viernes, 25 de septiembre de 2015

Finis Vitae?

 


  En esta entrada me referiré a la muerte o, mejor, a la muerte real versus la muerte decretada, en el contexto del procuramiento de órganos para transplantes; tema muy desinformado y muy controvertido. No son pocas las ocasiones en que este problema toca las conciencias de las personas y de las familias. En el espacio que ofrece este blog incluiré tanto aspectos civiles, digamos así, como filosófico-religiosos.

     No fue sino hasta el advenimiento de los programas de extracción/trasplante de órganos, que siguió al Informe Harvard de 1968 y publicado en Agosto en la revista JAMA de aquel mismo año, que comenzaron a coexistir dos definiciones de muerte, ya que podemos ser declarados muertos tanto según la ley del Estado como, tradicionalmente, según la naturaleza. El Comité Harvard entró en escena a causa del apremio mundial que causó el primer trasplante realizado por el cardiocirujano Christian Barnard en Sudáfrica en 1967; frente a este acontecimiento no cabían sino dos opciones: 1) Condenar el trasplante a corazón latiendo como inaceptable en lo moral y en lo legal, toda vez que hasta el momento la muerte era verificada en base al criterio tradicional de paro cardio-respiratorio irreversible; extraer un corazón latiendo era incurrir en la culpa de homicidio voluntario al provocar la muerte del donante; 2) Cambiar la definición de la muerte para superar los problemas morales y legales. Todos sabemos que se impuso esta segunda opción, con amplia aceptación en la comunidad médica de un nuevo concepto de muerte: La muerte cerebral, como equivalente a la muerte real.
     Sin embargo, para muchos la situación aún no ha sido adecuadamente superada tanto en lo legal como en el plano médico-científico y religioso, entre otros. Es así que, al menos desde mediados de los 80s., grupos organizados en diversos lugares del mundo (p.ej., La Liga Nacional contra la Depredación de Órganos y la Muerte a Corazón Latiendo, en Italia; Citizens United Resisting Euthanasia, CURE, en USA) han sido muy activos en la difusión de campañas, organización de conferencias, debates y publicaciones para oponerse a la extracción de órganos en pacientes que no consideran muertos sino en coma, que aún tienen actividad cardíaca, circulatoria, respiratoria, renal, hepática y quienes, si se les asiste, pueden hasta llevar un embarazo a término; consideran que se trata de una verdadera “vivisección del hombre”.

     En el plano médico-científico y jurídico se dispone, a la fecha, de abundante información la cual, sin embargo, no ha llegado suficientemente a las personas al momento de promover las campañas de donación de órganos, sobre la base de  estimular un cierto desinteresado y noble espíritu de “generosidad y solidaridad”. A pesar de aquello la población, en general apegada al sentido común y al criterio clásico con relación a la muerte, no ha sido fácilmente entusiasta en adherirse a estos programas, debiendo el Estado promulgar leyes para invertir el sentido de la decisión de la gente, regulando, no ya la voluntariedad para “ser” donante", sino para “no serlo”; muchas personas que nunca se preocuparon del tema se convirtieron, de este modo, en “legalmente” disponibles. Es así que esto es considerado por muchos una verdadera “eutanasia de Estado”, y hasta de “Distanasia” (una suerte de muerte violenta impuesta por el Estado), poniendo, por imperio de la ley, la prerrogativa del paciente a ser transplantado sobre el paciente en estado de coma considerado “irreversible”, exponiendo al hombre a morir según el dictamen del Estado y sus leyes en vez de morir según la naturaleza; se trataría de leyes injustas ya que se haría pasar el delito como derecho en base al positivismo jurídico y contra la verdad objetiva. El hombre es titular de ciertos derechos; en este sentido ¿Es lícito que el Estado, por medio de un acto médico jurídico, certifique la “no vida” de un paciente mediante la declaración de la irreversibilidad funcional de su cerebro aún perfundido?

     En el plano de la Ética, resultaría éticamente inaceptable la procuración de órganos de modo que esto provocase mutilaciones o la muerte del donante. El acto éticamente aceptable comprende hacer el bien y evitar el mal, el bien no debe ser refrenado, el mal  no debe ser realizado y, en fin, no se puede realizar el mal para conseguir un bien.  Hoy por hoy, los Programas de la Calidad de la Atención vigentes exigen el correspondiente Consentimiento Informado, el cual debe ser firmado por el paciente autovalente o por los familiares si éste se encuentra inhabilitado, con posterioridad a la correcta información acerca del procedimiento a practicar para la extracción en el donante, con el propósito de estar en condiciones de consentir o rechazar libre y concientemente. Esto significa que las personas deben ser informadas sobre la naturaleza del procedimiento: entre otros, que antes de la extracción su corazón está sano y capaz de mantener la circulación y respiración tisular, que la remoción  de cualquier órgano vital de su cuerpo produce la muerte real, que durante el procedimiento se le administrarán ciertos fármacos y procedimientos anestesiológicos para reunir las mejores condiciones quirúrgicas relativas a la viabilidad del órgano, y se le debería advertir, además, si antes de la extracción se le administrará o no la anestesia (como ha sido recomendado por los anestesiólogos).

     Hay que decir que, con anterioridad a la introducción del concepto de “muerte cerebral”, el médico concurría en calidad de experto para certificar oficialmente lo que la gente, por la experiencia y el sentido común, consideraba un cadáver; el médico verificaba un evento ya ocurrido: la ausencia prolongada de actividad cardio-respiratoria y las consiguientes señales de muerte real llegando, algunos, a enumerar hasta quince: la rigidez cadavérica, livideces hipostáticas, el enfriamiento, etc., hasta llegar al signo cierto e infalible, la putrefacción. Sin embargo, con la introducción de la figura de “muerte cerebral”, los médicos cambiaron de rol, puesto que pasaron a certificar algo sorprendente: certificar que se trata de un cadáver que posee circulación sanguínea y corazón perfectamente funcionante, posee buena función respiratoria (aunque asistida), normal función renal y hepática y, como dijimos antes, si es mujer, incluso con la capacidad de llevar a término un embarazo pre-existente (como ya ha sucedido); todo lo cual repugna al sentido común y a la realidad objetiva. Al respecto hay que considerar que al definir una función como “irreversible” se hace aplicando un juicio categórico y absoluto, lo cual es un problema ante el progreso de la ciencia médica que constantemente mueve y desplaza los límites de la irreversibilidad, de modo que se trata de un concepto precario, siendo además mudable entre las naciones, y aún en una misma nación, lo cual se refleja en sucesivas leyes al respecto. Por otro lado la muerte de un ser humano debe ser una verdad objetiva, cierta, absoluta, constatable con criterios inequívocos; no mediante recursos disponibles de acuerdo “al estado actual del conocimiento”. El coma irreversible ¿Es realmente la muerte del ser humano? La misma Harvard School en 1992 en su “Rethinking Brain Death” revisó el tema y afirmó que no existen medios instrumentales aptos para demostrar el cese irreversible de todas las funciones del encéfalo (aparte de que estudios científicos han establecido que del cerebro sólo se ha alcanzado a conocer el 10% de sus funciones; ¿Cómo se podrá certificar, entonces, la irreversibilidad de las funciones de aquel amplio porcentaje desconocido?); lo cual quita el piso a las legislaciones al respecto.

     En el año 2000 la organización CURE emitió una declaración firmada por más de 120 personalidades de varios países, que comprendía médicos, científicos, juristas, profesores, abogados y religiosos, titulada “Muerte Cerebral – Enemiga de la Vida y de la Verdad, luego de constatar que ninguno de los cambiantes protocolos del denominado “criterio neurológico” para determinar la muerte satisface la garantía de ser medios científicamente seguros para la identificación de signos biológicos que indiquen que una persona está efectivamente muerta, y declara: “En síntesis, la muerte cerebral no es la muerte; la muerte jamás debiera ser declarada sino en presencia de la disolución de todo el cerebro y, contemporáneamente, del sistema circulatorio y respiratorio”. De hecho los diversos parámetros que han sido propuestos para declarar la “muerte cerebral” de una persona, dice el texto de la declaración, no están ni claramente determinados ni comúnmente aceptados por la comunidad científica. Al contrario, las múltiples definiciones del criterio de “muerte cerebral” introducidas por la publicación titulada “Una definición de coma irreversible” en 1968 – más de 30 protocolos tan sólo en la primera década – han llegado a ser cada vez más permisivas…Saber, con certeza moral, continúa la declaración, que “el cese completo e irreversible de todas las funciones del encéfalo (cerebro, cerebelo y tronco cerebral)” ha ocurrido, exigiría la total ausencia de la circulación y de la respiración. Junto a lo anterior, muchas personas se plantean otras interrogantes: en los servicios médicos ¿se hace todo lo necesario para la recuperación de un paciente comatoso? ¿se hace oportunamente? ¿son oportunas las medidas específicas para la protección del cerebro lesionado, p.ej? - mientras más tiempo pasa antes de la atención especializada hay mayor deterioro - ¿Se trata de salvar al paciente a cualquier costo, o más bien de salvar los órganos a cualquier costo, en correspondencia con la política de Estado?

     En cuanto al protocolo de certificación de la “muerte cerebral” las personas deben saber que el paciente, junto con el encefalograma, será sometido a una valoración de respuestas reflejas a estímulos: p.ej., entre otras pruebas, está el test de la apnea consistente en la suspensión de la ventilación, en espera de la recuperación espontánea de la ventilación, lo cual se repite varias veces consecutivamente para valorar la profundidad del coma y validar las condiciones que piden los protocolos, procedimiento que puede agravar la condición neurológica que ya es crítica en un traumatizado de cráneo.

     En fin, llegado a este punto, consideraré lo que en última instancia importa con relación a la Fe católica. En otras entradas he descrito, tanto con escritos propios como sirviéndome de voces autorizadas, el doloroso estado actual de la Iglesia Católica con relación a la doctrina, el culto y la disciplina, lo cual es correlativo a las tres potestades de Nuestro Señor Jesucristo: Maestro, Sumo Sacerdote y Rey. También he dicho que, actualmente, las Sedes católicas están ocupadas por personas que representan una religión extraña, anti-católica, con  doctrina propia, propio culto y propia disciplina, a saber la religión del Novus Ordo, o la religión conciliar o, si se quiere, la religión ecuménica. Sin embargo, y a pesar de aquello y tal como corresponde al estilo del Magisterio de los pseudo-reformadores modernistas, desde 1967 (primer trasplante cardíaco) a la fecha la posición ha sido vacilante y ambigua frente a este tema, dejando a los fieles librados a su propia conciencia; y, a pesar de que no son la autoridad divinamente asistida, no puedo sino hacer alusión al rol que esta organización ha jugado en esta materia.

     En realidad, el desarrollo de los programas de extracción/trasplante se ha venido implementando desde la década de los 50s, siendo Papa (último verdadero Papa católico pre concilio Vaticano II) Pío XII. En el Discurso de Su Santidad en el 1er Congreso Internacional de Histopatología del Sistema Nervioso (14 de Septiembre de 1952), Papa Pío XII expresa que «en virtud del principio de totalidad, de su derecho a usar los servicios del organismo como un "todo", el paciente puede permitir que algunas partes sean extirpadas o mutiladas cuando y en la medida en que eso sea necesario para el bien del organismo en su conjunto». En el Discurso de Su Santidad a los miembros de la Asociación de Donantes de Cornea y a la Unión Italiana de Ciegos (14 de Mayo de 1956) el Papa afirma que la comunidad no puede ser entendida como "organismo total", por lo cual ésta no puede pretender la extracción forzada (como lo es ahora por ley del Estado) de un órgano de un sujeto, aunque sea con el fin de solidaridad, siendo necesario el consenso; el Pontífice reconoce, además, que «El trasplante de un tejido o de un órgano de un muerto a un vivo no es un trasplante de un hombre a otro hombre; el muerto era un hombre, pero ahora ya no lo es…El cadáver no es, en el significado propio de la palabra, un sujeto de derecho, porque se encuentra privado de personalidad, la única que puede ser sujeto de derecho». Aunque las intervenciones de Papa Pacelli son más bien escasas con relación a esta materia, sin embargo establece algunos principios importantes que tomaremos más adelante.

     En la época del pseudo-magisterio conciliar, la Pontificia Academia de las Ciencias ha tomado parte al menos en tres oportunidades. En 1986, bajo el título de La prolongación artificial de la vida y la exacta determinación del momento de la muerte declara: “un individuo es considerado muerto cuando se haya verificado la pérdida irreversible de cualquier capacidad de integración y coordinación de las funciones físicas y mentales del cuerpo (lo cual, en la doctrina católica, sólo acontece al separarse del cuerpo su principio vital, o alma; no cuando deja de funcionar un órgano). La muerte sucede: a) cuando han cesado irremediablemente las funciones cardíacas y respiratorias espontáneas, o b) cuando se ha constatado la detención irreversible de todas las funciones cerebrales”. En el año 2005 volvió sobre el tema en la Convención “Los signos de la muerte” en la cual, por el contrario, se mostró de acuerdo en considerar que la sola muerte cerebral no es la muerte del individuo y que el criterio de muerte cerebral, siendo carente de credibilidad científica, debiera ser abandonado (lo cual es perfectamente ortodoxo). Luego, sorprendentemente, y a instancias de Mons. Marcelo Sánchez quien ordenó que no fuesen publicadas las actas del 2005, la misma Academia, contradiciéndose del todo, en el año 2008 emitió la siguiente declaración: “La muerte cerebral no es sinónimo de muerte, no implica la muerte ni es equivalente a la muerte, pero ‘es’ muerte”. Estamos aquí ante una absoluta imposibilidad de entender esta contradicción, dado que el intelecto humano es incapaz de adherir, al mismo tiempo y bajo el mismo punto de vista a dos proposiciones contradictorias; simplemente es una imposibilidad, el intelecto humano no es capaz metafísica ni psicológicamente de ese acto, aunque Hegel diga que de dos proposiciones opuestas se obtiene una "nueva idea", la antitesis, y así sucesivamente. ¿Es esto acaso la forma de hacer claridad doctrinal? ¿Es esta ambigüedad un criterio firme y seguro para la conciencia de los católicos al momento de considerar, p. ej., ser donantes?

     ¿Cuál ha sido la posición del pseudo-magisterio ecuménico sobre este tema, secta invasora que hipócritamente se opone a la eutanasia y al aborto provocado, pero niega la defensa del moribundo y consiente esta “masiva eutanasia de Estado”? Para comprender esta posición es necesario tener en cuenta el carácter de la nueva religión fundada por los seguidores del conciliábulo Vaticano II; a saber, se trata de una “religión” sine dogma, naturalista y específicamente humanista, a dogma-less humanitarian religion, como dice Mons. Donald Sanborn; niega que la Revelación tiene su origen en Dios que la confió a su Iglesia (la única y sola Iglesia fundada sobre los Apóstoles y Pedro a la cabeza) y que llega hasta nosotros por la proposición infalible de esta misma Iglesia en forma de dogmas (enseñanza, doctrina); esta nueva religión (aunque con errores muy antiguos) enseña el error de que Dios, en forma sobrenatural se revela a todo hombre en su interior, en su conciencia, de tal modo que la fe se traduce en una “experiencia” personal, y que la misión de toda religión se limita sólo a “extraer esta experiencia”. Bueno, es en este inmanentismo personalista (Kant, Mounier, etc.,) donde hay que ubicar cualquier enseñanza de la religión ecuménica anti-católica, incluyendo la enseñanza acerca de la muerte. La misión de la Iglesia Católica no consiste en organizar una sociedad humana basada en la simple práctica de las virtudes naturales (como la fraternidad, la solidaridad, etc.) al modo de ciertas organizaciones sociales altruistas. No, la misión de la Iglesia está ordenada al fin sobrenatural del hombre; para lo cual le enseña la Verdad, lo santifica administrando los medios de la Gracia (sacramentos) y, por medio de la disciplina, lo conduce intimándole la militancia y los actos saludables (para que luche en orden al mérito sobrenatural)
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     Bueno, Karol Wojtyla, en 1989, hacía dos recomendaciones: 1) “Mejor renunciar a los trasplantes humanos, dado que existe incerteza en la determinación del verdadero momento de la muerte”, 2) Recomienda a “…los médicos, científicos e investigadores a proseguir sus estudios, con el fin de determinar lo más precisamente posible el momento exacto y el signo irrefutable de la muerte”. Es decir, descarga sobre la ciencia y los seglares la responsabilidad de decretar el momento de la muerte. Soslaya cómodamente y culposamente la exposición de la enseñanza católica acerca del momento de la muerte que dice: La causa formal de la muerte del hombre es la separación del alma de su propio cuerpo, dejando de ser su forma substancial o principio vital. Es decir, en el momento exacto de la muerte se deshace el compuesto humano: el hombre muere y su cuerpo deja de ser humano y se convierte en cadáver; el principio vital que le comunicaba el ser es substituido por una forma enteramente nueva, llamada forma cadavérica, cuya única misión es sostener la materia del cuerpo durante la descomposición que sigue a la muerte. Ahora ¿Quién puede siquiera imaginarse que, por medio de alguna técnica o instrumento de la ciencia, podrá el hombre determinar con certeza aquel momento preciso en que el alma se separa de su cuerpo, que es el momento preciso de la muerte real, como pretende Wojtyla?

     En Abril de 1990 se realizó una Convención, organizada por AIDO (Asociación Italiana para la Donación de Órganos) y por FEDERFARMA en la Universidad Católica de Milán, en la cual el “cardenal” Carlo Maria Martini intervino magistralmente en apoyo a los programas médicos, invitando a confiar ciegamente en los procedimientos médicos, farmacéuticos, y en apoyo de la propaganda en las escuelas. Todo esto apenas un año antes de una declaración del “cardenal” Ratzinger (1991) a La Stampa: "Aquellos que, a causa de una enfermedad o incidente, caigan en un coma 'irreversible', con frecuencia, serán declarados muertos en respuesta a las necesidades de trasplante de órganos, o servirán a la experimentación médica (cadáveres calientes)".

     En Marzo 1994, el Arzobispo de Turín y Vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana, Cardenal Giovanni Saldarini, expresaba que una de las razones por las cuales los creyentes no son donantes es “la desconfianza en los métodos de verificación de la muerte…hoy, el diagnóstico de muerte cerebral es posible con absoluta certeza”; volvemos a lo mismo, aparte de que el paciente en coma “irreversible” no está muerto sino, a lo más, se trata de un moribundo, ¿Cómo podrá jamás la ciencia decretar precozmente el momento en que el alma abandona el cuerpo y causa la forma cadavérica? ¿Existe sólida certeza moral de que no estamos faltando al 5º Mandamiento de la Ley de Dios? Santo Tomás enseña que, la facultad más noble del alma humana es la inteligencia y la razón (las cuales, en tanto función están sólo suspendidas en el coma), pero que el cuerpo vive en virtud de las potencias vegetativas (no por la integridad de las funciones superiores de un órgano) que son la nutrición, crecimiento y reproducción, y que además el hombre siente, lo cual opera por las potencias sensitivas, a saber los cinco sentidos exteriores (al menos, en el comatoso está presente el tacto – p.ej., reacciona a la incisión quirúrgica con alteraciones del ritmo cardíaco, de la presión arterial, de la sudoración, etc. -  y muy probablemente el oído, último de los sentidos externos en perderse antes de la muerte real, y el olfato, aunque no la visión). En otra parte dice el cardenal “Donemos los órganos, igualmente resucitaremos”, llamando a los creyentes a que abandonen la vieja concepción de la “sacralidad del cuerpo”. Es verdad que, para la resurrección de los cuerpos, que ha de volver a reunirse con el alma, no se necesita la integridad sin solución de continuidad del cuerpo al momento de la muerte (de hecho, muchos mueren con el cuerpo destruido, desmembrado o desintegrado por accidentes, guerras, etc.,) puesto que resucitaremos con un cuerpo sobrenaturalizado; sin embargo el cuerpo humano posee una dignidad especial, toda vez que es la morada y portador de una realidad superior, que es el alma, y vivificado por ésta, a cuyas facultades y decisiones se somete y con las cuales coopera; además, San Pablo le reconoce una altísima dignidad diciendo que es “templo del Espíritu Santo” (en el hombre en estado de gracia, y no en cualquier hombre, como enseña Wojtyla y cia.) (cf. 1 Co VI, 19). Esta es la altísima concepción de la "sacralidad del cuerpo” tan arraigada desde tiempo en la cristiandad y en el pueblo cristiano y que desdeñosamente, y hasta despreciativamente, menciona el cardenal Saldarini.

     En Agosto de 2000, interviene nuevamente Karol Wojtyla, con un discurso en el 18º Congreso Internacional de la Transplantation Society. Declaró que «La muerte de la persona…como consecuencia de la separación del principio vital, o alma, de la persona de su corporeidad…es un evento que no puede ser directamente establecido por ninguna técnica científica o método empírico», lo cual, por cierto, es perfectamente ortodoxo. Sin embargo, y haciendo honor al lenguaje ambiguo y contradictorio, como es la impronta intencional de la manera de expresarse de los modernistas, agrega a continuación «Pero…los denominados “criterios de certificación de la muerte”, que la medicina utiliza hoy…deben ser considerados como una modalidad segura, ofrecida por la ciencia, para acreditar los signos biológicos de la muerte ya acontecida de la persona». De nuevo, ¡Es imposible para el entendimiento humano adherir a dos proposiciones que al mismo tiempo y bajo la misma razón son contradictorias! Wojtyla reconoce a los profesionales de la salud la capacidad (que antes él mismo había considerado imposible) de acreditar sobre el cuerpo vivo de pacientes en coma “los signos biológicos” de la llamada muerte cerebral. ¿Cómo es que el que debiera ser el Pastor Supremo, sabiendo que, aparte de las corneas y algunos tejidos, ningún órgano extraído ex cadavere es apto para ser trasplantado (puesto que un verdadero cadáver no sirve) no hable con claridad desde el supremo magisterio (que no posee, por no haber recibido la autoridad de Cristo) acerca de un problema tan serio que se pone a la conciencia de los católicos? Por lo demás, en un paciente en coma ¿No habría que acreditar más bien los signos biológicos de la vida en vez de aquellos biológicos de la muerte?

     Joseph Ratzinger, más recientemente, intervino ante el Congreso Internacional, celebrado en Vaticano, con el título “A gift for life”, en Noviembre de 2008. Sin embargo sus palabras repiten las de Wojtyla de Agosto de 2000, haciendo hincapié en conceptos propios de la esta nueva religión meramente humana (no revelada) o, definitivamente, del humanismo (1879) que es la religión del hombre que se hace Dios (Giovanni Montini dixit, 1965): declara justa la donación en cuanto “acto de solidaridad casi obligatorio”. En consonancia con él, es común entre los miembros de la iglesia conciliar escuchar hablar, a la moda, de “evangelio de la vida” ¿sobrenatural, me pregunto?, “la cultura del don y del amor fraterno (humano modo)”.

     Se ha escuchado enunciar otros argumentos en apoyo a la “licitud” de la extracción de órganos, y que se han usado también para otros abominables fines “humanitarios”, como el aborto, estos es, que de la misma manera que el embrión, el paciente en coma “irreversible” no es (en el primer caso) o ha dejado ser (en el segundo caso) una persona; sostienen que la “muerte” del cerebro provoca la desintegración del cuerpo e identifican la condición de persona con el funcionamiento de un órgano. Pero la tesis de que la persona humana deje de existir cuando el cerebro no funciona, mientras el organismo - aún mediante las técnicas de soporte vital - se mantiene con vida, significa una identificación de la persona con la sola actividad cerebral, lo cual se opone por contradicción con el concepto de persona según la doctrina católica. La doctrina católica enseña que la persona es naturae rationalis individua substantia (substancia individual de naturaleza racional) concepto que se remonta a Boecio y que ha hecho suya la filosofía católica con Santo Tomás a la cabeza, quien perfeccionándola y para incluir también la personalidad de los seres espirituales - Dios y el ángel - define como  subsistens  in natura rationali vel intellectuali; de este modo, el Doctor común de la Iglesia señala los dos aspectos esenciales e indispensables de la persona: el aspecto ontológico, el subsistens (abandonado por los innovadores), y el aspecto psicológico, rationalis vel intelectualis (tan querido por los teólogos modernistas que siguen a los filósofos contemporáneos cuando hablan de la persona: la autoconsciencia, la libertad, la comunicación, la vocación, la participación, la solidaridad, etc.). Sin embargo ¿Qué sería de una racionalidad o de una inteligencia, aunque perfectísima, sin la subsistencia? Por cierto que no sería persona; tanto así que la naturaleza humana de Jesucristo no hace una persona, puesto que no tiene la subsistencia (si la tuviera, Cristo no la hubiese podido asumir). Por otra parte, como enseña la sana filosofía con Sto. Tomás, y esto lo recalcamos por su atingencia al tema que nos preocupa, no es necesario que la racionalidad o la inteligencia estén presentes en acto, sólo es necesario que se encuentren presentes como facultad [id est, in  potentia, n.r.]: de este modo es persona tanto quien duerme, tanto quien está en estado comatoso, como también lo es el feto (lo cual refuta, de paso, la tesis de los abortistas).

     Bueno, hay que decir que Papa Pacelli, Pío XII, no alcanzó a abordar esta materia en toda su magnitud y actualidad para iluminar la conciencia católica.


 Christus Vincit, Christus Regnat, Christus, Christus Imperat!




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