Mons. Jean-Joseph Gaume (1802-1879), teólogo católico francés, escribió sobre la revolución: "La Revolución es el odio formal hacia todo orden en que el hombre no sea reconocido como rey y como dios". Por
lo tanto la Revolución, antes que un determinado episodio
histórico-político, es un espíritu y, como tal, permanente a lo largo de
la historia.
Desde el Siglo V, a partir de la Revolución humanística comienza a desarrollarse un progresivo antropocentrismo y
el hombre, bajo los principios naturalistas y humanistas comienza a
convertirse en el centro de la sociedad y a dejar en el abandono la vida
sobrenatural. Hasta el advenimiento, hacia el final del Siglo XIX, de
la Revolución modernista la cual, en ámbito católico, alcanza su
explosión siguiendo a la muerte de Papa Pío XII; Modernismo que, ya
condenado en 1907 por Papa Pío X, es oficialmente admitido, adoptado y
reactivado con verdadera virulencia por la doctrina y espíritu del
concilio Vaticano II.
Es,
propiamente hablando, Pablo VI quien, en su "revolucionario" discurso de cierre
del concilio en 1965, da la partida e inaugura oficialmente la nueva
religión antropocéntrica - caracterizada por el culto del hombre - que reemplaza, también oficialmente, a la religión católica, teocéntrica:
“La religión del Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado con la religión (porque lo es) del hombre que se hace Dios…” (Pablo VI, Discurso de clausura del Concilio Vaticano II). El origen gnóstico y cabalístico de este hombre que se hace Dios será analizado en una próxima entrada)
Luego, Pablo VI admite y confirma que, la nueva fe humanitaria-humanística, es
la fe que profesa la doctrina del concilio Vaticano II, esto es, la
divinización del Hombre, el éxito final y devastador del espíritu
revolucionario, por largos siglos trabajado y, por fin, alcanzado… El
hombre se reconoce como Dios y reproduce el contenido de la caída del
hombre en el origen, asintiendo a la insinuación de la serpiente: “Eritis sicut dii” (Gn 3, 5)(“Seréis como dioses”) en el orgullo y la desobediencia.
Y continúa Montini:
"En este concilio la Iglesia cuasi se ha hecho esclava de la humanidad".
Nótese la oposición con el consentimiento solemne de María que, en la Anunciación, proclamó: "Ecce ancilla Domini!" (Lc 1, 38) es decir, "¡He aquí la esclava del Señor!" (no del hombre). El resultado de este sometimiento de la Iglesia a la humanidad es la subordinación de la Iglesia al hombre.
Y sigue:
"Humanistas del Siglo XX, reconocéis que también Nos poseemos el culto del Hombre"
Se
trata de un programa articulado en etapas, finalizado a la destrucción
de la Iglesia Católica y a la instalación de la iglesia
humanística-humanitaria a-dogmática. Desde la elección del modernista
Juan XXIII, de corto reinado pero útil para establecer la “nueva
constitución” sobre la cual llevar a cumplimiento, en una etapa
sucesiva, los nuevos principios por medio de la nueva praxis. Esta fase
“ejecutiva”, al momento actual, alcanzó su máxima y devastadora
expresión en las declaraciones y obra del “santo” K. Wojtyla quien se
encargó, con arrolladora eficiencia, de llevar a cabo todos y cada uno
de los rasgos y contenidos liberales-modernistas condenados por los
Papas desde el Siglo XIX, especialmente por Pío IX, en 1864, con la
Encíclica Quanta Cura y Syllabus, así como porSan Pío X, en 1907, con el Decreto Lamentabili Sane Exitu y la Encíclica Pascendi .
" La
dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su
conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción
interna personal." (Gaudium et Spes, n. 17)
En
los documentos conciliares promulgados por Montini existen varios
términos y conceptos muy queridos por los innovadores, que explican el
desarrollo de la nueva doctrina. Con relación al carácter humano y al
culto del hombre de la nueva religión se advierte la alta prevalencia,
p. Ej., del término dignidad del hombre, que aparece 96 veces, la mayoría de ellas en la Constitución Gaudium et Spes
que trata, justamente, de la Iglesia en el mundo actual. Aquí, dejando
de lado una gran cantidad de errores que sobreabundan en estos
documentos y que podemos abordar en otra sede, nos podemos detener un
poco en este aspecto específico, tomando como referente a Karol Wojtyla,
por ser el más representativo en las consecuencias.
Aunque
el lenguaje de los documentos del concilio Vaticano II está difuminado
en un estilo tendenciosamente ambiguo, estilo que la Iglesia nunca
empleó, es posible descubrir que, en el espíritu de este concilio, se ha
de entender por “excelsa” dignidad del hombre su facultad de regirse su propia determinación y gozar de libertad (DH
11) condición esta que ni siquiera Dios puede condicionar, toda vez que
Él tiene en cuenta la dignidad de la persona humana que Él mismo ha
creado (DH 11), porque todos han sido creados a Su imagen y semejanza
(GS 24). Por otro lado, en la “doctrina” del ese concilio se puede leer
que la semejanza no sólo tiene una valencia individual, sino además
colectiva, puesto que “…sugiere [Cristo] una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (GS 24).
Esta base doctrinal da pie a K. Wojtyla para desarrollar “usque ad supernam exaltationem” su aberrante y monstruosa divinización de la persona humana, en la línea del concilio.
Veamos primero la enseñanza ortodoxa y auténtica de la Iglesia:
Es una verdad divinamente revelada que el primer hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (cfr. Gn 1, 26). La imagen: Los seres irracionales no son a imagen y semejanza de Dios, en ellos solo existe un vestigio del Creador (S. Th. I, 93, 2). Los Ángeles, sobretodo, y luego también el hombre, son a imagen de Dios (imago creationis)
(S. Th. I, 93, 3); no en el cuerpo sino en el alma intelectual ((S. Th.
I, 93, 6). La esencia del alma humana es imagen de la unidad de la
naturaleza divina, y las potencias, son imagen de la Trinidad de las
Personas. La semejanza: los Ángeles y los hombres pueden, luego, ser a semejanza de Dios en la Gracia, que es al modo de una segunda creación (imago recreationis), pero ahora sobrenatural, la cual será consumada en la Gloria (Imago similitudinis).
Ahora, esta semejanza no es común a todos los hombres ((S. Th. I, 93,
4) sino sólo a quienes están en gracia de Dios: ésta semejanza puede ser
adquirida (por el bautismo, la confesión sacramental), pero también se
puede perder (por el pecado mortal). La dignidad: este concepto está unido a la Gloria extrínseca
de Dios (no a la Gloria que le es propia por esencia), es decir a la
Gloria que reflejan las criaturas; y así, San Pablo en 1 Cor XI, 7 dice
que “vir…Imago et gloria Dei est” (“El hombre es la gloria de Dios”) en cuanto el esplendor (claritas)
de Dios refulge en el hombre. Luego, el hombre es la gloria de Dios
sólo en cuanto la gloria de Dios se refleja en él, que fue creado a Su
imagen, y sólo en cuanto el hombre manifiesta Sus perfecciones, no sólo
por el mero hecho de vivir (como los irracionales) sino reconociéndolo,
alabándolo y amando la perfección divina, que es el fin para el que fue
creado. Cuando el hombre no cumple este fin y, mediante esto salvar su
alma, no procura la gloria externa de Dios y, por el pecado, decae en su dignidad, la cual recibió de Dios; y dice Santo Tomás: “Por
el pecado el hombre abandona el orden de la razón; por eso decae en su
dignidad humana…degenerando en la subordinación de las bestias…de hecho,
un hombre malvado es peor y más dañino que una bestia” (Santo Tomás, S. Th, II – II, 64, 2, ad 3). La persona: La doctrina católica enseña (como lo señalamos en una entrada anterior) que la persona es naturae rationalis individua substantia(substancia
individual de naturaleza racional) concepto que se remonta a Boecio y
que ha hecho suya la filosofía católica con Santo Tomás a la cabeza,
quien perfeccionándola y para incluir también la personalidad de los
seres espirituales y la subsistencia - Dios y el ángel - define como subsistens in natura rationali vel intellectuali; de este modo, el Doctor común de la Iglesia señala los dos aspectos esenciales e indispensables para tener una persona: el aspecto ontológico con el subsistens (abandonado por los innovadores) y el aspecto psicológico con rationalis vel intelectualis (tan
querido por los teólogos modernistas que siguen a los filósofos
contemporáneos cuando hablan de la persona: la autoconsciencia, la
libertad, la comunicación, la vocación, la participación, la
solidaridad, etc.)
¿Qué
es lo que “enseña” K. Wojtyla, acerca del hombre, fiel ejecutor del
“vamos” de Pablo VI y de los “principios” del “concilio”? Bueno, antes
que nada escuchemos las propias palabras del entonces “cardenal”
Wojtyla, futuro “papa” y “santo”, acerca del Vaticano II: “El concilio
Vaticano II fue un concilio personalista” (En Esprit et en Vérité,
ed. Le Centurion, 1980, p. 234); juicio frecuentemente repetido por
Wojtyla aplicado a otros documentos de su pontificado, p. Ej., en la Carta a las Familias de 1994 en donde leemos: “Nos encontramos también sobre las huellas de la antítesis entre individualismo y personalismo. El amor, la civilización del amor, se relaciona con el personalismo” (C.F., n. 14). Digamos en passant
que Juan Pablo II, en sus documentos, tiene más la semejanza de un
filósofo, que expone sus tesis personales, antes que la de Supremo
Magisterio de la Iglesia. Al reflexionar sobre la persona humana él dice
que “la clave interpretativa está en el principio de la ‘imagen’ y de la ‘semejanza’ de Dios” (C.F., n. 6) y agrega en el mismo número: “Antes
de crear al hombre, parece como si el Creador entrara dentro de sí
mismo para buscar el modelo y la inspiración en el misterio de su Ser,
que ya aquí se manifiesta de alguna manera como el «Nosotros» divino. De
este misterio surge, por medio de la creación, el ser humano.”
Para llegar a la corona de su desarrollo personalista, J. P. II aplica
esta tesis (que pretende ser Magisterio) a la naturaleza de la familia
humana; a tal punto de llegar a manipular las perícopas de Gn I, 27: “Creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios le creó; varón y mujer los creó”
(Gn 1, 27), con la finalidad de unir artificiosamente las perícopas
resaltadas en negrita y hacer residir la imagen del hombre, en su
dualidad varón-mujer, en el Nosotros divino; en otras palabras, el
hombre sería semejante a Dios en ser varón y mujer; y concluye en el n.
6: “El «Nosotros» divino constituye el modelo eterno del «nosotros»
humano; ante todo, de aquel «nosotros» que está formado por el hombre y
la mujer, creados a imagen y semejanza de Dios”; con lo cual
establece la imagen y la semejanza en la relación de las Personas
divinas y no en la esencia Trinitaria y, de paso, como fiel discípulo
del misticismo gnóstico neoplatónico eslavo de Soloviev, intenta
introducir el “femenino” en Dios, lo cual no es posible porque Dios es
espiritual, en cambio lo masculino y lo femenino es biológico y
finalizado a la generación corporal; intento que vemos confirmado en
varios otros pasajes de la Carta a las Familias, sobre la base de
manipular Ef III, 14s. Todo lo cual está forzado para, finalmente y una
vez más, hacer residir la imagen y semejanza de la creatura con el
Creador en las Personas antes que en la naturaleza divina; persona que,
como dice G.S., n. 24, fue creada por Dios finalizada a sí misma.
El
Vaticano II, en el cual tomó parte el “teólogo” Wojtyla, exaltando la
divinizada dignidad de esta concepción de la persona humana, dice que: “Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación.”
(Gaudium et Spes, n. 22). Con lo cual se nos quiere decir que la
Revelación no consiste en que Cristo nos haya revelado a Dios y sus
misterios (como respondería un católico), sino que, Cristo revela plenamente el hombre al hombre
con el fin de hacerle explícita su altísima vocación (que en otra sede
podemos extendernos en su carácter neo-gnóstica) porque, como quiere
Pablo VI, Cristo “es un experto en humanidad”, luego, la Revelación no es teológica sino antropológica. Ahora, a partir de este principio, Wojtyla lleva su anonadamiento sobrenatural a su clímax, y va más lejos diciendo: “El «amor hermoso» comienza siempre con la auto-revelación de la persona. En la creación Eva se revela a Adán” (C. F., n 20).
En
el número 8 de la Carta a las Familias (C. F.) el teólogo K. Wojtyla
nos ofrece información adicional acerca de lo que Cristo revela sobre el
hombre: “El Concilio Vaticano II…se refiere a la imagen y semejanza divina que todo ser humano ya posee de por sí…”
Habíamos señalado más arriba que la Iglesia enseña sin error que la
semejanza con Dios sólo es conferida por la Gracia santificante, la cual
no es poseída por todo hombre, mucho menos “de por sí”. También, J. P.
II, en el número 2 de la C. F., nos recuerda lo que el Concilio Vaticano
II afirma de Cristo diciendo que: “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre".
(Gaudium et Spes, n. 22). Queriendo decir que, prescindiendo de la
Gracia, y por el sólo efecto de la Encarnación, Cristo ya está
incorporado en la genealogía de todo hombre, incluso sin que éste lo
sepa, e incluso si éste lo rechaza, y así: “Se trata de ‘cada’ hombre, porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno se ha unido Cristo, para siempre..."(Juan Pablo II, Redemptor Hominis, n. 13)
En
este ascenso en la promoción “divinizante” del hombre, muchas veces y
en distintos documentos e intervenciones, Wojtyla aumenta la dosis
repitiendo una de sus frases conciliares más queridas:
“Esta semejanza demuestra que el hombre, [es la] única criatura sobre la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” (Gaudium et Spes, n. 24)
La Revelación, la doctrina de la Iglesia y la recta razón nos enseñan que el hombre en la tierra está ordenado a Dios, y querido por [razón de] Dios. Wojtyla y el Vaticano II nos quieren sacar de esta inocencia ya que, por el contrario, el hombre ha sido querido por sí mismo. La preposición por
indica finalidad: el hombre estaría finalizado a sí mismo; J. P. II, el
santo, nos lo aclara en el n. 9 de la Carta a las Familias: “En la personal constitución de cada uno está inscrita la voluntad de Dios que quiere al hombre, en un cierto sentido, finalizado a sí mismo. Dios entrega al hombre a sí mismo”.
El fin de la vida humana sería ella misma (no Dios). Ahora, si vamos a
filosofar, sabemos que la sana filosofía enseña que el fin, o es
intermedio, o es el último fin; según el Vaticano II y Wojtyla ¿El
hombre sería entonces un fin intermedio o el último fin (es decir,
Dios)? Veamos lo que responde nuestro “santo”, y cómo vincula este fin a la tan sorprendente dignidad de la persona: “La persona jamás puede ser considerada como un medio para alcanzar un fin…Ésta es y debe ser sólo el fin de todo acto. Tan sólo entonces la acción corresponde a la dignidad de la persona”
(C. F., n. 20); pecado que precisamente ésta sea la definición del
último fin, es decir, Dios. ¡Quedamos atónitos, desconcertados,
estupefactos! sobretodo al seguir escuchando a nuestro “papa”: “Nadie tiene derecho de servirse de la persona, de usarla como un medio, NI SIQUIERA DIOS, SU CREADOR.” (Cf. Amor y Responsabilidad,
Ed. Marietti, 1980, p. 19); este es, precisamente, el principio o la
norma personalística establecida por Kant en su formulación del
imperativo categórico; luego es la norma personalística
Kantiana-Wojtyliana, que es la inversión del principio católico enseñado
por Santo Tomás, quien dice “Dios es la causa final de todas las cosas” (I, 44, 4). Además Wojtyla se opone a la Escritura, que testifica “El Señor ha obrado todas las cosas POR SÍ MISMO (Propter semetipsum)”
(Prov XVI, 4). Y también niega la declaración infalible del Magisterio,
que dice “No para aumentar su beatitud ni para adquirir perfección,
sino para manifestarla por medio de los bienes que da a las criaturas”
(Concilio Vaticano I, 3ª Sesión, cap. I) por lo cual “quien negare que el mundo haya sido creado para gloria de Dios, sea anatema” (Concilio
Vaticano I, can. 5). Luego, sea lo que sea que quiera Wojtyla, Dios es
el fin del mundo y de todas las cosas creadas, espirituales (ángeles,
alma humana) y materiales, que éste contiene.; por lo tanto también de la persona humana.
Y entonces, si el hombre no es el último fin, ¿es un medio? En efecto,
el hombre es un medio por el que Dios manifiesta la propia gloria y
bondad, de nuevo contra lo que quiera pensar Kant-Wojtyla. El fin de las
creaturas es la glorificación de Dios (no del hombre) según su propia
naturaleza: conscientemente los seres racionales (los ángeles y el
hombre), inconscientemente los demás. Cabe recordar que se trata de la
gloria externa de Dios, no de su propia Gloria esencial, a la cual nada
puede manifestar la creatura y es propia de Dios. En cuanto al hombre,
sólo cuando la gloria de Dios se refleja sobre él éste es la gloria de
Dios, creado a Su imagen y semejanza; la gloria externa de Dios,
entonces, consiste en la manifestación de las perfecciones de Dios por
parte del hombre y el resto de las criaturas; y el hombre, en cuanto
racional, glorifica a Dios “reconociendo, alabando y amando la
perfección divina” (Cf. Merkelbach, I, n. 10, 3), lo cual, a su vez es
el fin por el que el hombre fue creado. Tal como vimos más arriba,
cuando el hombre no realiza este fin, no procura la gloria de Dios y,
con el pecado, decae de su dignidad, justamente, derivada de Dios. Así,
es imposible que existan dos fines últimos; o es Dios o es otra cosa
diferente de Dios, p. Ej., el hombre, como lo quiere
Kant-Mounier-Wojtyla.
Bien,
creo que ya es hora de finalizar esta entrada dedicada a la
inauguración, proclamación y puesta en ejecución de la religión y del culto del hombre
sobre la base de las “novedades” fijadas por el Concili-ábulo Vaticano
II. No lo podría hacer sino citando, por último, la siguiente “joyita”
wojtyliana: “…en el momento mismo de su concepción el hombre ya está ordenado a la eternidad en Dios”
(C. F., n. 9), ¡A tanto llega la dignidad de la persona humana!
probablemente porque, si hemos seguido su “enseñanza” de fuerte sabor
gnóstico-esotérico-mistérico, “con la Encarnación Cristo se ha unido, de algún modo, a todo hombre” (G.S., n. 22). Veamos esto de más cerca. La sana doctrina puede conceder, por cierto, que el hombre esté en potencia ordenado a Dios como su último fin; en acto,
ya estando unido a Dios, ¡No! Es más, al nacer no se encuentra en
estado de orden [a Dios] sino de des-orden y de pecado: el pecado
original. Por lo cual, no es cierto que la persona, apenas concebida se
encuentre en acto ya consagrada y santificada, antes tendrá que recibir la Gracia Santificante por medio del Bautismo.
Me auxilio de las palabras de San Pablo: “No os engañe nadie en ninguna manera [con falsa doctrina, con falsas apariencias, con falso culto]; porque no vendrá [Cristo] sin que venga antes la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, oponiéndose, y levantándose contra todo lo que se llama Dios, o divinidad; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose parecer Dios [el Hombre deificado por la nueva iglesia Conciliar]”. (2 Tes I, 11).
A
continuación incluyo algunas otras declaraciones “vaticano-segundistas”
relacionadas con el mismo tema. Cada una de ellas puede, en sí misma,
ser refutada adecuadamente desde la fe católica:
- "Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa…el derecho a la libertad religiosa está realmente fundado en la dignidad misma de la persona humana." [Dignitatis Humanae, n. 1)
- “La declaración de este Concilio Vaticano, en cuanto al derecho del hombre a la libertad religiosa, tiene su fundamento en la dignidad de la persona…” (DignitatisHumanae, n.9)
- “Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa ha de ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de tal manera que llegue a convertirse en un derecho civil” (DignitatisHumanae, n. 2)
- “Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este punto: todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos.” (Gaudium et Spes, n. 12)
- “Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, que prefigura y promueve la paz y a ella pertenecen de varios modos y se ordenan, tanto los fieles católicos como los otros cristianos, e incluso todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia de Dios.” (Lumen Gentium, n. 13)
- “Al proclamar el Concilio la altísima vocación del hombre y la divina semilla que en éste se oculta, ofrece al género humano la sincera colaboración de la Iglesia para lograr la fraternidad universal que responda a esa vocación” (Gaudium et Spes, n. 3)
- “El Concilio habla a todos para esclarecer el misterio del hombre y para cooperar en el hallazgo de soluciones que respondan a los principales problemas de nuestra época.” (Gaudium et Spes, n. 10)
- “La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre. Por ello orienta la inteligencia hacia soluciones plenamente humanas” (Gaudium et Spes, n. 11)
- “La Iglesia es religiosa y, por lo mismo, plenamente humana.” (Gaudium et Spes, n. 11)
- “…todos los hombres, creyentes y no creyentes, deben colaborar en la edificación de este mundo…” (Gaudium et Spes, n. 21)
- “Lamenta, pues, la Iglesia la discriminación entre creyentes y no creyentes que algunas autoridades políticas, negando los derechos fundamentales de la persona humana, establecen injustamente.” (Gaudium et Spes, n. 21)
- “Crece al mismo tiempo la conciencia de la excelsa dignidad de la persona humana, de su superioridad sobre las cosas” (Gaudium et Spes, n. 26)
- “…es necesario distinguir entre el error, que siempre debe ser rechazado, y el hombre que yerra, el cual conserva la dignidad de la persona incluso cuando está desviado por ideas falsas o insuficientes en materia religiosa.” (Gaudium et Spes, n. 28)
- “…la igual dignidad de la persona exige que se llegue a una situación social más humana y más justa.” (Gaudium et Spes, n. 29)
- “La actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre.” (Gaudium et Spes, n. 35)
- “La Iglesia, "entidad social visible y comunidad espiritual", avanza juntamente con toda la humanidad, experimenta la suerte terrena del mundo.” (Gaudium et Spes, n. 40)
- “Cree la Iglesia que de esta manera, por medio de sus hijos y por medio de su entera comunidad, cree poder contribuir mucho ala humanización dela familia humana y de toda su historia.” (Gaudium et Spes, n. 40)
- "Tiene asimismo [la Iglesia] la firme persuasión de que el mundo, a través de las personas individuales y de toda la sociedad humana, con sus cualidades y actividades, puede ayudarla mucho y de múltiples maneras en la preparación del Evangelio" (Gaudium et Spes, n. 40)
- "…[La Iglesia] respeta santamente la dignidad de la conciencia [del hombre] y su libre decisión." (Gaudium et Spes, n. 41)
- "…en esta misma ordenación divina, la justa autonomía…sobre todo del hombre, no se suprime, sino que más bien se restituye a su propia dignidad y se ve en ella consolidada." (Gaudium et Spes, n. 41)
- "La Iglesia, pues, en virtud del Evangelio que se le ha confiado, proclama los derechos del hombre y reconoce y estima en mucho el dinamismo de la época actual, que está promoviendo por todas partes tales derechos." (Gaudium et Spes, n. 41)
- "De esta manera somos testigos de que está naciendo un nuevo humanismo, en el que el hombre queda definido principalmente por la responsabilidad hacia sus hermanos y ante la historia." (Gaudium et Spes, n. 55)
- "…la misión que les incumbe [a los cristianos] de trabajar con todos los hombres en la edificación de un mundo más humano." (Gaudium et Spes, n. 57)
- "…para descubrir [el cristiano] el sentido pleno de esa actividad que sitúa a la cultura en el puesto eminente que le corresponde en la entera vocación del hombre." (Gaudium et Spes, n. 57)
- "Todo esto pide también que el hombre…pueda investigar libremente la verdad y manifestar y propagar su opinión." (Gaudium et Spes, n. 59)
- "Es, pues, evidente que la comunidad política y la autoridad pública se fundan en la naturaleza humana…" (Gaudium et Spes, n. 74)
- "El cristiano debe reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales discrepantes y debe respetar a los ciudadanos que, aun agrupados, defienden lealmente su manera de ver." (Gaudium et Spes, n. 75)
- "…el Concilio, pretende ayudar a todos los hombres de nuestros días, a los que creen en Dios y a los que no creen en El de forma explícita, a fin de que, con la más clara percepción de su entera vocación, ajusten mejor el mundo a la superior dignidad del hombre, tiendan a una fraternidad universal más profundamente arraigada y, bajo el impulso del amor, con esfuerzo generoso y unido, respondan a las urgentes exigencias de nuestra edad" (Gaudium et Spes, n. 91)
- "La Iglesia…se convierte en señal de la fraternidad que permite y consolida el diálogo sincero." (Gaudium et Spes, n. 92)
- "En consecuencia, con esta común vocación humana y divina, podemos y debemos [los que creen en Dios] cooperar, sin violencias, sin engaños, en verdadera paz, a la edificación del mundo" (Gaudium et Spes, n. 92)
- "Los cristianos…no pueden tener otro anhelo mayor que el de servir con creciente generosidad y con suma eficacia a los hombres de hoy" (Gaudium et Spes, n. 93)
- "…el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres." [Nostra Aetate, n. 3]
¡Mater adspice, Virgo respice
Audi nos, O Maria,
Per Te speramus, ad Te clamamus,
Ora, ora pro nobis!
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