflicciones, nos conceda un verdadero Papa y, por la poderosa intercesión de María, vencedora de todas las herejías, ponga Su Iglesia en orden.

     Lo que sucedió, el 27 de Abril de 2014, en la usurpada Sede de Pedro, no fue una  canonización, sino una apoteosis, que la Real Academia Española define como: "Ensalzamiento de una persona con grandes honores o alabanzas". Ceremonia no muy distinta de otras apoteosis, como la de George Washington quien, al igual que Roncalli y Wojtyla, defendía y propiciaba el "librepensamiento" y la libertad religiosa. Simples ceremonias humanas para ensalzar, tendenciosamente, a simples hombres; con el agravante, en nuestro caso, de hombres que han dedicado su vida a destruir la Iglesia, y que no han sido ni católicos, ni Papas ni, menos aún, Santos.