En esta entrada me referiré a la muerte o, mejor, a la muerte real versus la muerte decretada, en el contexto del procuramiento de órganos para transplantes; tema muy desinformado y muy controvertido. No son pocas las ocasiones en que este problema toca las conciencias de las personas y de las familias. En el espacio que ofrece este blog incluiré tanto aspectos civiles, digamos así, como filosófico-religiosos.
No fue sino hasta el advenimiento de los programas de
extracción/trasplante de órganos, que siguió al Informe Harvard de 1968 y
publicado en Agosto en la revista JAMA de aquel mismo año, que
comenzaron a coexistir dos definiciones de muerte, ya que podemos ser
declarados muertos tanto según la ley del Estado como, tradicionalmente,
según la naturaleza. El Comité Harvard entró en escena a causa del
apremio mundial que causó el primer trasplante realizado por el
cardiocirujano Christian Barnard en Sudáfrica en 1967; frente a este
acontecimiento no cabían sino dos opciones: 1) Condenar el trasplante a
corazón latiendo como inaceptable en lo moral y en lo legal, toda vez
que hasta el momento la muerte era verificada en base al criterio
tradicional de paro cardio-respiratorio irreversible; extraer un corazón
latiendo era incurrir en la culpa de homicidio voluntario al provocar
la muerte del donante; 2) Cambiar la definición de la muerte para
superar los problemas morales y legales. Todos sabemos que se impuso
esta segunda opción, con amplia aceptación en la comunidad médica de un
nuevo concepto de muerte: La muerte cerebral, como equivalente a la
muerte real.
Sin embargo, para muchos la situación aún no ha sido adecuadamente
superada tanto en lo legal como en el plano médico-científico y
religioso, entre otros. Es así que, al menos desde mediados de los 80s.,
grupos organizados en diversos lugares del mundo (p.ej., La Liga
Nacional contra la Depredación de Órganos y la Muerte a Corazón
Latiendo, en Italia; Citizens United Resisting Euthanasia, CURE, en USA)
han sido muy activos en la difusión de campañas, organización de
conferencias, debates y publicaciones para oponerse a la extracción de
órganos en pacientes que no consideran muertos sino en coma, que aún
tienen actividad cardíaca, circulatoria, respiratoria, renal, hepática y
quienes, si se les asiste, pueden hasta llevar un embarazo a término;
consideran que se trata de una verdadera “vivisección del hombre”.
En el plano médico-científico y jurídico se dispone, a la fecha, de
abundante información la cual, sin embargo, no ha llegado
suficientemente a las personas al momento de promover las campañas de
donación de órganos, sobre la base de estimular un cierto desinteresado
y noble espíritu de “generosidad y solidaridad”. A pesar de aquello la
población, en general apegada al sentido común y al criterio clásico con
relación a la muerte, no ha sido fácilmente entusiasta en adherirse a
estos programas, debiendo el Estado promulgar leyes para invertir el
sentido de la decisión de la gente, regulando, no ya la voluntariedad
para “ser” donante", sino para “no serlo”; muchas personas que nunca se
preocuparon del tema se convirtieron, de este modo, en “legalmente”
disponibles. Es así que esto es considerado por muchos una verdadera
“eutanasia de Estado”, y hasta de “Distanasia” (una suerte de muerte
violenta impuesta por el Estado), poniendo, por imperio de la ley, la
prerrogativa del paciente a ser transplantado sobre el paciente en
estado de coma considerado “irreversible”, exponiendo al hombre a morir
según el dictamen del Estado y sus leyes en vez de morir según la
naturaleza; se trataría de leyes injustas ya que se haría pasar el
delito como derecho en base al positivismo jurídico y contra la verdad
objetiva. El hombre es titular de ciertos derechos; en este sentido ¿Es
lícito que el Estado, por medio de un acto médico jurídico, certifique
la “no vida” de un paciente mediante la declaración de la
irreversibilidad funcional de su cerebro aún perfundido?
En el plano de la Ética, resultaría éticamente inaceptable la
procuración de órganos de modo que esto provocase mutilaciones o la
muerte del donante. El acto éticamente aceptable comprende hacer el bien
y evitar el mal, el bien no debe ser refrenado, el mal no debe ser
realizado y, en fin, no se puede realizar el mal para conseguir un bien.
Hoy por hoy, los Programas de la Calidad de la Atención vigentes
exigen el correspondiente Consentimiento Informado, el cual debe ser
firmado por el paciente autovalente o por los familiares si éste se
encuentra inhabilitado, con posterioridad a la correcta
información acerca del procedimiento a practicar para la extracción en
el donante, con el propósito de estar en condiciones de consentir o
rechazar libre y concientemente. Esto significa que las personas deben
ser informadas sobre la naturaleza del procedimiento: entre otros, que
antes de la extracción su corazón está sano y capaz de mantener la
circulación y respiración tisular, que la remoción de cualquier órgano
vital de su cuerpo produce la muerte real, que durante el procedimiento
se le administrarán ciertos fármacos y procedimientos anestesiológicos
para reunir las mejores condiciones quirúrgicas relativas a la
viabilidad del órgano, y se le debería advertir, además, si antes de la
extracción se le administrará o no la anestesia (como ha sido
recomendado por los anestesiólogos).
Hay que decir que, con anterioridad a la introducción del concepto
de “muerte cerebral”, el médico concurría en calidad de experto para
certificar oficialmente lo que la gente, por la experiencia y el sentido
común, consideraba un cadáver; el médico verificaba un evento ya
ocurrido: la ausencia prolongada de actividad cardio-respiratoria y las
consiguientes señales de muerte real llegando, algunos, a enumerar hasta
quince: la rigidez cadavérica, livideces hipostáticas, el enfriamiento,
etc., hasta llegar al signo cierto e infalible, la putrefacción. Sin
embargo, con la introducción de la figura de “muerte cerebral”, los
médicos cambiaron de rol, puesto que pasaron a certificar algo
sorprendente: certificar que se trata de un cadáver que posee
circulación sanguínea y corazón perfectamente funcionante, posee buena
función respiratoria (aunque asistida), normal función renal y hepática
y, como dijimos antes, si es mujer, incluso con la capacidad de llevar a
término un embarazo pre-existente (como ya ha sucedido); todo lo cual
repugna al sentido común y a la realidad objetiva. Al respecto hay que
considerar que al definir una función como “irreversible” se hace
aplicando un juicio categórico y absoluto, lo cual es un problema ante
el progreso de la ciencia médica que constantemente mueve y desplaza los
límites de la irreversibilidad, de modo que se trata de un concepto
precario, siendo además mudable entre las naciones, y aún en una misma
nación, lo cual se refleja en sucesivas leyes al respecto. Por otro lado
la muerte de un ser humano debe ser una verdad objetiva, cierta,
absoluta, constatable con criterios inequívocos; no mediante recursos
disponibles de acuerdo “al estado actual del conocimiento”. El coma
irreversible ¿Es realmente la muerte del ser humano? La misma Harvard
School en 1992 en su “Rethinking Brain Death” revisó el tema y afirmó
que no existen medios instrumentales aptos para demostrar el cese
irreversible de todas las funciones del encéfalo (aparte de que estudios
científicos han establecido que del cerebro sólo se ha alcanzado a
conocer el 10% de sus funciones; ¿Cómo se podrá certificar, entonces, la
irreversibilidad de las funciones de aquel amplio porcentaje
desconocido?); lo cual quita el piso a las legislaciones al respecto.
En el año 2000 la organización CURE emitió una declaración firmada por
más de 120 personalidades de varios países, que comprendía médicos,
científicos, juristas, profesores, abogados y religiosos, titulada
“Muerte Cerebral – Enemiga de la Vida y de la Verdad, luego de
constatar que ninguno de los cambiantes protocolos del denominado
“criterio neurológico” para determinar la muerte satisface la garantía
de ser medios científicamente seguros para la identificación de signos
biológicos que indiquen que una persona está efectivamente muerta, y
declara: “En síntesis, la muerte cerebral no es la muerte; la muerte
jamás debiera ser declarada sino en presencia de la disolución de todo
el cerebro y, contemporáneamente, del sistema circulatorio y respiratorio”. De
hecho los diversos parámetros que han sido propuestos para declarar la
“muerte cerebral” de una persona, dice el texto de la declaración, no
están ni claramente determinados ni comúnmente aceptados por la
comunidad científica. Al contrario, las múltiples definiciones del
criterio de “muerte cerebral” introducidas por la publicación titulada “Una definición de coma irreversible”
en 1968 – más de 30 protocolos tan sólo en la primera década – han
llegado a ser cada vez más permisivas…Saber, con certeza moral, continúa
la declaración, que “el cese completo e irreversible de todas las
funciones del encéfalo (cerebro, cerebelo y tronco cerebral)” ha
ocurrido, exigiría la total ausencia de la circulación y de la
respiración. Junto a lo anterior, muchas personas se plantean otras
interrogantes: en los servicios médicos ¿se hace todo lo necesario para
la recuperación de un paciente comatoso? ¿se hace oportunamente? ¿son
oportunas las medidas específicas para la protección del cerebro
lesionado, p.ej? - mientras más tiempo pasa antes de la atención
especializada hay mayor deterioro - ¿Se trata de salvar al paciente a
cualquier costo, o más bien de salvar los órganos a cualquier costo, en
correspondencia con la política de Estado?
En cuanto al protocolo de certificación de la “muerte cerebral” las
personas deben saber que el paciente, junto con el encefalograma, será
sometido a una valoración de respuestas reflejas a estímulos: p.ej.,
entre otras pruebas, está el test de la apnea consistente en la
suspensión de la ventilación, en espera de la recuperación espontánea de
la ventilación, lo cual se repite varias veces consecutivamente para
valorar la profundidad del coma y validar las condiciones que piden los
protocolos, procedimiento que puede agravar la condición neurológica que
ya es crítica en un traumatizado de cráneo.
En fin, llegado a este punto, consideraré lo que en última instancia
importa con relación a la Fe católica. En otras entradas he descrito,
tanto con escritos propios como sirviéndome de voces autorizadas, el
doloroso estado actual de la Iglesia Católica con relación a la
doctrina, el culto y la disciplina, lo cual es correlativo a las tres
potestades de Nuestro Señor Jesucristo: Maestro, Sumo Sacerdote y Rey.
También he dicho que, actualmente, las Sedes católicas están ocupadas
por personas que representan una religión extraña, anti-católica, con
doctrina propia, propio culto y propia disciplina, a saber la religión
del Novus Ordo, o la religión conciliar o, si se quiere, la religión
ecuménica. Sin embargo, y a pesar de aquello y tal como corresponde al
estilo del Magisterio de los pseudo-reformadores modernistas, desde 1967
(primer trasplante cardíaco) a la fecha la posición ha sido vacilante y
ambigua frente a este tema, dejando a los fieles librados a su propia
conciencia; y, a pesar de que no son la autoridad divinamente asistida,
no puedo sino hacer alusión al rol que esta organización ha jugado en
esta materia.
En realidad, el desarrollo de los programas de extracción/trasplante
se ha venido implementando desde la década de los 50s, siendo Papa
(último verdadero Papa católico pre concilio Vaticano II) Pío XII. En
el Discurso de Su Santidad en el 1er Congreso Internacional de Histopatología del Sistema Nervioso (14
de Septiembre de 1952), Papa Pío XII expresa que «en virtud del
principio de totalidad, de su derecho a usar los servicios del organismo
como un "todo", el paciente puede permitir que algunas partes sean
extirpadas o mutiladas cuando y en la medida en que eso sea necesario
para el bien del organismo en su conjunto». En el Discurso de Su Santidad a los miembros de la Asociación de Donantes de Cornea y a la Unión Italiana de Ciegos (14 de Mayo de 1956) el Papa afirma que la comunidad no puede ser entendida como "organismo total", por lo cual ésta no puede pretender la extracción forzada (como lo es ahora por ley del Estado) de un órgano de un sujeto, aunque sea con el fin de solidaridad,
siendo necesario el consenso; el Pontífice reconoce, además, que «El
trasplante de un tejido o de un órgano de un muerto a un vivo no es un
trasplante de un hombre a otro hombre; el muerto era un hombre, pero
ahora ya no lo es…El cadáver no es, en el significado propio de la
palabra, un sujeto de derecho, porque se encuentra privado de
personalidad, la única que puede ser sujeto de derecho». Aunque las
intervenciones de Papa Pacelli son más bien escasas con relación a esta
materia, sin embargo establece algunos principios importantes que
tomaremos más adelante.
En la época del pseudo-magisterio conciliar, la Pontificia Academia
de las Ciencias ha tomado parte al menos en tres oportunidades. En 1986,
bajo el título de La prolongación artificial de la vida y la exacta determinación del momento de la muerte declara:
“un individuo es considerado muerto cuando se haya verificado la
pérdida irreversible de cualquier capacidad de integración y
coordinación de las funciones físicas y mentales del cuerpo (lo cual, en
la doctrina católica, sólo acontece al separarse del cuerpo su
principio vital, o alma; no cuando deja de funcionar un órgano). La
muerte sucede: a) cuando han cesado irremediablemente las funciones
cardíacas y respiratorias espontáneas, o b) cuando se ha constatado la
detención irreversible de todas las funciones cerebrales”. En el año
2005 volvió sobre el tema en la Convención “Los signos de la muerte”
en la cual, por el contrario, se mostró de acuerdo en considerar que la
sola muerte cerebral no es la muerte del individuo y que el criterio de
muerte cerebral, siendo carente de credibilidad científica, debiera ser
abandonado (lo cual es perfectamente ortodoxo). Luego,
sorprendentemente, y a instancias de Mons. Marcelo Sánchez quien ordenó
que no fuesen publicadas las actas del 2005, la misma Academia,
contradiciéndose del todo, en el año 2008 emitió la siguiente
declaración: “La muerte cerebral no es sinónimo de muerte, no implica la muerte ni es equivalente a la muerte, pero ‘es’ muerte”.
Estamos aquí ante una absoluta imposibilidad de entender esta
contradicción, dado que el intelecto humano es incapaz de adherir, al
mismo tiempo y bajo el mismo punto de vista a dos proposiciones
contradictorias; simplemente es una imposibilidad, el intelecto humano
no es capaz metafísica ni psicológicamente de ese acto, aunque Hegel
diga que de dos proposiciones opuestas se obtiene una "nueva idea", la
antitesis, y así sucesivamente. ¿Es esto acaso la forma de hacer
claridad doctrinal? ¿Es esta ambigüedad un criterio firme y seguro para
la conciencia de los católicos al momento de considerar, p. ej., ser
donantes?
¿Cuál ha sido la posición del pseudo-magisterio ecuménico sobre este
tema, secta invasora que hipócritamente se opone a la eutanasia y al
aborto provocado, pero niega la defensa del moribundo y consiente esta
“masiva eutanasia de Estado”? Para comprender esta posición es necesario
tener en cuenta el carácter de la nueva religión fundada por los
seguidores del conciliábulo Vaticano II; a saber, se trata de una
“religión” sine dogma, naturalista y específicamente humanista, a dogma-less humanitarian religion,
como dice Mons. Donald Sanborn; niega que la Revelación tiene su origen
en Dios que la confió a su Iglesia (la única y sola Iglesia fundada
sobre los Apóstoles y Pedro a la cabeza) y que llega hasta nosotros por
la proposición infalible de esta misma Iglesia en forma de dogmas
(enseñanza, doctrina); esta nueva religión (aunque con errores muy
antiguos) enseña el error de que Dios, en forma sobrenatural se revela a
todo hombre en su interior, en su conciencia, de tal modo que la fe se
traduce en una “experiencia” personal, y que la misión de toda religión
se limita sólo a “extraer esta experiencia”. Bueno, es en este
inmanentismo personalista (Kant, Mounier, etc.,) donde hay que ubicar
cualquier enseñanza de la religión ecuménica anti-católica, incluyendo
la enseñanza acerca de la muerte. La misión de la Iglesia Católica no
consiste en organizar una sociedad humana basada en la simple práctica
de las virtudes naturales (como la fraternidad, la solidaridad, etc.) al
modo de ciertas organizaciones sociales altruistas. No, la misión de la
Iglesia está ordenada al fin sobrenatural del hombre; para lo cual le
enseña la Verdad, lo santifica administrando los medios de la Gracia
(sacramentos) y, por medio de la disciplina, lo conduce intimándole la militancia y
los actos saludables (para que luche en orden al mérito sobrenatural)
.
Bueno, Karol Wojtyla, en 1989, hacía dos recomendaciones: 1) “Mejor
renunciar a los trasplantes humanos, dado que existe incerteza en la
determinación del verdadero momento de la muerte”, 2) Recomienda a “…los
médicos, científicos e investigadores a proseguir sus estudios, con el
fin de determinar lo más precisamente posible el momento exacto y el
signo irrefutable de la muerte”. Es decir, descarga sobre la ciencia y
los seglares la responsabilidad de decretar el momento de la muerte.
Soslaya cómodamente y culposamente la exposición de la enseñanza
católica acerca del momento de la muerte que dice: La causa formal
de la muerte del hombre es la separación del alma de su propio cuerpo,
dejando de ser su forma substancial o principio vital. Es decir, en el momento exacto de la muerte se deshace el compuesto humano: el hombre muere y su cuerpo deja de ser humano y se convierte en cadáver; el principio vital que le comunicaba el ser es substituido por una forma enteramente nueva, llamada forma cadavérica,
cuya única misión es sostener la materia del cuerpo durante la
descomposición que sigue a la muerte. Ahora ¿Quién puede siquiera
imaginarse que, por medio de alguna técnica o instrumento de la ciencia,
podrá el hombre determinar con certeza aquel momento preciso en que el
alma se separa de su cuerpo, que es el momento preciso de la muerte
real, como pretende Wojtyla?
En Abril de 1990 se realizó una Convención, organizada por AIDO
(Asociación Italiana para la Donación de Órganos) y por FEDERFARMA en la
Universidad Católica de Milán, en la cual el “cardenal” Carlo Maria
Martini intervino magistralmente en apoyo a los programas médicos,
invitando a confiar ciegamente en los procedimientos médicos,
farmacéuticos, y en apoyo de la propaganda en las escuelas. Todo esto
apenas un año antes de una declaración del “cardenal” Ratzinger (1991) a
La Stampa: "Aquellos que, a causa de una enfermedad o incidente, caigan
en un coma 'irreversible', con frecuencia, serán declarados muertos en
respuesta a las necesidades de trasplante de órganos, o servirán a la
experimentación médica (cadáveres calientes)".
En Marzo 1994, el Arzobispo de Turín y Vicepresidente de la
Conferencia Episcopal Italiana, Cardenal Giovanni Saldarini, expresaba
que una de las razones por las cuales los creyentes no son donantes es
“la desconfianza en los métodos de verificación de la muerte…hoy, el
diagnóstico de muerte cerebral es posible con absoluta certeza”;
volvemos a lo mismo, aparte de que el paciente en coma “irreversible”
no está muerto sino, a lo más, se trata de un moribundo, ¿Cómo podrá
jamás la ciencia decretar precozmente el momento en que el alma abandona
el cuerpo y causa la forma cadavérica? ¿Existe sólida certeza moral de
que no estamos faltando al 5º Mandamiento de la Ley de Dios? Santo Tomás
enseña que, la facultad más noble del alma humana es la inteligencia y
la razón (las cuales, en tanto función están sólo suspendidas en el
coma), pero que el cuerpo vive en virtud de las potencias vegetativas
(no por la integridad de las funciones superiores de un órgano) que son
la nutrición, crecimiento y reproducción, y que además el hombre siente,
lo cual opera por las potencias sensitivas, a saber los cinco sentidos
exteriores (al menos, en el comatoso está presente el tacto – p.ej.,
reacciona a la incisión quirúrgica con alteraciones del ritmo cardíaco,
de la presión arterial, de la sudoración, etc. - y muy probablemente el
oído, último de los sentidos externos en perderse antes de la muerte
real, y el olfato, aunque no la visión). En otra parte dice el cardenal
“Donemos los órganos, igualmente resucitaremos”, llamando a los
creyentes a que abandonen la vieja concepción de la “sacralidad del
cuerpo”. Es verdad que, para la resurrección de los cuerpos, que ha de
volver a reunirse con el alma, no se necesita la integridad sin solución
de continuidad del cuerpo al momento de la muerte (de hecho, muchos
mueren con el cuerpo destruido, desmembrado o desintegrado por
accidentes, guerras, etc.,) puesto que resucitaremos con un cuerpo
sobrenaturalizado; sin embargo el cuerpo humano posee una dignidad
especial, toda vez que es la morada y portador de una realidad superior,
que es el alma, y vivificado por ésta, a cuyas facultades y decisiones
se somete y con las cuales coopera; además, San Pablo le reconoce una
altísima dignidad diciendo que es “templo del Espíritu Santo” (en el
hombre en estado de gracia, y no en cualquier hombre, como enseña
Wojtyla y cia.) (cf. 1 Co VI, 19). Esta es la altísima concepción de la
"sacralidad del cuerpo” tan arraigada desde tiempo en la cristiandad y
en el pueblo cristiano y que desdeñosamente, y hasta despreciativamente,
menciona el cardenal Saldarini.
En Agosto de 2000, interviene nuevamente Karol Wojtyla, con un
discurso en el 18º Congreso Internacional de la Transplantation Society.
Declaró que «La muerte de la persona…como consecuencia de la
separación del principio vital, o alma, de la persona de su
corporeidad…es un evento que no puede ser directamente establecido por
ninguna técnica científica o método empírico», lo cual, por cierto,
es perfectamente ortodoxo. Sin embargo, y haciendo honor al lenguaje
ambiguo y contradictorio, como es la impronta intencional de la manera
de expresarse de los modernistas, agrega a continuación «Pero…los
denominados “criterios de certificación de la muerte”, que la medicina
utiliza hoy…deben ser considerados como una modalidad segura, ofrecida
por la ciencia, para acreditar los signos biológicos de la muerte ya
acontecida de la persona». De nuevo, ¡Es imposible para el
entendimiento humano adherir a dos proposiciones que al mismo tiempo y
bajo la misma razón son contradictorias! Wojtyla reconoce a los
profesionales de la salud la capacidad (que antes él mismo había
considerado imposible) de acreditar sobre el cuerpo vivo de pacientes en
coma “los signos biológicos” de la llamada muerte cerebral.
¿Cómo es que el que debiera ser el Pastor Supremo, sabiendo que, aparte
de las corneas y algunos tejidos, ningún órgano extraído ex cadavere es
apto para ser trasplantado (puesto que un verdadero cadáver no sirve)
no hable con claridad desde el supremo magisterio (que no posee, por no
haber recibido la autoridad de Cristo) acerca de un problema tan serio
que se pone a la conciencia de los católicos? Por lo demás, en un
paciente en coma ¿No habría que acreditar más bien los signos biológicos
de la vida en vez de aquellos biológicos de la muerte?
Joseph Ratzinger, más recientemente, intervino ante el Congreso
Internacional, celebrado en Vaticano, con el título “A gift for life”,
en Noviembre de 2008. Sin embargo sus palabras repiten las de Wojtyla de
Agosto de 2000, haciendo hincapié en conceptos propios de la esta nueva
religión meramente humana (no revelada) o, definitivamente, del
humanismo (1879) que es la religión del hombre que se hace Dios
(Giovanni Montini dixit, 1965): declara justa la donación en cuanto
“acto de solidaridad casi obligatorio”. En consonancia con él, es común
entre los miembros de la iglesia conciliar escuchar hablar, a la moda,
de “evangelio de la vida” ¿sobrenatural, me pregunto?, “la cultura del
don y del amor fraterno (humano modo)”.
Se ha escuchado enunciar otros argumentos en apoyo a la “licitud” de
la extracción de órganos, y que se han usado también para otros
abominables fines “humanitarios”, como el aborto, estos es, que de la
misma manera que el embrión, el paciente en coma “irreversible” no es
(en el primer caso) o ha dejado ser (en el segundo caso) una persona;
sostienen que la “muerte” del cerebro provoca la desintegración del
cuerpo e identifican la condición de persona con el funcionamiento de un
órgano. Pero la tesis de que la persona humana deje de existir cuando
el cerebro no funciona, mientras el organismo - aún mediante las
técnicas de soporte vital - se mantiene con vida, significa una
identificación de la persona con la sola actividad cerebral, lo cual se
opone por contradicción con el concepto de persona según la doctrina
católica. La doctrina católica enseña que la persona es naturae rationalis individua substantia (substancia
individual de naturaleza racional) concepto que se remonta a Boecio y
que ha hecho suya la filosofía católica con Santo Tomás a la cabeza,
quien perfeccionándola y para incluir también la personalidad de los
seres espirituales - Dios y el ángel - define como subsistens in natura rationali vel intellectuali; de este modo, el Doctor común de la Iglesia señala los dos aspectos esenciales e indispensables de la persona: el aspecto ontológico, el subsistens (abandonado por los innovadores), y el aspecto psicológico, rationalis vel intelectualis (tan
querido por los teólogos modernistas que siguen a los filósofos
contemporáneos cuando hablan de la persona: la autoconsciencia, la
libertad, la comunicación, la vocación, la participación, la
solidaridad, etc.). Sin embargo ¿Qué sería de una racionalidad o de una
inteligencia, aunque perfectísima, sin la subsistencia? Por cierto que
no sería persona; tanto así que la naturaleza humana de Jesucristo no
hace una persona, puesto que no tiene la subsistencia (si la tuviera,
Cristo no la hubiese podido asumir). Por otra parte, como enseña la sana
filosofía con Sto. Tomás, y esto lo recalcamos por su atingencia al
tema que nos preocupa, no es necesario que la racionalidad o
la inteligencia estén presentes en acto, sólo es necesario que se
encuentren presentes como facultad [id est, in potentia, n.r.]: de este modo es persona tanto quien duerme, tanto quien está en estado comatoso, como también lo es el feto (lo cual refuta, de paso, la tesis de los abortistas).
Bueno, hay que decir que Papa Pacelli, Pío XII, no alcanzó a abordar
esta materia en toda su magnitud y actualidad para iluminar la
conciencia católica.
Christus Vincit, Christus Regnat, Christus, Christus Imperat!
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