jueves, 17 de septiembre de 2015

¿Por qué la Sede está vacante?



En esta entrada, más bien extensa, publicaré, con indicación de la fuente para quien quiera consultarla directamente, una entrevista realizada a Don Francesco Ricossa, Superior del Instituto Mater Boni Consilii (IMBC) de Italia en el año 2007. La entrevista está realizada en italiano siendo, el texto que presento, una traducción mía en la cual he tratado de conservar fielmente el contenido. El propósito de ponerla a disposición es ilustrar a los lectores sobre la situación actual que afecta a la autoridad en la Iglesia con posterioridad a la promulgación de los documentos del Concilio Vaticano II; y exponer la que estimamos ser la mejor solución teológica católica, hasta el momento no refutada, para explicar este desastre, a saber la Tesis de Cassiciacum o, también llamada, del Sedevacantismo Formal, desarrollada y publicada en 1978 por el eminente teólogo francés Mons. Michel Louis Guérard de Lauriers, O.P. fallecido en 1988, profesor en la Universidad dominica de Saulchoir y en la Pontificia Universidad de Letrán de la cual fue despedido en 1970 (junto al Rector, Mons. Piolanti) a causa de su coautoría del “Breve examen crítico del Novus Ordo Missæ”, fue, además, miembro de la Pontificia Academia Santo Tomás de Aquino. En esta entrevista Don Francesco Ricossa expone, además, el problema de la misa llamada "Misa Una Cum", de vital importancia para la santificación de los fieles; así como el problema que existe con la pretendida liberación del Misal de 1962 por Benedicto XVI. Algo de estos temas ya he tocado en mis entradas, sin embargo ahora los presento a cargo de autores de innegable preparación y autoridad. Buena lectura.
¿Por qué la Sede está vacante?
  P. Don Ricossa, ¿Puede contarnos algo de Ud., y del Instituto? ¿Cuándo ha sido fundado, por qué, y cuáles son los proyectos más inmediatos de esta Institución
R. El I.M.B.C. fue fundado en Diciembre del año 1985, en Turín. Éramos cuatro sacerdotes ordenados por Monseñor Lefebvre que habíamos dejado la Sociedad de Mons. Lefebvre en aquel periodo. Ya han pasado 22 años desde aquel momento. Durante este periodo hemos sostenido y profundizado una línea doctrinal que aún hoy nos parece que corresponde a la realidad en la defensa de la doctrina de la Iglesia. El Instituto tiene una vocación doctrinal muy determinado; es decir, nos parece imposible poder realizar el bien para las almas si no es en la buena doctrina. ¿Cuáles son las perspectivas? Nosotros buscamos desarrollar todo el ministerio que la Iglesia y Jesucristo encomiendan a un sacerdote. Sobre todo  con la celebración de la Santa Misa según el Rito Romano que, a veces, es llamado Rito de San Pío V pero que, por cierto no se remonta a San Pío V, sino a los primeros siglos de la Iglesia Romana; y esto en todo lugar en donde sea posible celebrarlo, todo por la gloria de Dios y luego por el bien de las almas, convencidos, como lo estamos, de este sea el Rito que expresa la fe de la Iglesia Católica; así pues, con el rechazo más absoluto de la reforma litúrgica del Vaticano II. Luego también con la administración de los Sacramentos, también éstos según los antiguos ritos de la Iglesia; y después con la predicación; predicación que, evidentemente, no posee la autoridad, pero [lo hacemos] para mantener aquella misión de Jesucristo: “id, predicad y enseñad”. Predicación de la verdad de todo lo que el Señor ha enseñado en el Evangelio, de la defensa del Magisterio de la Iglesia Católica y luego, también e inevitablemente, la condenación del error. Esta predicación la hacemos principalmente durante la celebración de la Misa, pero también con la buena imprenta, con libros  (tenemos un centro del libro) revistas (tenemos un boletín y varias otras revistas) que defienden las posiciones que nos parecen correctas en este momento. Todo esto como un modo de hacer que las personas conozcan la defensa de la doctrina de la Iglesia; incluso con conferencias, que han sido numerosas y han sido, ya sea organizadas por nosotros mismos o bien por otros que nos han invitado. Y, en fin, hacemos también una obra benéfica; porque buscamos ir en ayuda de personas necesitadas, sobretodo de las familias; por lo tanto ponemos en práctica obras de misericordia. Tenemos también una obra para los jóvenes que tiene que ver con la educación de la juventud. Asistimos una congregación religiosa que hace ya muchos años que ha fundado una escuela. Con los campamentos de verano para los jóvenes en los que buscamos entregar, en esta sociedad en la cual los jóvenes no tienen ninguna formación cristiana, una formación cristiana-católica, o al menos unos quince días de serenidad y, también, de formación religiosa.
P. Los sacerdotes fieles al Instituto fundan su posición doctrinal sobre la Tesis de Cassiciacum ¿Puede informarnos brevemente de qué cosa se trata la Tesis y por qué ha sido escrita?
R. Sí. No debemos propiamente hablar de “fieles”, pero son personas que  confían en nuestro Instituto y porque, justamente, participan de esta famosa Tesis de la que tanto se habla, pero que con frecuencia poco se conoce, por lo cual esta pregunta es oportuna. Este nombre que puede parecer extraño, “Tesis de Cassiciacum”, viene de una revista en francés que se publicaba en los años 70s, en los primeros años 70s, bajo el nombre de “Cahiers du Cassiciacum”. El autor, quien publicaba la mayor parte de los artículos, que más que artículos eran verdaderos ensayos de teología, era el Padre Michel-Louis Guérard des Lauriers; un dominicano, religioso, sacerdote, que fue docente en la Saulchoir, que es la Escuela de Teología de los Dominicanos franceses y de la cual, lamentablemente, han salido también unos de los principales artífices del Concilio (Padre Congar  y Padre Chenu), y después fue también docente en la Pontificia Universidad Lateranense en Roma cuando el Rector era Monseñor Piolanti. El Padre Guérard era una de las figuras más destacadas, por su formación doctrinal y teológica, así como por el rol que desempeñaba en  la enseñanza de la educación católica; también una de las figuras más destacadas entre aquellos que se habían opuesto a las reformas del Concilio Vaticano II y sucesivas. En primer lugar, la contribución más importante que él entregó fue el “Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae” que los Cardenales Ottaviani y Bacci presentaron a Paulo VI suscribiéndolo; prácticamente fue el momento de inicio del movimiento de oposición a la reforma litúrgica. Luego, el segundo paso de capital importancia fue el estudio del problema de la autoridad en la Iglesia; de aquí, entonces, la “Tesis de Cassiciacum”. ¿Cómo es que se pone este problema? Un problema que nadie se haya puesto antes de que la Iglesia viviese el problema de hoy. Es difícil exponer, en el breve curso de esta entrevista, una tesis que necesariamente es muy delicada y profunda. En pocas palabras: antes que nada, por cierto, el tema. El tema tiene que ver con la autoridad, la autoridad en la Iglesia en este momento, es decir, después de la crisis desencadenada por el Concilio. El punto de partida es el siguiente: Existen algunas afirmaciones del Concilio, del último Concilio, que después han sido profundizadas, confirmadas, expuestas y llevadas a posteriores consecuencias por la enseñanza que el Concilio a seguido hasta hoy día; afirmaciones y proposiciones que están en oposición de contradicción, como quiera, en posición de contrariedad con la enseñanza ya definitiva de la Iglesia Católica. Naturalmente, este es el punto a demostrar, el primer paso. Naturalmente, es necesario demostrar este punto; pero en esto todos quienes, aunque no admitiendo la Tesis llamada “de Cassiciacum” se han opuesto a las novedades conciliares, están de acuerdo. Brevemente ¿Cuáles pueden ser estos puntos? Son múltiples. La Tesis, sobretodo, ha insistido sobre uno: La doctrina enseñada por la Declaración Conciliar “Dignitatis  Humanae  Personae” que afirma el derecho de la persona humana, que habría sido incluso supuestamente enseñado por Jesucristo y por los Apóstoles, a la profesión pública del derecho a la libertad religiosa. Derecho que no sólo vale para quienes profesan la verdadera religión, sino también para quienes profesan una falsa religión, una doctrina cualquiera, cualquiera enseñanza; incluso, en el texto del Concilio se precisa que este derecho no sólo es propio de quienes lo hacen en buena fe, creyendo seguir la verdad, sino también de aquellos que no lo hacen de buena fe si se dan cuenta de errar. Ahora, esta enseñanza de la libertad de religión y de conciencia que, además, tiene un vínculo con la ley del Estado, el cual debería reconocer en su propia legislación esta libertad de religión y de culto, extendiéndose así a todos los cultos y a todas las religiones. Es así que esta doctrina se encuentra en contraposición con la praxis de la Iglesia Católica en primer lugar, con la práctica de la Iglesia durante larguísimos siglos, siempre, y con la doctrina y la enseñanza de la Iglesia en segundo lugar; doctrina y enseñanza de la Iglesia que han sido definidas, diré, con gran precisión por ejemplo  con la Encíclica Quanta Cura del Papa Pío IX que, condenando el liberalismo católico y la libertad de religión que eran dos de los fundamentos de esta escuela de pensamiento, afirmaba que esta doctrina era contraria a la enseñanza de la Escritura, luego a la Revelación, luego a la Fe. Mientras que el Concilio, por el contrario, pone en necesaria conexión a la Revelación con la doctrina de la libertad religiosa. Sin embargo existen también otros puntos que suscitan enormes dificultades. Actualmente, por ejemplo, se discute mucho sobre la doctrina de Lumen Gentium que fue uno de los documentos más importantes del Concilio, sobre la Iglesia. Este documento da una idea de la Iglesia que no corresponde con aquella que siempre ha sido enseñada sobre la Iglesia, ni con el documento de pocos años antes Mystici Corporis del Papa Pío XII. Ya sea a propósito de la colegialidad, ya sea a propósito de la comunión con la Iglesia, ya sea a propósito de saber quién pertenece a la Iglesia Católica, ya sea a propósito del rol para la salvación que puede ser desarrollado por las que el Concilio denomina las iglesias o comunidades eclesiales no unidas a la Iglesia Católica, estas doctrinas están en contradicción con lo que la Iglesia ha enseñado de manera más o menos mayor y que las encontramos sobretodo con la praxis en el documento sobre el ecumenismo Unitatis Redint egratio, lo cual es la inversión de la doctrina que el Papa Pío XI, por ejemplo, expresó de modo categórico condenando el movimiento ecuménico con la Encíclica  Mortalium Animos. Estos sólo son ejemplos entre tantos otros del problema suscitado por el Concilio. Si es cierto, y este es el punto, si es cierto que existe una oposición de contradicción entre algunas enseñanzas del Concilio Vaticano II y el Magisterio infalible, definitivo, irreformable de la Iglesia, entonces el creyente no puede no ponerse esta dificultad: ¿Cómo es posible que haya sucedido esto dada la infalibilidad del Papa, la infalibilidad del Magisterio y de la Iglesia, la asistencia divina a la Iglesia y al Papa que ha promulgado estos documentos. Dado que el Concilio, extrañamente, no se ha dado el atributo de Magisterio solemne, como debió haber sido, sino sólo del máximo grado, de la máxima expresión del Magisterio ordinario, algunos han pensado que el Concilio había renunciado a toda infalibilidad; prácticamente sería una doctrina opinable. Pero no es así exactamente porque también el Magisterio ordinario, cuando es universal, es decir cuando encuentra reunidos a los obispos junto al Papa al enseñar una doctrina como revelada o en conexión con la Revelación, goza de la asistencia divina y, por ende, de la infalibilidad. Es así que las afirmaciones del Concilio deberían haber estado garantizadas, a lo menos algunas de éstas, por la infalibilidad; y no lo están. No por un juicio personal nuestro, pues entonces seríamos jueces del Magisterio, sino por la imposibilidad del creyente de adherir a una proposición que contradice a algo que la Iglesia ya ha definido, algo a lo cual debemos, por lo tanto, adherirnos desde ya. El intelecto humano es incapaz de adherirse al mismo tiempo y bajo el mismo punto de vista a proposiciones contradictorias. No se trata de una voluntad, no se trata de un rechazo, es una imposibilidad. Razón por la cual la única solución que el Padre Guérard de Lauriers ha vislumbrado es, justamente, la de encontrar la explicación a este hecho teológicamente en la Autoridad. En efecto, el Magisterio de los Obispos sin el Papa jamás es infalible; lo es siempre y sólo cuando están unidos a la enseñanza del Papa. Así pues, si Paulo VI, quien ocupaba la Sede de Pedro y ha promulgado estos documentos, por algún motivo no era en realidad el Sumo Pontífice, entonces se explica el que estos documentos hayan podido ser promulgado en el Espíritu Santo aún siendo erróneos. No es pues la Iglesia la que enseña el error, como pensó Monseñor Lefebvre, no es la Iglesia la que nos ha impuesto una Liturgia como aconteció desde el año 1969, pero ya a partir del año 1965, inficionada de protestantismo y, por lo tanto, mala en sí misma como decían los Cardenales Ottaviani y Bacci, que se alejaba tanto en su conjunto como en los detalles de la doctrina católica definida de fe por el Concilio de Trento; tampoco aquí es posible que sea la Iglesia, el Vicario de Cristo, quienes nos hayan dado esto. Pero entonces, si no viene de la Iglesia todo se explica; luego, es posible que todo aquello que no viene de la Iglesia no sea bueno, mientras todo aquello que viene de la Iglesia no puede no ser bueno y santo. Cuando Benedicto XVI insiste en que se reconozca que el nuevo Misal es válido con valor de santo, esta es una afirmación que tiene toda su lógica si se reconoce que el nuevo Misal viene de la Iglesia; ya que todo lo que viene de la Iglesia no puede no tener el valor de ser santo. Pero, si por el contrario, no viniese de la Iglesia, como no viene, entonces no puede tener valor ni tampoco las garantías de santidad. Luego, la autoridad no era una verdadera, legítima autoridad. Esta es una primera prueba, que viene de esto. Luego se da una prueba deductiva; vale decir, la legítima autoridad de la Iglesia debe querer de manera objetiva – poco nos importa saber las intensiones subjetivas tal vez buenísimas que han hecho esta revolución conciliar –digo, la autoridad de la Iglesia debe querer de manera objetiva en los hechos, y además habitual (de manera constante) el bien que es también el fin, de la Iglesia. En el bien y en el fin de la Iglesia existe como mínimo la condenación de toda herejía, de todo error, la enseñanza íntegra de la verdad, la celebración del sacrificio de la Misa y la administración santa y debida de los sacramentos. Si quienes ocupan la Sede de Pedro no aseguran de manera objetiva y habitual este bien y este fin de la autoridad entonces no poseen, por lo mismo, la autoridad. Incluso, en este caso, constatamos que no están asistidos. Esto no quiere decir que no pueda existir una autoridad carente de deficiencias, insuficiencias, defectos, sin embargo estos defectos y límites que tiene todo hombre no dañan lo que es el bien y el fin mismo de la sociedad, vale decir la gloria de Dios y la salvación de las almas, mediante la enseñanza íntegra de la fe, la administración pura de los sacramentos y la celebración del Sacrificio. Si, como dicen Monseñor Lefebvre y Monseñor De Castro Mayer y lo demuestran, aquello ya no se verifica con la reforma del Concilio, ya sea litúrgica ya sea doctrinal, entonces debemos concluir que quienes promueven estas novedades no poseen la autoridad. Sin embargo la Tesis de Cassiciacum, me excuso por extenderme tanto aunque me salto algunos pasajes, inclusive, no pretende ir más allá. De acuerdo a esta Tesis sólo se puede llegar hasta afirmar, con relación a Paulo VI y sus sucesores que se dicen defensores de la liturgia del Concilio, que no poseen la autoridad divinamente asistida que, en términos escolásticos, es la esencia misma, la forma del Pontificado. Con todo, no podemos concluir de esto, como por el contrario lo han hecho algunos, diré al contrario de Monseñor Lefebvre que ha ido más lejos, no podemos concluir de esto que éstos sean formalmente herejes. En efecto, la herejía, que es el pecado más grande contra la fe y que consiste en negar o poner en duda con pertinacia una verdad de fe revelada. No podemos tener la certeza de aquello; incluso tratándose de alguien, que profesase de manera pública y repetida aún por largo tiempo una doctrina herética, eso mismo, no lo hace aún o, al menos, no tenemos la prueba de esto, formalmente herético. Es decir no tenemos la prueba de la pertinacia, que es el otro elemento necesario; en efecto, en la herejía tenemos el elemento material, que es decir cosas heréticas, y el elemento formal, que es la pertinacia. Por lo tanto no consiste en repetir por largo tiempo opiniones erróneas, sino hacerlo sabiendo que la Iglesia enseña lo contrario, que la Revelación es opuesta y, sin embargo, oponerse a aquello: esta es la pertinacia, de lo cual no estamos ciertos. Es más, aparentemente ellos piensan de sí mismos de ser el Magisterio y la enseñanza de la Iglesia y, así pues, piensan continuar con esta misma enseñanza. Puede darse que en su foro interno se den perfectamente cuenta de no desarrollar de manera homogénea y explicitar la enseñanza de la Iglesia, sino de contradecirlo; sin embargo ellos no dicen “rechazamos el Vaticano I y el Concilio de Trento sino, por el contrario, pretenden precisarlo, desarrollarlo y explicitarlo. Por lo tanto la posición de éstos puede ser todavía católica. Para poder tener la certeza de que éstos han perdido la virtud de la Fe sería necesario que una autoridad que puede hablar en nombre de la Iglesia le pida una retractación de los errores cometidos. Esta sería la tarea de los Cardenales, la tarea de los Obispos residenciales de presentar, en el nombre de la  Fe y de la doctrina de la Iglesia, estas moniciones a quien ocupa de hecho la Sede de Pedro, declarando: “Vosotros os habéis alejado de la doctrina de la Iglesia”; esto, pues, aún no ha sucedido. Por lo tanto, mientras aquello no suceda, según la práctica que muchos teólogos del pasado – hablo de Santo Tomás Cayetano, de Bellarmino, de San Alfonso – toda una  serie de opiniones que, de todas maneras, han previsto que mientras aquello no acontezca no se podrá arribar a este punto de la herejía formal de aquellos que ocupan la Sede de Pedro. Por eso es que la Tesis, hablando del hoy, dice que Benedicto XVI no tiene formalmente la autoridad divinamente asistida, pero al mismo tiempo es materialmente papa. En el Papado, siguiendo la doctrina de Santo Tomás – particularmente explicitado por el comentador de Santo Tomás, el Cardenal Cayetano – se distinguen un aspecto formal, que es la autoridad divinamente asistida, y un aspecto material, representado por el hecho de que tal persona ha sido designado y ha estado exento de alguna objeción canónica para ocupar la Sede de Pedro; todo lo cual hace un Papa de hecho, toda vez que nadie nace como tal. El Vicario de Cristo procede, de este modo, de lo bajo (de los hombres) representado por la designación de la elección hecha por los Cardenales, seguido por un segundo acto humano, que es la aceptación por parte de quien ha sido elegido, siendo este el aspecto material; luego, por el contrario, concurre un componente que viene de lo alto, representado por Cristo, Cabeza invisible de la Iglesia, que confiere a la persona elegida la autoridad divinamente asistida: el “ser con”, el hecho de “Yo estaré contigo”; es decir que Cristo y su Espíritu estará con el elegido asistiéndolo, gobernando y enseñando a la Iglesia, por medio de él, habitualmente. Apoyándonos en las pruebas de las definiciones que hemos expuesto más arriba, pensamos que, ciertamente, en el momento de la elección ocurrió la designación de los Cardenales, siendo este el aspecto material, y que existió también la aceptación puramente exterior la cual, no obstante, fue hipotecada por un óbice, un impedimento interior, dada la falta de la intención objetiva y habitual de procurar y realizar el bien y el fin de la Iglesia, lo cual ha impedido a Cristo conferir la autoridad. Por lo tanto nos encontramos como en suspenso; en efecto, en el momento en que la persona designada – en este momento el Cardenal Joseph Ratzinger – levantase el obstáculo, es decir que quisiese objetivamente y habitualmente el bien y el fin de la Iglesia, condenando de alguna manera los errores que observamos en los últimos 40 años, proclamando nuevamente de manera integral la doctrina y la enseñanza de la Iglesia, restituyendo a la Iglesia su Liturgia, de todas maneras con la exclusión, y este es el punto, de ritos inaceptables, en ese momento él o algún sucesor, poco importa, se convertiría en la verdadera y legítima autoridad de la Iglesia Católica. De este modo se resolvería, al menos en su vértice, la crisis que estamos atravesando; digo que en su vértice porque hoy por hoy el error, el espíritu de error, de desobediencia, de cisma está de tal modo extendido que muchos fieles y, sobretodo, muchos miembros del clero y obispos – a lo menos así llamados – que ocupan las diversas sedes, no lo aceptarían. En efecto, si hubiese un verdadero y legítimo Papa nos enfrentaríamos a una verdadero y auténtico cisma, a un verdadero movimiento de herejía impulsado por todos estos modernistas, los cuales no aceptan la Iglesia Católica como ha sido fundada, la rechazan. De esto último tenemos un pequeñísimo ejemplo en la reacción de tantísimos ocupantes de la sedes episcopales ante el Motu Propio, lo cual no debiera suceder ante esta mínima cosa, representada por el hecho de que se pueda decir de lata manera la Misa Romana, y que ha provocado en éstos su rebelión y desobediencia; “¡Nosotros no lo permitiremos jamás!”. Esto es ya un pequeño anticipo de lo que sería la terrible reacción de estos modernistas; pero por lo menos las cosas serían claras: Roma hablaría de nuevo y nosotros sólo tendríamos que seguir aquel faro de la Verdad que siempre ha sido Roma. En el ámbito de aquel movimiento de resistencia a los errores del modernismo que se difunden en estos últimos 40 años en el seno mismo de la Iglesia, esto es la posición correcta. Existen, al contrario, dos posiciones que considero incorrectas: una es la que en su tiempo defendió Monseñor Lefebvre sosteniendo que la autoridad es legítima pero erra, luego el Papa y la Iglesia erran; la otra es la posición de los sedevacantistas más extremos que sostienen que la Iglesia poco menos que ha desaparecido dado que no tenemos ninguna posibilidad de tener un legítimo Papa sobre el Trono de Pedro; éstos últimos, frecuentemente, se ponen en una posición más o menos de fin del mundo acerca de lo cual, como sabemos, nadie sabe ni el día ni la hora, y que se asemeja, a veces, a la mentalidad de los protestantes. Por ende, buscamos evitar estos dos escollos que algunos, de buena fe, han sostenido pensando que era el mejor modo de defender la Tradición de la Iglesia.  Nos parece que el Padre Guérard, teniendo la competencia necesaria para hacerlo, había buscado aquel equilibrio para evitar ambos escollos y conducir la nave de los católicos fieles a la Tradición sin sufrir el naufragio.
P. Los sacerdotes del Instituto Mater Bonii Consilii celebran la Misa “non una cum” ¿En qué consiste exactamente?
R. La explicación es fácil. En el rito de la Misa la parte más importante es el Canon de la Misa que es, además, la parte más antigua. En el Canon de la Misa, como corresponde, se dice que la Santa Misa se celebra “una cum famulo tuo, Papa nostro”, mencionando después el nombre del Papa y luego el nombre del Obispo y, en fin, de todos los fieles que conservan la Fe católica y ortodoxa, es decir la recta y verdadera Fe. Esta es una expresión llena de significados, mucho más rico que aquello que puede parecernos a primera vista. Ante todo es una afirmación de comunión, es decir el celebrante de la Misa se declara, como debe ser en cada sacerdote, en comunión con el Papa, Vicario de Cristo, y luego con el propio Obispo; y se ora por el Papa y por el Obispo, pero no como personas privadas sino, propiamente, en cuanto es el Papa, supremo pastor de la Iglesia, y el Obispo del lugar, es decir en cuanto es el pastor de aquella Iglesia local. Con esta expresión se afirma, además, que la Iglesia es como una sola cosa, unida y junto al Supremo Pastor, el Papa, y al pastor local, el Obispo. Cabe señalar que si el santo sacrificio de la Misa fue instituido por Nuestro Señor Jesucristo dando la orden de celebrarlo (“hagan esto en conmemoración mía”) entonces es necesario decir también que este sacrificio fue dado por Nuestro Señor Jesucristo a su Iglesia y, por lo tanto, es la Iglesia la que intima la celebración del Sacrificio; y por lo tanto es la cabeza de la Iglesia, el Papa, quien normalmente intima la celebración del Sacrificio. Cuando el sacerdote celebra no se trata de una celebración privada de la oración personal de este hombre, sino que el sacerdote es el ministro de la Iglesia, quien debe celebrar teniendo la intención de hacer lo que hace y lo que intenta hacer la Iglesia y, por lo tanto, obedeciendo por así decirlo el mandato que la Iglesia y su Cabeza le dan. Decimos esto para captar la importancia de la cuestión. Muchos fieles toman la Misa y la comunión casi como un acto de devoción privada y personal y por esto no les importa gran cosa el hecho de que sea o no mencionado el Sumo Pontífice y cosas parecidas. Por el contrario, es necesario que los católicos retornen a estas verdades y se recuerden de esto. Ahora, es evidente que la celebración de la Misa y la comunión con el Sumo Pontífice, si la Sede no está vacante, es absolutamente necesaria como garantía de ortodoxia. Y así, lo primero que han hecho todos los cismáticos, pensemos en el gran cisma de Oriente que se consumó en 1054, aunque ya primero con Fozio, cuyo primer gesto fue el de cancelar los dípticos es decir, en la práctica, del Canon el nombre del Papa, Obispo de Roma; este fue el signo visible, tangible de ruptura del Oriente cristiano que, en realidad ya no lo era, con la Iglesia de Roma y así con la Iglesia Católica, Iglesia de Cristo. Una celebración de la Misa, aún con el rito más santo pero sin citar el nombre del Papa si el Papa ocupa la Sede de Pedro, es una declaración de cisma y esta Misa no puede ser agradable a Dios a causa de este hecho, y no porque el rito no sea bueno o que no exista la presencia del Señor, sino porque, lamentablemente, se constata este sacrilegio dado por la negación del hecho de que aquel Pontífice es en aquel momento el Vicario de Cristo y Jefe de la Iglesia. Naturalmente la Iglesia prevé también el caso opuesto. Es decir, cuando la Sede está vacante, cuando el Papa ha muerto y aún no se ha elegido a otro, evidentemente esta parte de la Santa Misa debe ser omitida. No puede mencionarse un Papa difunto, menos aún puede mencionarse a una persona que no es el Vicario de Cristo. Así pues, si es erróneo en un cierto sentido, al menos objetivamente, no mencionar el nombre del Papa que existe y que ocupa el Trono de Pedro, del mismo modo es una falta a la profesión de catolicidad el mencionar a alguno que no puede ser el legítimo Pontífice, aún más si enseña habitualmente el error o impone, o solamente permite – como constatamos después del Motu Propio – un rito que no es, que no puede ser católico y no puede venir de la Iglesia, en el Canon de la Santa Misa. No podemos decir que nosotros celebramos esta Misa bajo la orden, en obediencia, en unión, en comunión de Fe, en comunión canónica con el actual ocupante de la Sede de Pedro. Esta es la razón del porqué, aún cuando la Misa sea celebrada con el Rito Romano – llamado también Rito Tridentino, del Concilio de Trento, de San Pío V, como queráis llamarlo – si es celebrada en comunión primero con Paulo VI, después con Juan Pablo I y II, y ahora con Benedicto XVI, esta Misa contiene en sí misma algo que es erróneo, algo opuesto al “sensus fidei”, al sentir de la Fe, algo que es una proclamación errónea de comunión, pero esto no es posible; lo cual, por el hecho mismo, se atribuye a la Iglesia, porque se atribuirían al Papa tanto la reforma litúrgica como los errores conciliares. Razón por la cual el sacerdote celebrante debe, necesariamente abstenerse de nombrar a alguien que no es formalmente el sucesor de Pedro allí donde la liturgia prescribe nombrar al Papa o de omitirlo si el Papa no existe. Los fieles también deben comportarse coherentemente. Dado que la asistencia a la Misa es también un acto de profesión de la Fe, es un testimonio de Fe; testimonio que no podemos dar, asistiendo normalmente a las celebraciones celebradas en comunión con quien no puede ser el Vicario de Cristo; si nos damos cuenta de esto, si estamos convencidos de este hecho, debemos hacer un contra testimonio. Esta es la razón por la cual en la posición del Instituto, aunque esto naturalmente signifique gran desazón ya sea para nosotros como para tantos fieles católicos, nosotros insistimos, siguiendo al Padre Guérard, en el hecho de que no se puede celebrar y no se debe asistir a la Misa celebrada en comunión con Benedicto XVI ahora y antes con Juan Pablo II. Por lo cual, incluso las Misas que se han denominado “con el Indulto”, o incluso aquellas celebradas por sacerdotes de la Fraternidad San Pío X, entran en este caso, porque se celebran en comunión con quien autoriza y quiere como rito ordinario el Nuevo Misal y sostiene, y defiende, los errores del Concilio y, sobre todo, porque ocupa la Sede, pero sin tener la autoridad divinamente asistida.
P. Usted ha mencionado el Motu Proprio de Benedicto XVI acerca de la realización de la liberación del Misal del 62 ¿Puede profundizar su análisis?
R. Sí. El Misal del 62 es aún la Misa Romana que viene de la más antigua tradición, pero ya resiente de algunas variaciones, de diversos cambios, sobretodo en el Breviario, pero también en la celebración de la Misa, porque comprende la reforma de Juan XXIII. La Fraternidad San Pío X adoptó esta liturgia justamente porque ya tenía en vista un acuerdo futuro. Monseñor Lefebvre decía que jamás aceptarían las Rúbricas precedentes, es necesario proponerse las de Juan XXIII. Nosotros, por el contrario, celebramos con las Rúbricas de San Pío X; de aquellas que están exentas de todo este movimiento litúrgico, no iniciado en un solo día sino que, siempre con el mismo espíritu, ha cambiado gradualmente la liturgia de la Iglesia. Cerramos esta paréntesis que es secundaria, pero que tiene su importancia; volvamos al Motu Proprio. En un comunicado que hemos difundido comunicamos, antes que nada, que el tal Motu Proprio no es un documento de la Iglesia, luego tampoco es un Motu Proprio. ¿Por qué? Por el motivo que habíamos ya expuesto. Si y mientras que Benedicto XVI no tenga la autoridad divinamente asistida, en otras palabras, que no sea formalmente Papa, los documentos promulgados por él no son los documentos de la Iglesia. Esto no quita, sin embargo, que este documento no pueda tener una importancia y ciertas consecuencias para la Iglesia. La segunda impresión que habíamos hecho en este comunicado es que el gran ausente en todas las discusiones que se desarrollaron a continuación de la comunicación, llamémosle, del Motu Proprio Summorum Pontificum Cura, el gran ausente es, justamente, el Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae. Todos quienes se han opuesto, desde el 65, pero después del 69, a la reforma del Misal y a la reforma litúrgica sabían lo que era el Breve Examen Crítico; justamente, era el texto de referencia para todos. Es, por cierto, triste para mí que he vivido estos tiempos o, mejor, en aquel tiempo, ver que el Breve Examen Crítico no fue mencionado por nadie. Sin embargo ¿De qué se trataba? Hemos visto que el Padre Guérard des Lauriers, sin firmarlo con su propio nombre, con la colaboración de un grupo de teólogos junto a la escritora Cristina Campo, pero sobre todo el Padre Guérard des Lauriers, redactaron este Breve Examen Crítico en el que se subrayaban los principales problemas suscitados por la reforma litúrgica, los puntos en los cuales la reforma litúrgica, tanto en su conjunto como en los particulares se alejaba, según las palabras de los Cardenales Ottaviani y Bacci, de la enseñanza de la Iglesia establecida por el Concilio de Trento contra la reforma de Lutero. Y, así, se llegaba a la conclusión: éstos ponían un problema de conciencia para todo católico. Los Cardenales, en la carta a Paulo VI – recordemos que aún no había sido publicado el nuevo Misal – decían que cuando se demuestra que una ley es mala debe ser abrogada. Pedían dos cosas: la mantención del Misal Romano tradicional y la supresión de la nueva liturgia. El Motu Proprio de Benedicto XVI, en un cierto sentido y de manera aún limitada - en la práctica sería un tema que aún no nos explicamos - responde positivamente después de tantos años a una de las dos solicitudes: la libertad de continuar celebrando con el Misal Tradicional; todo esto, sin embargo, con extremos límites que todavía subsisten. Mientras que, por el contrario, no responde positivamente a la otra solicitud: la abrogación, la supresión de la nueva liturgia. Por el contrario, él extrae sobre esta nueva liturgia un juicio que es lo contrario al del Breve Examen Crítico. Mientras que el Breve Examen Crítico decía que la reforma litúrgica, el nuevo Misal eran, tanto en el conjunto como en los detalles, contrarios a la doctrina de la Iglesia sobre la Misa, sobre el Sacrificio de la Misa, por el contrario, el Motu Proprio dice que es necesario, o mejor, en la carta a los Obispos que lo precede, es necesario reconocer por todos el valor, la dignidad y la santidad del nuevo rito que ha proporcionado tanto bien a la Iglesia y que, por ende, permanece el rito ordinario, el Rito Romano Ordinario de la Iglesia, mientras que el otro sería, por el contrario, un rito extraordinario, excepcional, es decir secundario. Esto nos conduce a tener que dar un juicio negativo sobre el Motu Proprio. Antes que nada negativo porque mantiene en la Iglesia el nuevo Misal de la reforma litúrgica que no puede ser aceptado, no puede permanecer en la Iglesia; impone aceptar el supuesto valor y santidad de este rito cuando, por el contrario, choca contra la enseñanza de la Iglesia y contra la Liturgia y el espíritu litúrgico de la Iglesia; y en fin, porque hasta inclusive da al nuevo rito, manteniéndolo, un rango  de superioridad sobre el Rito Romano. Por ende, el juicio es negativo, debido a que “Bonum ex integra causa; malum ex quocumque defectu” (“el bien proviene de una causa íntegra; el mal de cualquier defecto”). En este caso el Motu Proprio, teniendo este grave e inaceptable defecto doctrinal, su juicio no puede sino ser negativo y, por ende, este documento no puede sino ser rechazado. En todo caso no faltará quien nos acuse de estar fuera del mundo, de no ser prácticos ni pragmáticos, de pedir demasiado, de querer demasiado; sin embargo esto podría tener algún sentido con relación a las cosas profanas y, quizá, en las cosas temporales y políticas, pero por cierto no en la Iglesia ni en las cuestiones de Fe. No podemos decir: dado que tenemos un error al 100% y una verdad al 100%, entonces acordemos conformarnos con un 50%, esto sería algo inaceptable. Sin embargo, también nosotros nos damos cuenta de que, desde un punto de vista práctico, este viento de locura, digamos este mal, este tumor que es el modernismo y que San Pío X decía que se escondía en el seno mismo de la Iglesia, es un mal tan grave que no podría ser reparada inmediatamente, salvo un milagro de Dios, sino que sería extirpado y curado poco a poco. Desde este punto de vista el Motu Proprio puede ser un primer paso, algo positivo, pero con determinadas condiciones. Ante todo ¿Qué tiene de positivo? Pues tiene de positivo la declaración del fracaso de los modernistas, de su intención de destruir la Misa Romana, se trata de una declaración oficial de fracaso. ¿En qué sentido? El Motu Proprio afirma que el Misal Romano – con este término yo llamo a la denominada Misa de San Pío V – jamás fue prohibido – entre otras cosas, entre paréntesis, si así es, no se entiende por qué el Motu Proprio somete este Misal [Romano] a tantos límites: entre otros, que deba tener el permiso del Párroco, que no sea más de una Misa por Domingo y no más de una, etc., si jamás fue prohibido debiera usarse siempre – Pero, en realidad, quien tenga memoria – aunque yo era de una cierta edad he vivido en aquellos tiempos – recordará muy bien aquel discurso dirigido al Consistorio, es decir a los Cardenales, que Paulo VI ofreció el 24 de Mayo de 1976 en el cual declaró que el nuevo Misal sustituía al precedente. No había sido hecho para acompañarlo, sino para sustituirlo: en el nombre de la obediencia de la Tradición exigía a todos los sacerdotes que celebrasen exclusivamente con el nuevo Rito, es más, los obligaba. Esta es la razón por la cual muchos sacerdotes, hasta aquella fecha, que habían mantenido la celebración con el antiguo Misal, pensando que aún fuese lícito, obedeciendo las palabras de Paulo VI, cesaron de celebrar con  el Misal de San Pío V, y adoptaron con aflicción el nuevo Misal. Ahora, en el 2007, se nos quiere decir que Paulo VI no decía la verdad y ha engañado al mundo entero; esta es, pues, una contradicción que se nos tendría que explicar. Entonces ¿De qué se trata? Se trata de que estas cosa sí pueden suceder, pero no en la Iglesia; por cierto, estos documentos no pueden venir ni de Paulo VI ni de Benedicto XVI (si fueran legítimos Papas). Con todo, podemos afirmar que Paulo VI trató de estrangular, de prohibir y de hacer desaparecer la Misa; pues bien, no lo ha logrado, gracias a quienes en nombre de la Fe y apoyándose en el Padre Guérard y en el Breve Examen Crítico, se han negado celebrar con el nuevo Misal. Si se pensó que estos viejos sacerdotes iban a morir sin dejar herederos, estando ya en el 2007, la supresión del Misal en el 1969 no ha ocurrido y sí existen herederos; razón por la cual no ha sido liquidado el Misal ¡Óptima cosa, óptima constatación! Quizá el inicio de la mejoría. Existe, aún otro aspecto positivo. Y es que hasta ahora, quienes celebraban con el Misal Romano y considerados como proscritos y como apestosos, en el fondo no estaban equivocados. Del mismo modo la Misa Romana, que prácticamente había desaparecido de la vida de los fieles católicos existiendo, prácticamente, más de una generación que jamás había visto celebrar con el Misal Romano, quizá ahora comenzarán a ver esta liturgia; lo cual es un bien. Sin embargo existen graves peligros y graves riesgos que son tantos: Uno se refiere a la validez de los nuevos ritos y de los nuevos sacramentos. Hemos visto que un rito, si viene de la Iglesia tiene la garantía de validez y de santidad; todo lo que la Iglesia aprueba, promueve y hace suyo, no puede contener errores, no puede no ser santo como la Iglesia es santa, no puede no santificar las almas. Por el contrario, un rito que no viene de la Iglesia no tiene estas garantías. Esta es la razón por la cual la reforma litúrgica, en su conjunto, si ha sido querida – lo cual ha sido declarado de manera explícita – ha sido querida para encontrarse con los protestantes quienes, justamente, niegan los dogmas católicos en materia de sacramentos, entonces no puede venir de la Iglesia, aunque tan sólo por este único hecho. Y si no viene de la Iglesia entonces no tiene garantías ni de validez, ni de santificación de las almas, y tampoco de santidad; con excepción de otras verdades y por otros motivos, como el Matrimonio y el Bautismo. Así, existe la duda, que sólo la autoridad suprema y legítima podrá, en el futuro, resolver sobre la validez de los sacramentos en general administrados con el nuevo rito. De aquí que existe un montón de consecuencias prácticas preocupantes a quien quiera plantearse este problema que, a mi parecer, es necesario plantearse. ¿Es válido el sacramento del Orden administrado con este nuevo rito? Un insigne dominicano que acepta la reforma litúrgica y que ha realizado estudios, ha dicho que la reforma litúrgica es, sin embargo, en todo semejante en su inspiración a la reforma anglicana; sabemos que León XIII ha declarado inválido este Orden. Existen personas que dicen que este rito, siendo de la Iglesia, es satisfactorio por este motivo; pero si por el contrario, como hemos dicho, éste no viene de la Iglesia entonces no tiene esta garantía. De este modo tenemos, quizá, obispos y sacerdotes que aparentemente son tales,  pero que pueden no serlo; cuando éstos, incluso, celebrasen  con el Rito Antiguo, pero no teniendo en realidad el sacramento del Orden, estas Misas no serían válidas. Inclusive sacerdotes consagrados y ordenados con el Rito Antiguo, pero por Obispos que no lo son, son hipotecados por la duda de ser verdaderamente sacerdotes; luego, estas Misas, por el mismo hecho, son afectadas por la duda. El nuevo rito de la Misa es dudosamente válido; de lo cual se sigue que, celebrando con el Motu Proprio en una Iglesia o en una parroquia y, por ejemplo, administrando la comunión con las partículas que se encuentran en el Tabernáculo y que han sido consagradas con la nueva liturgia, es posible que éstas no tengan la Presencia Real. Al contrario, celebrando válidamente con el Rito Antiguo, pero dejando luego las partículas en el Tabernáculo inmediatamente después de haber sido celebrada la nueva liturgia, en que el cuerpo y la sangre de Cristo pudo haber sido dados en la mano a los fieles, los cuales, en su mayor parte hoy por hoy, comulgan sin haberse confesado e incluso sin estar en Gracia de Dios – siendo de hecho esta la situación actual, con ritos improvisados, con abusos que el mismo Benedicto XVI en el Motu Proprio califica como al límite de lo soportable, y aun más – entonces he aquí que nos exponemos a profanaciones y sacrilegios. Además sería un gran riesgo el pensar que aquello que nos basta es de tener en la Misa los sacramentos, a tal punto de separar la Misa y los Sacramentos de la Fe. Si la Misa con el Rito de San Pío X es celebrada en un contexto de aceptación del Concilio sería un engaño, un doble engaño. Los fieles católicos, entonces, se contentarían con un rito digno, bello y majestoso, pero que, sin embargo, poco le importaría la Fe significada. Por lo tanto recordemos que los Sacramentos son los Sacramentos de la Fe; razón por la cual la Misa católica en un contexto de ecumenismo, de libertad religiosa, etc., está fuera de lugar. Nuestra batalla en defensa de la Fe por cierto no termina porque haya sido lícita la Liturgia católica. Otros dos y últimos peligros del Motu Proprio son: 1) Es posible que la Fraternidad San Pío X, es posible digo solamente, y otros católicos que se han opuesto a las reformas conciliares, frente a este acto de benevolencia de Benedicto XVI, amainen del todo la bandera y terminen, de un modo o de otro, explícitamente o implícitamente como ha sucedido con tantos otros hasta ahora, por aceptar el Concilio, estipulando un acuerdo, por decirlo así, que deje a un lado los problemas doctrinales y de Fe. Sería algo trágico; aún cuando desde ya existen defectos doctrinales graves en estas Sociedades 2) Otro riesgo es el proyecto que Benedicto XVI ha afirmado varias veces y que escapa incluso al Motu Proprio: Por un lado él dice que los dos ritos pueden coexistir y por otro lado se da cuenta de esta dificultad: la coexistencia de dos ritos romanos que, sin embargo, expresan dos eclesiologías y dos fe distintas. Hemos visto tantos ocupantes de sedes episcopales que han dicho “nosotros rechazamos este Motu Proprio”. Y bien, esta es la realidad; los dos ritos no podrán estar juntos, uno excluirá al otro, uno eliminará al otro; porque uno ha nacido para eliminar al otro. De todo esto Benedicto XVI se da cuenta, y también de las miles de dificultades prácticas; entonces ¿Qué es lo que prospecta? Una reforma de la reforma que nos dé un tercer rito, un nuevo rito futuro que sea una amalgama del rito tradicional de la Iglesia Romana y del rito inventado, de planta enferma, de pseudo renacimiento de antiguos ritos, remitiéndose a San Hipólito, etc., etc., que se hacen pasar como ritos de la Iglesia antigua, es decir el Misal de Montini. Ahora, con la fusión de estos dos ritos, según Benedicto XVI tendríamos una reforma litúrgica equilibrada que nos dará un nuevo Misal romano único para todos. Si se realizase este proyecto he aquí que esta muerte del Misal Romano tradicional, el de San León Magno, de San Gregorio Magno y luego de San Pío V acontecería por fusión y no por supresión. Esta intención de Paulo VI se cumpliría con Benedicto XVI fusionándolo con el Misal reformado. Por el contrario, debemos oponernos al Motu Proprio, e incluso oponernos a cualquier prospectiva de contaminación entre los dos ritos. Por el contrario, queremos integralmente el Rito Romano. Obviamente que después pueden surgir nuevos santos canonizados por un verdadero Papa e insertos en el calendario y cambios en las Rúbricas como siempre ha sucedido, pero no queremos que un rito nacido por motivos de acercamiento con el Protestantismo pueda tener una influencia cualquiera sobre el Rito de la Iglesia, esto es inaceptable.
Vínculo a la entrevista: "¿Por qué la Sede está vacante?"

Christus Vincit, Christus Regnat, Christus, Christus Imperat!
Nota: El autor de la entrevista, Don Francesco Ricossa, me ha pedido que enmiende un error: Los "Cahiers du Cassiciacum" no habían sido publicados en los primeros años 70, sino en los primeros años 80, aunque la Tesis ya estaba en preparación alrededor de 1976.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario