domingo, 27 de septiembre de 2015

La apoteosis de A. G. Roncalli (Juan XXIII) y de K. Wojtyla (Juan Pablo II)

     

     La canonización es un acto de la infalibilidad de la Iglesia; siendo la infalibilidad aquel don por el cual la Iglesia goza de un privilegio tal que, por medio de la asistencia del Espíritu Santo, no puede errar en lo que concierne a la fe y a la moral, tanto en el enseñar como en el creer; así la Iglesia es infalible no ex natura sua, sino por participación en la infalibilidad de Nuestro Señor Jesucristo, que es Cabeza de la Iglesia; así, es imposible que la Iglesia proponga algo errado a los fieles, pues se trata de alcanzar el último fin del hombre, a saber, la vida eterna en el cielo por medio de la glorificación de Dios en la tierra.

     A su vez, la canonización es la  infalible sentencia de la Iglesia con la cual se declara que un difunto ha alcanzado la santidad y, de este modo, ha conseguido la gloria celeste. La canonización concluye el proceso de las virtudes heroicas junto a las pruebas de los milagros, según el uso de la iglesia desde el S. X. Tiene como efecto la permisión para ser invocado y venerado por los fieles como patrono y modelo seguro de santidad.

     Los decretos solemnes de Canonización de los Santos gozan de la infalibilidad, puesto que forman parte de las cosas necesarias para dirigir a los fieles sin error hacia la salvación. Por el contrario, si en esto la Iglesia pudiese errar, significaría que la Iglesia podría proponer, para venerar e imitar, hombres malvados o condenados; lo cual no conduciría a los fieles hacia la salvación, sino hacia la condenación.

     Ahora bien, el Canon 2038 del Código de Derecho Canónico de 1917 establece que “Con el fin de obtener de la Sede Apostólica la introducción de la causa de beatificación (etapa previa a la canonización de un difunto, n.d.a) de un Siervo de Dios, en derecho, debe antes constar la pureza doctrinal en sus escritos, la fama de su santidad, de sus virtudes , de sus milagros o de su martirio, así como la ausencia de cualquier obstáculo que pareciese perentorio”.

     Tomemos ahora las palabras con las cuales J.M. Bergoglio ha “canonizado” a los “beatos” Angelo Roncalli y Karol Wojtyla: “Ad honorem Sanctae et Individuae Trinitatis, ad exaltationem Fidei Catholicae et vitæ christianæ incrementum, auctoritate Domini nostri Iesu Christi, Beatorum Apostolorum Petri et Pauli, ac Nostra, matura deliberatione praehabita, et divina ope saepius implorata, ac de plurimorum Fratrum Nostrorum consilio, Beatos Ioannem XXIII et Ioannem Paulum II Sanctos esse decernimus et definimus, ac Sanctorum Catalogo adscribimus, statuentes eos in universa Ecclesia inter Sanctos pia devotione recoli debere. In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen”. (“En honor de la Santísima e Individua Trinidad, para gloria de la fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y Nuestra, después de haber realizado una completa deliberación, invocado varias veces la asistencia divina y habiendo escuchado el parecer de muchos de nuestros hermanos obispos, declaramos y definimos Santos a los Beatos Juan XXIII y Juan Pablo II y los inscribimos en el libro de los santos y establecemos que en toda la Iglesia ambos sean devotamente honrados como santos. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”).

     Es la fórmula con que la Iglesia (católica) eleva a los altares a los Siervos de Dios, previamente declarados Beatos. Veamos, desde la misma fórmula de canonización, las dificultades que se pone a la Fe católica para reconocer a estos dos hombres como santos, así como las dificultades con relación a la validez, licitud y legalidadde este acto de la “autoridad”.

     Ya nos hemos referido en otras partes al problema actual de la autoridad en la Iglesia (https://josaedo.wordpress.com/wp-admin/post.php?post=10&action=edit). En principio digamos que ningún acto que involucre la autoridad, de parte de quien carece de la autoridad, es un acto legal. Hemos dicho también que, a causa de la actual  vacancia formal de la Sede Apostólica, la Iglesia se encuentra en estado de privación con relación a la autoridad; por lo tanto también se encuentra en estado de privación la jurisdicción; aunque, si existiese la total ortodoxia en la formalidad de algún rito, se puede salvar la “validez”, aún cuando se trataría de una apropiación abusiva. Lo cual se puede ilustrar con un ejemplo: suponga usted que sufre el robo de su vehículo; el ladrón, mientras conduce por la vía pública con su auto robado, cumple rigurosamente con las leyes del tránsito y conduce el móvil respetando rigurosamente el modo de conducirlo, es decir, se trata de un conductor que conduce válidamente, y también lícitamente pues el conductor reúne los requisitos para hacerlo (mayor de edad, licencia de conducir), pero lo conduce ilegalmente, puesto que la ley no permite este acto. Luego, (independientemente de la falta de satisfacción de los requisitos por parte de los propuestos Roncalli y Wojtyla, lo cual afecta a la licitud del acto, como veremos) Bergoglio pudo haber respetado la canonicidad del acto declaratorio de la santidad de ambas personas; sin embargo lo ha hecho abusivamente, apropiándose ilegalmente de algo que no le pertenece (por dirigir una religión extraña), y que pertenece en propiedad a la autoridad católica.

     En estas “canonizaciones” constatamos que las misma razones que afectan e hipotecan la legalidad del acto declaratorio de Bergoglio, son las que afectan e hipotecan la validez y la licitud de éstas ex parte subiecti. Ambos postulantes, así como también Bergoglio, no son Papas de la Santa Iglesia Católica, debido a que, aún habiendo sido canónicamente electos (no nos consta la validez de los Cónclaves a partir de la elección de Juan XXIII), no han recibido la autoridad divina, toda vez que al momento de la aceptación de la elección han puesto un óbice a la recepción de la autoridad de Jesucristo por no tener la intención habitual de propiciar el bien de la Iglesia, queriendo promulgar, y promulgando de hecho, falsa doctrina, falso culto y falsa disciplina. Además, por la misma razón estos “beatos” no reúnen los requisitos católicos, en cuanto a la pureza doctrinal en sus escritos, la fama de su santidad y de sus virtudes.

     “Ad honorem Sanctae et Individuae Trinitatis…”(“En honor de la Santísima e Individua Trinidad…”). El más alto honor, es decir, la gloria que el hombre puede tributar a Dios Uno y Trino proviene de los actos propios de la virtud de la religión, a saber, el verdadero culto divino, en especial del más excelso entre ellos: la Santa Misa; porque por la mística inmolación de Jesucristo bajo las especies de pan y vino se ofrece a Dios un sacrificio de valor infinito en reconocimiento de su supremo señorío sobre nosotros y de nuestra obediencia hacia Él (es el fin latréutico o de adoración); también porque el mismo Cristo, inmolándose por nosotros, ofrece a Dios un sacrificio de acción de gracias de valor igualmente infinito (es el fin eucarístico). Sobre esto cabe recordar que la Misa fue definitivamente, infaliblemente e irreformablemente codificada y promulgada por San Pío V, en 1570, quien decretó con toda la fuerza de su investidura Pontificia, al final de la Bula Quo Primo Tempore “Que absolutamente nadie, por consiguiente, pueda anular esta pagina que expresa nuestro permiso, nuestra decisión, nuestra orden, nuestro mandamiento, nuestro precepto, nuestra concesión, nuestro indulto, nuestra declaración, nuestro decreto, nuestra prohibición, ni ose temerariamente ir en contra de estas disposiciones. si, a pesar de ello, alguien se permitiese una tal alteración, sepa que incurre en la indignación de Dios todopoderoso y sus bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo”.

     Roncalli, “suspectus haeresis” ya por Pío X, a causa de su relación con el modernismo, especialmente con su mentor, el sacerdote apóstata E. Buonaiutti (excomulgado) y con las obras de L. Duchesne, Roncalli decíamos, ya Juan XIII, promulgó su misal de 1962, que surgió del llamado “movimiento litúrgico”, condenado por los Papas, bajo la dirección del también modernista Ferdinando Antonelli, elevado a "cardenal" por Montini y luego miembro del Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, del cual, a su vez, emanó la actual sacrílega "nueva misa" del Novus Ordo, publicada Pablo VI. Este misal de Roncalli sólo estuvo en uso 4 años, con el único fin de preparar el terreno a la nueva liturgia ecuménica. El mismo Bugnini, autor de la “nueva misa”, había expresado que “el misal roncalliano es un puente que abre la puerta a un promisorio futuro”. Entre muchas alteraciones (prohibidas por San Pío V) introducidas por Roncalli en la Misa se pueden citar: Abolición del “Confiteor, Misereatur et Indulgentiam”, que siempre debían ser dichas antes de la Santa Comunión del Pueblo; la “semana santa” roncalliana prácticamente ya no es la Semana Santa del rito Tridentino, recibiendo escasos retoques para ser incorporada al “misal de Montini”; de hecho Roncalli adulteró la oración por la conversión de los judíos, propia de la Liturgia del Viernes Santo, como presagio de la ominosa Declaración Nostra Aetate del Vaticano II. El joven Roncalli sospechoso de la herejía modernista durante el reinado de Pío X finalmente se manifestó sin disimulo en Juan XXIII, responsable de haber convocado un conciliábulo, con el sólo propósito de hacer realidad el largamente esperado, y condenado, programa de la marea modernista.

     Por su parte, Wojtyla, ya en el apogeo de la religión ecuménica post-conciliar, aparte de las escandalosas reuniones interreligiosas (con falsas religiones, heréticos y cismáticos) y de las escandalosas concelebraciones litúrgicas con éstos mismos, lleva a su plenitud la celebración de la misa del “Novus Ordo” montiniano. Ahora ya no nos encontramos ante una simple “transición” roncalliana, sino ante una nueva y distinta realidad, ante una misa que ya no refleja ni expresa la Fe católica, sino una doctrina ajena (lex orandi, lex credendi). El rito de la misa montiniana expresa una nueva fe, siendo expresión de una doctrina religiosa modernista protestantizada. Conviene recordar las palabras de los Cardenales Bacci y Ottaviani contenidas en el texto del Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae: El Nuevo Ordo Missae se aleja, de manera impresionante, así en el conjunto como en los detalles, de la teología católica de la Santa Misa tal como fuera formulada en la XXII Sesión del Concilio de Trento (y codificada irreformablemente por San Pío V, n.d.r.)”. La “misa” que celebra Wojtyla no es la Santa Misa católica, la cual es un Sacrificio, en ella Nuestro Señor Jesucristo está presente real y substancialmente en el altar, y la acción sacrificial (Consagración) es un acto propio del mismo Jesucristo que obra por ministerio del sacerdote que actúa in persona Christi”, siendo Él el único Sacerdote y la Víctima del Sacrificio del Altar. Esto es, justamente, lo que niega la herejía modernista, así como los protestantes. Wojtyla celebraba y difundía un culto transformado en “cena” y “asamblea eucarística”, que ataca y destruye las tres notas de la Misa católica que acabamos de señalar. Por ej., en la misma definición del nuevo culto de la Institutio Generalis leemos: “La cena del Señor o Misa es la sagrada sinaxis o asamblea del pueblo de Dios reunido en común, bajo la presidencia del sacerdote, para celebrar el memorial del Señor. Por lo tanto, para la asamblea local de la santa Iglesia vale en grado eminente la promesa de Cristo: “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt. 18, 20)”; nada, pues, de Sacrificio, ni de Presencia Real, ni de Transubstanciación, ni del carácter Propiciatorio de la Misa, ni del rol del sacerdote, no como simple presidente de una asamblea (culto protestante), sino como ministro del Sumo Sacerdote y Víctima, verdaderamente distinto del pueblo. Este Novus Ordo Missae es, pues, la “misa” montiniana.

     “…ad exaltationem Fidei Catholicae…” (“…para Gloria de la Fe Católica…”). Aquí sí que estamos ante un gran problema; de hecho, las aberraciones de la revolución litúrgica serían incomprensibles sin un gran error en el origen, es decir, en la fe, en la doctrina. Es en razón de una revolución en la fe que se explican todas las demás aberraciones. La fe, al contrario de lo que enseñan Roncalli y Wojtyla, es una virtud sobrenatural (y no un subjetivo sentimiento inmanente del corazón) por la cual, con la inspiración y ayuda de la gracia de Dios (no por la indigencia de la conciencia) con nuestro intelecto (no con el sentimiento) asentimos a todo lo que Él ha revelado (no a lo que propone la conciencia), transmitido fielmente por la Tradición y que la Iglesia infaliblemente propone como divinamente revelado. Es una elevación del intelecto humano, por la gracia, para que éste dé su asentimiento a lo que Dios ha revelado. Es algo que viene de Dios (no de la indigencia de la conciencia). Esta virtud tiene un objeto, el dogma (doctrina, enseñanza). Es una virtud infundida en nuestra alma en el Bautismo, imprimiendo una carácter, el carácter sacramental por el cual somos súbditos del Rey, Cristo; por lo tanto nadie, que no haya cancelado el pecado original por la regeneración bautismal, posee la Fe. ¿Qué es lo que proponen Roncalli y Wojtyla? Una fe que, aunque por momentos contiene ciertas verdades – la  mayor parte derivadas de la ley natural que la razón fácilmente descubre, o bien tomadas “en préstamo” de la fe católica – está envenenada por la herejía y, por lo tanto, mortífera, y por lo tanto conducente a la condenación de quien miserablemente siga a estos dos individuos. Ambos reducen la Fe a un mero sentimiento religioso; por eso es que ambos sostienen que cada una de las falsas religiones son portadoras de un cierto valor. Ambos son “muy amados” por la gente (uno, “el papa bueno”, el otro, “un santo viviente”) ¿por qué? Porque ambos proponen una religión humanitaria despojada de lo que divide entre la verdad y el error, es decir, del dogma. La Iglesia no fabrica dogmas, los toma del depósito de la Fe y los propone al género humano infaliblemente bajo la forma de dogma, como enseñanza (“…quien a vosotros escucha, a Mí escucha…”) (...”quien no crea se condenará…”) sin error. Por otra parte, no puede existir contradicción ni oposición entre una enseñanza ya definida y una proposición posterior. Por ejemplo, la constitución “Lumen Gentium” (cfr. n. 8) promulgada por Pablo VI, emanada del pseudo-concilio convocado por Roncalli, enseña que la Iglesia de Cristo y la Iglesia Católica no son lo mismo, que la Iglesia Católica sólo es una parte, está contenida, subsiste en la Iglesia de Cristo, que sería una realidad más amplia, lo cual constituye una manifiesta herejía. Roncalli, quien convocó el conciliábulo  y Wojtyla, que lo aplicó, claramente distinguen entre ambas. Lumen Gentium dice que la Iglesia de Cristo es la unión espiritual de todos quienes profesan el nombre de Cristo (cismáticos ortodoxos, anglicanos, protestantes, etc.) y, por otro lado, dice que la Iglesia Católica es tan sólo la institución jurídica establecida sobre el Papa y los obispos. Dice también que la Iglesia católica “subsiste” en la Iglesia de Cristo, en oposición a la bimilenaria doctrina de la Iglesia, a saber, que la Iglesia de Cristo “es” la Iglesia de Católica, tal como Papa Pío XII lo declara infaliblemente en 1943 en su Encíclica Mystici Corporis Christi. Wojtyla, implementando el vaticano II, enseña el “subsiste” para profesar y difundir el dogma oficial de la nueva religión, el ecumenismo; y así, la Iglesia de Cristo también “subsiste” en la iglesia luterana, en la anglicana, en la autodenominada “ortodoxa”, y en cualquiera otra falsa religión. Enseña que la Iglesia de Cristo está compuesta por todos quienes miran con “fe” a Nuestro Señor Jesucristo: ninguna necesidad de pertenecer  a la Iglesia Católica ni de estar en unión con Pedro (el Papa). Esta enseñanza contradice el dogma de que la Iglesia católica es la verdadera Iglesia de Cristo y el único Cuerpo Místico de Cristo. También el Vaticano II, querido por Roncalli, promulgado por Montini e implementado por Wojtyla, enseña que todas las religiones no católicas son medios de salvación; ¡y sí!, ¡insólito! ¡Esto es pública herejía! ya que niega el dogma de Fe que establece que fuera de la Iglesia católica no hay salvación; la Iglesia siempre ha enseñado que, siendo ésta la única Iglesia de Cristo, ella es el único medio de salvación. El conciliábulo también enseña que la Iglesia tiene un gobierno colegiado (el colegio de los obispos); esta es también una proposición herética, que va en contra de la constitución de la Iglesia; la Iglesia no es gobernada por un colegio, al modo de una democracia política, sino por Pedro solo, quien recibió las llaves del Reino de Dios; la Iglesia fue dotada por Dios con una constitución monárquica; la razón para disminuir el Papado es, una vez más, el delirio ecuménico: el Papa es la piedra de tropiezo para implementar la ecuménica y futura iglesia de Cristo, es un obstáculo para la unión con los protestantes y los cismáticos griegos. Los cambios substanciales a la Fe católica son innumerables e infestan por doquier; así también, p. ej., con la herética enseñanza de la libertad religiosa, como si no fuese obligatorio para todos abrazar la verdadera Fe.  El Vaticano, la enseñanza de los "papas" conciliares y su práctica, encarnan la gran apostasía, el abandono total de la Fe católica.

     “…et vitæ christianæ incrementum…” (“…y el incremento de la vida cristiana…”) Por vida cristiana se entiende la vida de la gracia, en unión con Cristo y orientada a la posesión de Dios, nuestro principio y último fin, por la perfección de la caridad. El Padre Antonio Royo Marín, en su obra Teología de la Perfección Cristiana dice: “La perfección cristiana es la vida sobrenatural de la gracia cuando ha alcanzado un desarrollo eminente…con relación al grado inicial recibido en el bautismo…” Pero, para el desarrollo de la vida cristiana, es necesaria la Fe, puesto que no se puede amar lo que no se conoce; y es, precisamente la Fe sobrenatural la virtud que nos hace conocer a Dios, por medio de las enseñanzas de la Iglesia que nos propone las auténticas verdades con relación a Dios. Si dos personas, como Roncalli y Wojtyla, nos proponen el error acerca de Dios – como lo hemos visto en apenas una muestra de sus múltiples errores – entonces es  imposible el desarrollo de la vida cristiana y menos aún la salvación; sin la Fe es imposible agradar a Dios. Sin la Fe es imposible la caridad, la vida cristiana, la unión de nuestra alma con Dios. Toda la sana doctrina, toda la liturgia católica y toda la disciplina católica descansan, justamente, en los sólidos fundamentos de la Fe; por lo tanto, también toda la vida cristiana. Nadie que se deje “guiar” por estos dos “santos” puede incrementar su vida cristiana, toda vez que enseñan que el hombre se puede salvar y santificar en cualquier religión, incluyendo el judaísmo al enseñar que la Antigua Alianza no fue derogada por Cristo sino que se encuentra plenamente vigente y conduce a la salvación. Enseñan que no es necesario pertenecer a la Iglesia Católica para desarrollar la vida cristiana o para salvarse, negando los dogmas infaliblemente definidos de Extra Ecclesiam Nulla Salus y aquel que define la necesidad de estar unido a Pedro (el Papa) para salvarse. Estos “papas”, de momento que ellos mismos, por la herejía y el cisma capital, se han separado de la Fe católica, no pueden ser los sucesores de San Pedro; por lo tanto no tienen capacidad alguna para excitar, estimular, promover, incrementar la vida cristiana de nadie, menos aún pueden ser elevados a la santidad en los altares católicos, porque no profesan la Fe católica, son falsos “papas”. Todo católico que admita que estos dos individuos son Papas de la Iglesia Católica y los admire y los siga, en realidad, hace posible que la puertas del infierno prevalezcan, reconociéndoles el derecho de ocupar la Sede de Pedro y los lugares santos como invasores y usurpadores. Es precisamente la vida cristiana la que exige el rechazo de quienes, por un lado han convocado y, por otro, han consumado la apostasía del Vaticano II, rechazando ellos mismos aceptar la Fe Católica. La vida cristiana hace imposible reconocer como una y misma cosa la Iglesia de antes del Vaticano II y esta Iglesia de la post apostasía, y quien la siga sigue una religión extraña, sigue una falsa doctrina que sostiene: p. ej., “Todo ser humano está unido a Cristo” (GS. 22), “La persona humana está por encima de todo” (GS. 26), “Las religiones no cristianas poseen verdad y santidad” (NA. 2), “La verdadera iglesia de Dios no es aún única y visible” (UR. 1), “Los cristianos se unen a otros hombres para buscar la verdad” (GS. 16), “El Espíritu de Cristo no ha rehusado valerse de ellas (de las sectas no católicas, n.d.r.) como medios de salvación (UR. 3), “La Iglesia se encuentra unida con quienes no aceptan el Papado” (LG. 15), “El que sigue a Cristo, hombre perfecto, se hace a sí mismo más hombre” (GS. 41), “Cristo, en la Revelación misma, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre (creíamos que Cristo, en la Revelación, manifestaba a Dios, n.d.r) (GS. 22), “La Iglesia católica ha pecado contra la unidad” (UR. 7), “La doctrina de la libertad religiosa tiene sus raíces en la divina revelación” (DH. 9). Esto es tan sólo una muestra de la “santidad” de los papas del Vaticano II.

     “…auctoritate Domini nostri Iesu Christi… Beatos Ioannem XXIII et Ioannem Paulum II Sanctos esse decernimus et definimus…” (“…con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo… declaramos y definimos Santos a los Beatos Juan XXIII y Juan Pablo II…”) Para gobernar con la autoridad de Cristo es necesario haberla recibido de Él. Sin embargo, ninguno de los electos al Papado con posterioridad a Pío XII ha tenido la intención habitual y objetiva de propiciar el bien y el fin de la Santa Iglesia, poniendo un óbice  para recibir la autoridad de Cristo, manteniéndose tan sólo como electos pero no investidos, es decir que no han podido recibir la forma del Papado, no son formalmente Papas. En la práctica esto ha quedado en evidencia ante la innumerable serie de afirmaciones, tanto en los documentos del Vaticano II como en la enseñanza de estos electos, que se encuentran en oposición de contradicción con lo que ya ha sido irreformablemente definido por la Iglesia. Como hemos visto, someramente, estos puntos son múltiples. Podemos mencionar otro de los tantísimos ejemplos: el Vaticano II sostiene que todo hombre (por una falsa idea de la dignidad humana) tiene derecho a la libertad religiosa; en total contradicción con la Encíclica Quanta Cura de Papa Pío IX, que condenó tanto el liberalismo católico como la libertad religiosa. También se puede citar la enseñanza del falso ecumenismo por el documento Unitatis Redintegratio del Vaticano II, en total contradicción con la Encíclica Mortalium Animos de Papa Pío XI, que condena, justamente, el ecumenismo. Entonces, de la constatación de estos errores se deduce que Roncalli y Wojtyla no poseían la autoridad de Cristo, pues, sus enseñanzas, siendo errores, no gozan de la infalibilidad: es imposible que la Iglesia dé veneno a sus hijos, si alguno lo hace en nombre de la Iglesia, entonces no es la ni Iglesia ni el Papa. Todo lo que proviene de la Iglesia no puede no ser santo; estos “canonizados”, que no son la autoridad, no son santos y todo lo que de ellos emana en cuanto a la potestas iurisdictionis y que, en una situación de orden debiera tener la garantía de la infalibilidad, no tiene validez jurídica, ya sea que se trate de actos magisteriales, normas litúrgicas, leyes, canonizaciones, etc., no tienen efecto jurídico alguno, no son vinculantes. Al no tener la autoridad de Cristo, estas canonizaciones son, en sí mismas, una pantomima, una parodia. Todo lo cual afecta también directamente al mismo declarante de estas “santidades”, es decir a Bergoglio, con el agravante de que éste puede, inclusive, no ser ni sacerdote (por haber sido ordenado sacerdote bajo el rito  reformado e inválido en 1969, y en la "fe" modernista liberal) ni obispo (por la misma causa, en 1992). Ya se ve que ni los postulantes (Roncalli y Wojtyla) reunían los requisitos para ser propuestos, ni Bergoglio la autoridad para hacer lo que hizo (la canonización): tanto éste como aquellos de ningún modo poseen la potestad divina, las llaves de Pedro, para declarar ni definir nada con valor jurídico para la Iglesia.

     Inmediatamente después de la muerte de Wojtyla la gente gritaba "¡Santo subito"! ("¡Santo de inmediato!") ¿Por qué? Pues porque fue la cabeza de una religión humanitaria y sin dogma  (sin doctrina ni enseñanza). Una religión así, en el mundo actual regido por el humanismo liberal, necesariamente tiene que caer bien a todos, toda vez que no propone ni defiende la sana doctrina, que es lo que divide entre la verdad objetiva y el error, entre el bien objetivo y el mal, entre el pecado y la gracia, entre la salvación y la condenación, entre la Iglesia de Cristo Una-Santa-Apostólica- Católica y las demás falsas religiones, entre el Papado y el democratismo eclesiológico, entre la antropología cristiana y el pluralismo ateo no-exclusivista, en fin, entre la ciudad de Dios y la ciudad terrena. El mismísimo Redentor, por razón de la Verdad, con su autoridad divina por esencia dice: "Putatis quia pacem veni dare in terram; non, dico vobis, sed separationem" (Lc 12,51) (Pensáis que he venido a la tierra a dar paz; os digo que no, sino separación). Sí, y esto no puede ser diferente para Pedro (y sus sucesores) quien, a causa de lo mismo debió enfrentar el martirio; por causa de la Verdad, que divide entre quienes la reconocen y la siguen y entre quienes se resisten o se rebelan o la ignoran culpablemente; ¡Esto es muy simple, es así! Pero, cuando un hombre, en nombre de la Iglesia es aceptado y alabado hasta por los enemigos clásicos de Cristo y su Iglesia (judíos, masones, comunistas, musulmanes, protestantes, cismáticos griegos, budistas, progresistas de todo tipo, etc.) es porque ha defeccionado públicamente de la Verdad.

      Seguramente Roncalli fue, primero beatificado y, luego, canonizado al parecer por haber convocado el Vaticano II. Sin embargo, con don Gianni Baget Bozzo, nos preguntamos ¿Cuáles son los frutos del Vaticano II? Su sucesor, Pablo VI, lo dice: "La autodestrucción de la Iglesia". Entre los requisitos de un futuro beato se cuenta la pureza doctrinal en sus escritos. Roncalli publicó la Pacem in Terris la cual, entre sus errores promovió la famosa distinción entre error y errante, entre comunismo y comunistas; distinciones que buscaba levantar la excomunión y condena no sólo de obras comunistas, sino de tantos errores de los teólogos modernistas. Es la consagración del "errante sin error" (una suerte de delincuente sin delito). Además, abdicando de la autoridad del Papado procedió a la anulación de los trabajos de la comisión preparatoria, que no estaban en línea con su progresismo; determinó que el conciliábulo se auto dirigiera, dejándolo por entero en manos de "teólogos" modernistas como Ratzinger, Küng, Schillebeeckx, Wojtyla, Congar, Chenu, Rahner, etc., con la complicidad de la Curia modernista. Roncalli, convocando el Vaticano II, hizo posible la auto-demolición de la Iglesia, entregando vilmente la totalidad del rebaño fiel, que poco advertía de este desastre, en la boca del lobo: así es como nos encontramos al presente, mientras esperamos que Dios abrevie los días de nuestras aflicciones, nos conceda un verdadero Papa y, por la poderosa intercesión de María, vencedora de todas las herejías, ponga Su Iglesia en orden.

     Lo que sucedió, el 27 de Abril de 2014, en la usurpada Sede de Pedro, no fue una  canonización, sino una apoteosis, que la Real Academia Española define como: "Ensalzamiento de una persona con grandes honores o alabanzas". Ceremonia no muy distinta de otras apoteosis, como la de George Washington quien, al igual que Roncalli y Wojtyla, defendía y propiciaba el "librepensamiento" y la libertad religiosa. Simples ceremonias humanas para ensalzar, tendenciosamente, a simples hombres; con el agravante, en nuestro caso, de hombres que han dedicado su vida a destruir la Iglesia, y que no han sido ni católicos, ni Papas ni, menos aún, Santos.


 “Christus Vincit, Christus Regnat, Christus, Christus Imperat!”


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