¡Lo logramos...!
Hace
algunos días publiqué en Twitter una imagen que, curiosamente, puede
ser interpretada distintamente según sea desde la ortodoxia católica o
desde la óptica “ecuménica” de la Iglesia Conciliar. Y esta es,
justamente, la forma expresiva, o comunicacional que, aliena voluntate,
es empleada por la nueva doctrina y teología de los “progresistas” para
diseminar sus toxinas; la razón es que, siendo la sustancia de sus
brebajes tan duras de tragar para el “sensus catholicus”, éstos han de
ser ofrecidos en el dulzor redaccional, a modo de vehículo; tal como, en
la pediatría, el dulce jarabe medicinal lleva el principio activo, para
que sea aceptable para el niño. Y así, por medio de la ambigüedad y la
equivocidad, pasa colada la verdadera intención o, por lo menos, sus
devastadores efectos, que es de dañar, de destruir y de extraviar la Fe y
la Iglesia católicas.
Se
trata de la imagen en que aparecen el Sr. Bergoglio, el rabino judío
Abraham Skorka y el líder religioso musulmán Omar Abboud, fundidos en un
“fraterno” abrazo, luego de rezar “jewish style” ante el Muro de los
Lamentos y con ocasión de su visita a Jerusalén. La escena parece muy
humana y sobrecogedora y mediáticamente conmovedora. El propio Francisco
I, emocionadamente no pudo sino expresar: “Lo logramos”. No vamos a
creer que se trata de tres viejos amigos que, en algún momento de sus
biografías, simplemente se prometieron reencontrarse ante el muro de los
Lamentos para revivir su mutua amistad. Al menos, si acaso aquella
intención estuviera también incluida, hay que ampliar el contexto y el
significado de esta escena; lo cual intentaremos en esta entrada.
De
hecho, absolutamente, este gesto no es un mero acto privado de tres
personas. Por el contrario, es un evento esencialmente público,
protagonizado por tres personeros públicos, genuinamente representativo y
altamente significativo de un cierto “state of the art”; en fin, se
trata de tres líderes religiosos llamados “monoteístas” ¿Qué pensar?
Este “Lo logramos”
bergogliano representa el grito de triunfo, el puerto de arribo, el
cumplimiento de una “hoja de ruta” largamente esperado, la consumación
de una confabulación cuyo inicio se sitúa aún antes del reinado de
Federico II, en el Siglo XIII, pero en cuya corte conoció su forma
exotérica: se trata de la medieval “Leyenda de los tres anillos”, especie de contrahecha pseudo-profecía ecuménica – nihil novum sub sole.
En realidad se trata de la instauración definitiva (si fieri potest)
del Templo Ecuménico Universal de las Religiones lo cual, por la parte
“católica”, significa llevar a cumplimiento las directrices del Vaticano
II [que podríamos resumir en: el ecumenismo (con relación a las
“religiones cristianas”, consagrado en Lumen Gentium, Unitatis Redintegratio), el diálogo interreligioso (con relación a las religiones no cristianas, consagrado en Nostra Aetate), la libertad religiosa (consagrada en Dignitatis Humanae Personae].
La “Leyenda de los tres anillos”
tiene su origen en el Medioevo, época del máximo esplendor de la
Cristiandad y del Reino Social de Cristo, pero en el cual la Iglesia
igualmente debió enfrentar serios enemigos; prueba de esto da cuenta
esta Leyenda, la cual conoció tres sucesivas reproducciones literarias, a
saber, en la LXXIII novela del Novellino (anónimo), luego en el Decamerón (de Boccaccio) y, finalmente en Nathan el Sabio (de G. E. Lessing). En realidad el Novellino,
de acuerdo con Monseñor Benigni (Historia Social de la Iglesia) fue
compilado y divulgado en el ambiente gibelino de la corte del “stupor mundi”, Federico II, emperador que terminó excomulgado y depuesto, “un pagano con nostalgia musulmana” (cfr. Mons. Umberto Benigni, Storia Sociale Della Chiesa,
vol. IV, tomo I, pp. 74-75). Frente a este comportamiento del Emperador
del Sacro Imperio, entra en acción el grande Papa Gregorio IX, quien
acusó al filoarábico-hebreo Federico de impulsar la blasfemia según la
cual Moisés, Mahoma y Cristo fueron tres impostores. Esto refleja, según
lo demuestra Mons. Benigni, el peligro no sólo potencial, sino en acto,
de la influencia árabo-hebraica en la filosofía católica del Medioevo.
Por otra parte “De Tribus Impostoribus”, en sí mismo no era un
libro, sino la transmisión oral de una doctrina atribuida a varios,
entre ellos, a Federico II, de carácter esotérico (iniciático-secreta),
cuya expresión exotérica, con el fin de penetrar en ámbito cristiano bajo el manto de un cuento judaico-islámico (Mons. Benigni) tomó la fórmula de Los tres anillos,
también de origen judaico. Creo oportuno ofrecer aquí la versión de
Lessing, inspirada, al igual que la versión de Boccaccio, como hemos
dicho, en el Cuento LXXIII del Novellino medieval; los tres
conservan lo esencial de su contenido. En la obra de Lessing, el cuento
de los tres anillos se encuentra envuelto en un texto más largo, Nathan el Sabio; Nathan relata la antigua leyenda a Saladino del siguiente modo:
Saladino:
La razón por la que solicito tu enseñanza es bien distinta, bien
distinta – Tú que eres tan sabio dime, de una vez por todas. – ¿Cuál es
la fe, cuál es para ti la ley más convincente de todas?
Nathan: Sultán, yo soy hebreo.
Saladino: Y yo soy musulmán. Y entre nosotros está el cristiano. – Pero de estas tres religiones sólo una puede ser verdadera.
Nathan:
¿Me permite, Sultán, narrarle una pequeña historia?...Muchos años hace
ya que en Oriente un hombre poseía un anillo inestimable, un valioso
regalo. La piedra, un ópalo de cien reflejos bellos y coloridos, tiene
un poder secreto: hace grato a Dios y a los hombres a quien lo lleve con
confianza. ¿Puede extrañar si jamás se lo sacaba del dedo y que
dispusiese de tal modo que siempre permaneciera en su casa? Él dejó el
anillo a su hijo bien amado; y dejó escrito que, a su vez, aquel hijo lo
dejase a su hijo más amado; y que en cada ocasión el más amado de los
hijos se convierta, sin tener en cuenta el nacimiento sino tan sólo por
el poder del anillo, en el jefe y el señor de la casa. – ¿Tú me sigues,
Sultán?
Saladino: Te sigo. Continúa.
Nathan:
Y así, el anillo, de hijo en hijo, llega finalmente a un padre de tres
hijos. Todos ellos le obedecían igualmente y él, sin poder hacer menos,
los amaba a todos del mismo modo. Sólo de tanto en tanto uno u otro le
parecía el más digno del anillo – cuando se encontraba a solas y nadie
dividía el afecto de su corazón. Así, con afectuosa debilidad, él
promete el anillo a los tres. Vivió cuanto pudo. Pero, próximo a la
muerte, aquel buen padre se encuentra en dificultades. Lo entristece si
ofendiese, de este modo, a dos de sus hijos, confiados en su palabra.
Entonces él llama en secreto a un joyero, y le ordena dos anillos en
todo igual al suyo; y le exige que no escatime ni dinero ni trabajo para
que sean perfectamente iguales. El artista lo logra. Cuando se los
lleva, ni siquiera el padre se encuentra en condiciones de distinguir el
anillo verdadero. Feliz, llama a los hijo uno por uno, a todos imparte
su bendición, a los tres les da el anillo, y muere. ¿Tú me escuchas,
Sultán?
Saladino: Escucho, escucho. Pero termina luego tu fábula. ¿La tienes?
Nathan:
Ya terminé. Lo que sigue se entiende por sí mismo. Muerto el padre,
cada hijo sigue adelante con su anillo. Cada hijo quiere ser el señor de
la casa. Se litiga, se indaga, se acusa. En vano. Imposible probar cuál
sea el anillo verdadero. – Así como lo es para nosotros (después de una
pausa, durante la cual él espera la respuesta del Sultán) probar cuál
sea la verdadera fe.-
Saladino: ¿Cómo? ¿Esta es tu respuesta a la pregunta?
Nathan:
Tan sólo valga para excusarme, si no oso buscar de distinguir los
anillos que el padre hizo, precisamente, con el fin de que fuese
imposible distinguirlos.
Saladino:
¡Los anillos! ¡No te burles de mí! Las religiones que te he nombrado se
pueden distinguir hasta en las vestimentas, en las comidas, en las
bebidas!
Nathan:
Y sin embargo no en los fundamentos. ¿No están fundadas todas en la
historia escrita o transmitida? Y la historia sólo por fe o fidelidad
debe ser aceptada ¿No es cierto? ¿Y de cuál fe o fidelidad dudaremos
menos que de otra? ¿La de nuestros abuelos, sangre de nuestra sangre, la
de aquellos que desde nuestra infancia nos dieron prueba de su amor, y
que jamás nos engañaron, siendo que el engaño no era saludable para
nosotros? ¿Puedo creer a mis padres menos que a los tuyos? ¿O viceversa?
¿Acaso puedo pretender que tú, por no contradecir a mis padres, acuses a
los tuyos de mentirosos? ¿O viceversa? Y lo mismo vale para los
cristianos ¿No es cierto?
Saladino: (¡Por el Dios vivo! Tiene razón. Debo enmudecer)
Nathan:
pero regresemos a nuestros anillos. Como decía, los hijos se acusaron
en juicio. Y cada uno juró al juez de haber recibido el anillo de las
mano del padre (lo cual era cierto), y mucho tiempo antes de la promesa
de los privilegios concedidos por el anillo (y esto también era cierto).
El padre, ninguno lo ponía en duda, no podía haberlo engañado; antes
que sospechar esto, se decía a sí mismo, de un padre tan bueno, no podía
sino acusar del engaño a sus hermanos, de los cuales también había
siempre estado dispuesto a pensar siempre bien; y se consideraba seguro
de descubrir al traidor y dispuesto a vengarse.
Saladino: ¿Y el juez? Estoy curioso por escuchar lo que harás decir al juez. Habla.
Nathan:
El juez dijo: Traed inmediatamente aquí a vuestro padre, o los arrojaré
de mi presencia. ¿Creéis que yo esté aquí para resolver enigmas? ¿O
acaso deseáis permanecer hasta que el anillo verdadero hable?
Pero…¡Esperad! Decís que el anillo posee el mágico poder de haceros
amados, gratos a Dios y a los hombres. Que sea esto lo que decida. Los
anillos falsos no podrán. Así que, decidme, ¿Quién de vosotros es el más
amado de los tres? ¡Adelante! ¿Calláis? ¿Acaso el efecto del anillo es
sólo reflexivo y no transitivo? ¿Cada uno de vosotros sólo se ama a sí
mismo? Entonces cada uno de vosotros sois embaucadores embaucados.
Vuestros anillos son falsos los tres. Probablemente el verdadero anillo
se perdió, y vuestro padre hizo tres como aquél para ocultar su pérdida y
para sustituirlo.
Saladino: ¡Magnífico! ¡Magnífico!
Nathan:
Si no queréis, prosiguió el juez, mi consejo y sí mi sentencia, ¡Idos!
Pero mi consejo es este: Aceptad las cosas así como están. Que cada uno
posea el anillo de su padre: que cada uno se sienta seguro de que éste
es auténtico. ¿Acaso vuestro padre no estaba más dispuesto a tolerar aún
en su casa la tiranía de un solo anillo? Y, por cierto, os amó a los
tres. De hecho, no quiso humillar a dos de vosotros para favorecer a
uno. ¡Vamos! ¡Esforzaos en imitar su amor incorruptible y sin
prejuicios! Que cada uno se esfuerce por demostrar a la luz del día la
virtud de la piedra de su anillo. Y ayude a su virtud con la dulzura,
con indómita paciencia y caridad, y con una profunda devoción a Dios.
Cuando las virtudes de los anillos aparezcan en los nietos, yo los
invito a regresar al tribunal, al cabo de miles y miles de años. En mi
estrado se sentará un hombre más sabio que yo; y hablará. ¡Idos! Así
habló aquel modesto juez.
Saladino: ¡Dios! ¡Dios!
Nathan: Saladino, si tu crees ser aquel sabio que prometió el juez…
Saladino: (precipitándose hacia él y aferrándole la mano, que no dejará ya más hasta el fin) ¿Yo, polvo? ¿Yo, la nada? ¡Oh, Dios!
Nathan: ¿Qué hacéis, Sultán?
Saladino:
¡Nathan, querido Nathan! Los miles de miles de años de tu juez aún no
han pasado. Su estrado no es el mío. ¡Vaya! Pero sed mi amigo.
Según el estudioso Mario Penna (en su Parábola de los tres anillos y la tolerancia en el Medioevo,
1952) la versión original de esta parábola es, por el contrario,
cristiana, atribuyéndose a los hebreos españoles la deformación de ésta,
a favor de la tolerancia. La versión original cristiana data del Siglo
XIII: Es el relato de un padre que tiene una hija legítima, mientras la
esposa – que se hace infiel – tiene otras hijas que hace pasar como
hijas legítimas. El padre dona a la única hija legítima una anillo
milagroso: sólo quien tiene el anillo milagroso es su hija. Entonces,
las otras fabricaron anillos semejantes, pero falsos. El sabio juez,
comprobada la virtud de los anillos, declaró que una sola era la hija
legítima, y todas las otras eran ilegítimas. Es entonces que, en
ambiente hebraico, la parábola viene deformada en dos sentidos: 1) el
anillo pierde toda virtud milagrosa, por lo cual ya no se podía
distinguir el verdadero de los falsos; 2) por otra parte, y muy
importante, el autor de los anillos falsos ya no son los hijos
ilegítimos (siendo ahora, por lo demás, todos hijos legítimos y muy
amados del padre) sino que el autor es el mismo padre. De este modo, el
autor de todas las religiones, verdadera y falsas, es Dios mismo;
mientras que en la versión cristiana original Dios es el autor de la
verdadera religión, mientras que los hombres son los autores de las
falsas.
Se
comprende ahora, a la luz de este “magnífico abrazo” en Jerusalén, el
valor y el significado del grito de triunfo bergogliano “¡Lo logramos!”.
Es el regocijo y la euforia de haber alcanzado la meta, ya “imaginada”
en el lejano árabo-hebreo Medioevo español, de consumar en la historia
la reunión y la amalgama de los “Tres impostores”, para
inaugurar por fin, ahora sí, la economía y el tiempo del Templo
Ecuménico Universal de las Religiones, en el cual todo cabe, tanto lo
falso como lo verdadero envenenado de lo falso, puesto que todos ellos
se consideran embaucadores embaucados: ninguno es cabeza de ninguna
verdadera religión; así que no hay razón para litigar, lo que
corresponde es seguir el consejo del juez de Lessing: “Que cada uno se esfuerce por demostrar a la luz del día la virtud [vana] de la piedra de su anillo
[falso]”. En la obra de los tres anillos los tres protagonistas, que
representan las tres religiones monoteísticas, en realidad están
representando a todas las religiones. Como siempre, para cada enseñanza
de doctrina modernista existe una condena previa del Magisterio
Católico, lo cual determina el carácter herético y anti-Cristo de la
nueva religión que se dice católica. En este caso, el Papa Pío XI, en la
Encíclica Mortalium Animos, es quien, precisamente, condena
este falso ecumenismo que conduce al indiferentismo religioso y al
ateísmo y defiende la verdadera unidad cristiana. Esta obra
anti-católica, esta lejana visión medieval del enemigo de Dios y de los
hombres, patéticamente representada – conspectu Dei – por este
reciente triple y “fortísimo” abrazo en Jerusalén, una vez más, nos
quiere enseñar que no vale la pena esforzarse en defender y promover la
verdad revelada y operada por Dios para su propia gloria extrínseca y
para la felicidad y regeneración del hombre, porque los tres (en
realidad todos) son bienamados del Padre, aún poseyendo la mentira (los
falsos anillos). Además, ¿Qué sentido tiene tratar de buscar la verdad y
reconocerla? Total, la capacidad de la razón humana, de cuerdo a
Lessing y Bergoglio, es impotente para alcanzarla, a lo cual llamamos naturalismo y agnosticismo,
aún cuando alguien pueda preguntarse ¿Entonces qué sentido tiene estar
dotado de una facultad, la razón, si esta carece de la capacidad para
alcanzar su objeto propio, la verdad? ¿No es absurdo? ¿No sería una
facultad inútil? Pero esto constituye la mutilación del intelecto,
hacernos irracionales y exclusivamente sensitivos, como quieren el sensismo y el empirismo. Todo lo cual intenta bloquear el reconocimiento, por parte de la razón, de la verdad natural y revelada.
Así
pues, Bergoglio nos quiere inducir a dejar la objetividad de la Fe (la
cual no es un mero y simple ambiguo sentimiento) y nos quiere dar del
propio veneno de la “doctrina” del Vaticano II, esto es que, junto a sus
tres amigos, él mismo se considera un embaucador, afirmando no saber si
posee el verdadero anillo, tan embaucado por el Padre como los otros
dos; él sostiene que, dado que el Padre es un estafador, entonces puede
deducir, juntos a sus dos amigos, que las tres religiones son falsas,
habiéndose perdido la verdadera (¿en poder de Lucifer...quizá? ¿O del
G.A.D.U…?). En fin, vemos como de la parábola de la tolerancia y de la
fraternidad entre las religiones, salidas de un Dios engañador, se llega
a la blasfemia de los Tres impostores; luego Dios es un Padre
que, o bien no existe o bien no es Padre. Lástima que quien, ya sea
voluntariamente o inconscientemente o defraudadamente, beba del
veneno…lamentablemente se expone a la muerte...
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